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Los días azules de Jesús Vallejo

Los días azules de Jesús Vallejo

Escrito por: Alberto Cubero13 octubre, 2024
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Aquellos dos camareros eran lo menos parecido a dos triunfadores. Esos dos chicos negros hacían suyos los uniformes de una franquicia de comida rápida como un desafío. Con sus redecillas en la cabeza oteaban desde ese bar de comidas frías y bebidas calientes su lugar en la escalera social de un país que, como EEUU, premia y castiga como pocos el éxito económico y el prestigio social. Tras diez días en el país, esperando la salida de mi vuelo, me afanaba ocioso en ese aeropuerto por distraer mis pensamientos engañando mis ansias por volver a casa, controlando a duras penas mis ganas de ver a la familia y de retomar una rutina que, curiosamente, cobra valor cuando no se practica. En aquel asiento duro como un adiós, en medio de la nada, sentado frente a ese local de neones irritantes y olores pesados, con poco más que hacer, no podía evitar observarlos.

Esa noche eran pocos los pasajeros que arrastraban los pies y las maletas por unos pasillos tan largos como las horas de espera, casi todos hombres de negocios americanos y europeos, en retirada como yo de aquella feria, refugiados ocasionales en las pocas tiendas de souvenirs abiertas de ese hospital de tullidos a medianoche que era la terminal. Como en un cuadro de Hopper, el local de esos chicos era un inventario de clientes indolentes, de banquetas giratorias color plata y vitrinas con comida que resaltaba como una luz al final del túnel. No aparentaban más de veinte años, pero tras aquella barra esos chicos estaban dispuestos a mantener el aplomo digno de saber que ese trabajo podía ser su primer y último tren. Hijos del extrarradio, aferrados a la expectativa de un salario semanal, intercambiaban motivados consignas entre sí al tiempo que se ofrecían amables a cualquiera que se les acercara.

No pude evitar recordarlos cuando hace unos días, y por abrumadora petición popular, Carlo señaló a un Jesús Vallejo tan sorprendido como agradecido para que saltara al campo. Correcto y amable a pesar de su lugar en la historia, simpaticé con él como lo hice con aquellos chicos. No discuto la evidencia, es posible que no tenga "nivel Real Madrid" pero sin duda alguna luce la dignidad propia y esperada de un jugador que defiende los valores del club. Pensaba, al observarlo en aquel partido errar, dubitativo e inseguro, en la necesaria solidaridad y empatía con el fracaso, al margen de las conclusiones deportivas que se deriven del rendimiento exigido a un deportista de élite al final de cada temporada. Vallejo destila una dignidad que no se ensaya. La debida condescendencia hacia tipos como él solo puede humanizarnos a la vez que nos define como afición y sociedad.

Jesús Vallejo

Ese día me recordó, como una lección sabida, cómo la vida nos pone siempre a todos sin excepción, uno a uno, frente al espejo alguna vez, atemperados y humillados, mostrándonos la peor versión de nuestra verdadera medida. Porque cualquiera de nosotros ha sido en algún momento poco para otros. Y porque hubo en cualquier expediente intachable un tiempo en el que alguien mordió el polvo por un amor o un trabajo, por la expectativa incumplida con un error inexcusable o por una muestra grosera de escasa pericia.

Es el sabor amargo del segundo premio. Lo he vivido en carne propia. Todo lo que alguna vez quise decir ya está en las letras de Bob Dylan, en algunas canciones de Sabina y en todos los textos de Manuel Vicent. Desde abajo, me conformo con soñar que me acerco a sus descartes, esos que duermen en cestas en forma de arrugadas bolas de papel. Por eso miro con especial afección, incluso ternura, la lucha estéril, el esfuerzo sin premio y el quiero y no puedo. En comparación con esta constelación de estrellas, tal vez Jesús Vallejo sea aquel tipo corriente que describe Sloan Wilson en "El hombre del traje gris" y no puedo evitar verme en él.

Aquellos chicos parecieron crecerse cuando los viajantes, como reactivados por la promesa de embarque, se agolparon impacientes todos a una. Cuando despacharon las comandas con eficiente celeridad y una sonrisa, confirmaron la importancia de su lugar en el sistema. Como ellos, Jesús Vallejo también disfrutó de sus días azules porque hubo un minuto 115 en la recta final de un partido ante el Manchester City en el que lo creímos capaz de todo. Por eso la empatía y la nobleza obligan. Dentro de unos años, tal vez enfundado en un traje gris, puede que un Jesús Vallejo otoñal gestione un negocio particular desde una oficina sin dirección. Entonces será poco menos que el asiento de un libro ajado en nuestra propia historia colectiva. Pero siempre tendrá el poder oculto de recordar a quien se olvidó de él, de conservar una mueca de satisfacción cuando piense en aquel minuto 115 como aquellos chicos negros de redecilla en el pelo recordarán satisfechos que, por un instante cada noche, con la llamada de embarque, fueron efímeramente importantes cuando alguien camino a casa los necesitó.

 

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Lamine Yamal es muy joven.

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Tal día como hoy, pero de 1962, Amancio rubricaba su contrato como jugador del Real Madrid.

@albertocosin no estaba allí, pero te va a hacer sentir que tú sí estabas.

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