(Crónica costumbrista de una velada futbolera en casa del hermano de Jesús Bengoechea, a donde acudí presto y convencido, tras la exitosa experiencia del PSG, de que ver los partidos con ellos trae buena suerte a nuestro equipo).
De nuevo regresé al santuario sagrado bengoechil, sede mágica de madridismo, donde el peregrino es acogido y agasajado como un miembro más de la familia.
Tras la cordial bienvenida y una copa de vino (tinto) español, hubo una tertulia a propósito del evento que allí íbamos a contemplar. Ya no se trataba de lograr una remontada que pudiese parecer labor digna de Hércules, sujetando el planeta Tierra mientras Atlas se tomaba un respiro, sino quizás de hacer un ejercicio de resistencia ante la que se avecinaba: afrontar, tras la debacle del 0-4 ante el Barcelona y tras la pésima imagen ofrecida en el 1-2 agónico de Balaídos, nada menos que al campeón de Europa (y del mundo) en su feudo abarrotado de Stamford Bridge.
Pero en el recinto sagrado bengoechesco no percibí miedo, ni siquiera un mínimo temor. Algún osado joven miembro del clan incluso aventuró un 1-3 para el partido, que a quien les escribe le pareció todo un brindis al sol, mientras el propio sol caía lentamente por el Parque del Oeste madrileño.
Cada cual tomó asiento, y se preparó, con los ladridos de música de fondo del can familiar, Suker, para atacar unos apetitosos tentempiés antes de que Clément Turpin diese el pitido inicial. Desde ese momento, un Real Madrid vestido con calcetines azules, nos hizo olvidar las penurias del Parque de los Príncipes e incluso la vestimenta negra gafada del Clásico de mediados de marzo.
Los cuatro elementos de la naturaleza parecían estar del lado madridista. El fuego de Vinicius Jr., haciendo temblar el larguero del senegalés Mendy, puso a las claras que los merengues no habían ido a Londres para ir de compras a Harrods. El fuego brasileño siguió ardiendo hasta encontrarse con el aire, convertido en Benzema volador, que martilleó con su testa la escuadra derecha del atónito Mendy, el cual dejó una bella e inútil estirada para los fotógrafos del Daily Mirror. Todo ello bajo el elemento agua, un diluvio universal del que tan solo gozaban como párvulos los dos mil madridistas que exigían la devolución de Gibraltar al estado español. Mientras, en el elemento tierra, Casemiro, el de las grandes noches europeas, devoraba cual ogro feroz a Kanté, a Jorginho y a todo aquel “blue” que osaba merodear por su territorio.
Mientras tanto, sus compañeros terrícolas y pragmáticos, Modric y Kroos, oteaban el horizonte con suficiencia, y dominaban el espacio como los dinosaurios en la época prehistórica. Por su parte, el antiguo pajarito Valverde, ya convertido en halcón, le proporcionaba al capitán londinense Azpilicueta la peor de sus veladas. En uno de sus vuelos rasantes, el charrúa combinó con el maestro croata, y aquello se convirtió en un escorzo increíble en el aire, que a cualquier otro mortal le habría supuesto una tortícolis crónica, para que Benzema consiguiera una segunda instantánea inolvidable para el Mendy del Chelsea. Dos fotazas históricas para enmarcar y un 0-2 que pudo llegar a ser incluso 0-3 si a Benzema no le incomodan ligeramente cuando estaba armando su zurda para volver a hacer muesca en el marcador.
En la otra portería, Courtois también trabajaba sin desmayo, aunque una descoordinación en el centro de la defensa supuso otro vuelo, esta vez del talentoso Havertz, para poner el 1-2. La pelota iba con tal potencia que dobló las manos de nuestro meta belga.
El primer tiempo acababa pues con incertidumbre, y eso que un 0-3 o un 1-4 hubiese reflejado mucho mejor lo que allí había sucedido. Para pasar el trago del gol local, los allí presentes, ufanos por el rendimiento de su equipo, pudimos degustar más manjares, en particular una deliciosa tortilla de patata con cebolla, recién preparada por la simpar anfitriona.
Alguno de los presentes de hecho se perdió la nueva pillería del más listo de la clase, que esta vez no tuvo que volar, sino correr como un poseso e intuir el error de Edouard Mendy y luego acosar al fornido Rüdiger para, una vez mas, y es cuestión de fe, de ambición y de experiencia, perforar las mallas del campeón de Europa.
Ya no llovía tanto, aunque faltaba todavía aguantar el chaparrón del orgullo local, que metió en liza todo su arsenal - no el viejo enemigo del norte de Londres - para tratar de aminorar el mal resultado: Zyyech y Lukaku, que junto a Havertz, Pulisic y Mount (inédito en el primer tiempo) se volcaron hacia la portería blanca. Momento de elemento aire de nuevo, en particular con el despegue de un cohete espacial llamado Thibaut, que alcanzó a desviar un balón a velocidad estratosférica con destino a la cruceta izquierda, impulsado por un derechazo brutal de Azpilicueta. También fue el momento de cerrar filas, de no aventurarse demasiado en ataque, de pasar balones al sabio Modric, de asustar al enemigo con cabalgadas de fogueo del halcón Valverde y del Mendy merengue, y de apuntalar el liderazgo de David Alaba en defensa, ante la merma física de Militao desde casi el principio del encuentro.
El santuario bengoecheño lo había vuelto a hacer: una nueva victoria europea, el hito de haber podido por fin derrotar al Chelsea (bestia negra desde la lejana final de Recopa de 1971, día de la despedida europea de Don Paco Gento), una sensación de bienestar y de paz interior que dejaba a cada uno de nosotros el poder disfrutar del momento mientras sorbía la copa de vino español. Sabiendo todos que aún queda una vuelta en el Bernabéu y que todavía no estamos en semifinales. Pero habiendo mandado al rincón de pensar por unos días a las meigas y a los agoreros, que estaban ya por oficiar el enésimo funeral de cuerpo presente del mejor equipo de la historia. Veremos qué nos depara el día 12 de abril, y cómo reaccionarán para entonces los cuatro elementos de la naturaleza. Aunque ya les adelanto que tener a Karim Benzema de nuestro lado ayuda bastante al optimismo.
La tortilla de patata siempre con cebolla. Sí, señor.