Quien esto escribe verá su novena final de Copa de Europa el próximo 1 de junio en la que juegue el Real Madrid. Descuento de la relación la del año de mi nacimiento, de infausto recuerdo (a final, no el hecho de venir yo al mundo), pues en ese momento es más que probable que estuviera en mi cuna, berreando y siendo incapaz de supeditar la naturaleza al decoro, de ahí mi uso de pañales.
Con lo anterior quiero elaborar una teoría que ha afectado a la práctica totalidad de las Champions ganadas por el Real Madrid que mis ojos hayan visto, siendo esta la del héroe improbable, lo que los angloparlantes llaman dark horse, los titanes imprevistos, los unsung heroes.
La Séptima, con ella empezó todo, tuvo a Karembeu como salvador sorpresivo. Dos goles contra el Bayer Leverkusen, uno en la ida y otro en la vuelta, y otro más en el partido de la portería caída del Bernabéu contra el Borussia Dortmund. Este último resulta especialmente memorable por su carrera por la derecha y el disparo con el taco de la bota. Heterodoxo, quizá, pero no por ello menos efectivo.
La Octava, la de los tres centrales, tuvo el nombre propio de Nicolás Anelka. Las condiciones de un francés con cara de moai de la isla de Pascua eran tan indiscutibles como la rareza de su carácter. Hasta la eliminatoria de semifinales que nos enfrentó al Bayer, el hombre que vino del Arsenal había tenido un par de fogonazos en un mundialito de clubes con aroma de Teresa Herrera jugado en Navidad y marcado un único gol en liga, eso sí, contra el Barcelona. Anelka adelantó al Madrid en la ida en un uno contra uno frente al ogro rubio Oliver Kahn, y elevó los espíritus de los madridistas que capeábamos un temporal de color rojo en el partido de vuelta, donde las hordas teutonas de Elber, Zickler, Jeremies, Jancker, Salihamidzic, Scholl y compañía tenían acogotado a nuestro equipo.
Quizá el menos recordado fue el unsung heroe de la Novena. También fue Múnich, dónde si no, el lugar donde Geremi, un lateral camerunés incansable pero con ocasionales desavenencias con la esfericidad del balón, quien batió nuevamente a Kahn con un disparo raso desde fuera del área sin peligro aparente. El bailecito de celebración, trufado de carisma, ocupa un lugar de mi imaginario particular y en el de muchos madridistas.
De la Décima poco hay que decir, salvo cuatro letras. DSRG. Don Sergio Ramos García. El camero, tantas veces Canelita, se transfiguraba en demiurgo a base de cabezazos. Ramos en Múnich. Ramos en Lisboa. Minuto 92:48. La Décima. EL GOL DE RAMOS.
La Undécima no tuvo un protagonista improbable. Si acaso, Lucas Vázquez, el expreso gallego, el Curtis Globetrotter, cuyos malabarismos con el balón antes de tirar su penalti en la tanda de Milán contra el Atlético rezuman madridismo y carácter.
En la Duodécima, la pareja Lucas Vázquez y, sobre todo, Marco Asensio, se convirtió en abrelatas cuando los partidos se ponían medio feos. El mallorquín tenía un romance peculiar con el gol en esa temporada, lo que le llevó a marcar en Múnich y en la final en la que el Real Madrid pasó por encima de la Juventus.
Viajemos a Kiev. La Trecena. Gareth Bale, más cuestionado que nunca por la prensa y comenzando a ser vilipendiado por el sector más ovino de su afición, marcó el mejor gol que se recuerda en una final de Copa de Europa. Karius lo eclipsó y, según algunos iluminados, quitó mérito a la actuación del Flying Welshman, pero el número 13 fue a parar al parche de la manga de la camiseta del Real Madrid.
En la Catorcena, la Copa de Europa mejor jugada por un equipo en la Historia, Rodrygo fue el encargado de hacer los milagros saliendo desde el banquillo y rescatándonos de más de una situación peliaguda. Chelsea y, sobre todo, City, pueden dar fe de ello.
Para llegar a la final que afrontaremos el próximo día 1 de junio, cumpleaños de mi abuelo, ojo ahí, hemos tenido múltiples héroes, pues Lunin y los lanzadores de la tanda de penaltis ante el City merecen loor y gloria, pero ni siquiera una producción cinematográfica de Steven Spielberg, Ron Howard o Robert Zemeckis podría haber previsto la elevación a los altares madridistas de Joselu, el jornalero del gol, el hombre que siempre estuvo allí. El doblete en dos minutos para remontar al Bayern en el Bernabéu del chico que tuvo su verdadera oportunidad en el equipo de su vida a los 33 años da para película lacrimógena y buenrollista dirigida por los referidos fenómenos del celuloide, pero esto todavía no ha acabado.
Lunin. Rüdiger. Lucas Vázquez. Nacho. Brahim. Joselu. Héroes improbables. Titanes sorpresivos. Unsung heroes.
CONTINUARÁ...
Un sitio ahí en el santoral siempre tendrán éstos jugadores, grande el Geremi, todo corazón y pundonor.
Muy bueno. También me acuerdo mucho del balón que saca mendy creo que a greelish en la línea con foden al lado a punto de cazar el rechace. Igual de importante que un gol