Me lo recordaba ayer un tuitero: el Madrid y el Bayern son Los duelistas de Conrad. Como dos húsares de la Grande Armée de Napoleón que se persiguen por toda Europa durante quince años, retándose cada vez por un asunto de honor, impasibles al paso del tiempo, así caminan por la Historia estos dos equipos siameses cuya única razón de ser es la victoria. Ridley Scott los llevó al cine en una impresionante película con Harvey Keitel y Keith Carradine, pero no hay director capaz de contar la batalla interminable entre estos dos equipos-nación. Los enfrentamientos entre Real y Bayern han jalonado cada etapa de mi vida. Hay un duelo para cada momento, y los recuerdo todos como se guardan en la memoria los instantes con aspiración de eternidad. El fútbol europeo es un prado de hierba que crece fuerte y verdísima tras cada pelea de estos dos elefantes, así como su literatura: es imposible explicar el balompié moderno europeo sin estos dos húsares metiéndose mano cada tres, cuatro, cinco años.
Parecen separados al nacer, pero Madrid y Bayern no se cruzaron hasta 1976. Después, diez veces más, siempre en la Copa de Europa: todo eliminatorias salvo la segunda fase de grupos de la Copa de Europa más larga de la Historia, la de la temporada 1999-2000. Más adelante, aquella campaña, se volvieron a topar, esta vez en semifinales. De los cuatro partidos que jugaron aquel año, tres los ganó el Bayern; los dos de la segunda liguilla, por paliza (2-4 en Madrid, 4-1 en Munich), pero el Madrid ganó el más importante, clasificándose en el viejo Olímpico para la final contra el Valencia. Un mes después sería campeón de Europa por octava vez en su Historia.
El Madrid-Bayern es el combate que no cesa, en el que no hay cuartel, y en el que todo termina, hasta la próxima vez, con la aniquilación del adversario. No hay tregua pero tampoco condescendencia, ni aleccionamiento moral, ni gestos innecesarios. Es una lucha ritual porque ambas entidades tienen una naturaleza tan expansiva que no caben juntas en un mismo espacio, y sólo puede quedar dueño del corral el gallo que consienta en dejarse arrancar un ojo y un ala siempre que el otro esté muerto.
Los duelistas de Conrad, como buenos soldados del Emperador, templan su odio a través del estricto cumplimiento de las reglas de la caballería y las buenas maneras. No hay puñaladas traperas, no hay golpes bajos, tampoco vale todo: la nobleza propia lo exige, la ajena lo asegura. Con el Madrid-Bayern ocurre lo mismo. Esto no exime la sangre, porque se trata de prevalecer. Sólo cabe la bravuconada, la declaración gruesa y testosterónica de la previa, por eso el carácter impulsivo y espontáneo, que revela la verdad, en contraposición al engaño y al ardid, a lo ladino del victimismo antimadridista. En mi vida madridista he visto a Elber queriéndole pegar a un recogepelotas del Bernabéu por desaparecer con el Madrid en ventaja, al final de aquel maravilloso 2-0 del año 2002; he visto a Van Bommel insultar a la grada después de marcar el 3-2 en 2007; a Guti siendo expulsado por agredir y reírse de uno en 2004; a Shalihamidzic y Khan largando antes de tiempo, heridos por las acrobacias de Zidane y Roberto Carlos por la banda izquierda del Olímpico. El mecherazo infame a Effenberg, o antes de que yo naciera, a Juanito y Sanchís moliendo a palos a Mathaüs. Peleas, desafíos cara a cara, Sergio Ramos con la nariz rota, goles legales anulados, goles ilegales concedidos y penaltis que no eran, fueras de juego y bloqueos de rugby, pero una vez terminado, el reconocimiento mutuo de dos adversarios que se conocen a sí mismos. Que comparten mirada y la adivinan en el contrario.
Y que se dan la mano. Y que se citan para la siguiente carnicería.
Por eso es tan literaria una rivalidad particular, absolutamente aristocrática. Un odio frío, heráldico. Alatriste y Malatesta, D´Artagnan y Rochefort, némesis que no saben vivir el uno sin el otro. Después de la matanza, ambos recogen sus bártulos, restañan las heridas y se tragan la quina para vomitarla cuando el azar los ponga otra vez enfrente. No hay ese componente ideológico que domina la relación de poder entre Madrid y Barcelona, o Madrid y Atlético, porque no puede haberlo entre iguales.
No concuerdo. No podemos olvidarnos ya de los lloriqueos postpartido de Ancelotti y Rummenigge. La relación entre Madrid y Bayern es bastante parecida a la que mantiene el propio Madrid con el Barcelona porque se basa en lo mismo: el complejo de inferioridad de los segundones frente al equipo hegemónico.
Ya, estoy de acuerdo con usted.
Es más, diría que nuestro gran rival histórico no es el Bayern, fue el Milan, que si ahora mismo no esta en su mejor momento, son los únicos que estuvieron en una época como una o dos Cls detrás.
Con la intención declarada de superar el numero de CLs que tenemos, pasar a ser el club hegemónico. Normal, todos están en eso...