En el debut galernario de la familia, el hermano Número Tres hablaba con desparpajo de la “irracionalidad consustancial” al fútbol, lo que podría sonar a confesión de su propia burricie —y también de la nuestra— al deleitarnos con él. No descartemos ni mucho menos esa posibilidad, pero veamos de buscar alguna coartada para tranquilizar nuestras conciencias; ante todo, la del que suscribe, que por oficio debería promover el raciocinio en todo lugar y ocasión.
Decía Chesterton que un loco es alguien que lo ha perdido todo excepto la razón. Como casi siempre sucede con las originales ocurrencias de este escritor, la aparente boutade esconde una verdad como un templo. El loco encuentra una razón para todo, y si no la encuentra se la inventa, y si no da con una que le valga se suicida... aunque a un loco como es debido cualquier razón le vale, cosa que precisamente no ocurre con los cuerdos. La persona cuerda —proseguía el gran G. K.— admite en su interior un gramo de locura. Es decir, admite que a veces la razón está de más, que las explicaciones no funcionan, que algunas cosas ocurren simplemente para que nos maravillemos de que hayan ocurrido. El loco es incapaz de maravillarse, sabe demasiado bien que tras cada milagro aparente hay una secreta y, por lo general, perversa explicación. Tampoco puede comprender que los demás se maravillen. “¿Estáis ciegos?” —les dice— “¿No veis que os están embaucando, que todo es terriblemente lógico, que esto no es casualidad?” El verdadero sello del loco es pensar que él es el único cuerdo y que los locos son todos los demás.
Lo peor del fútbol son sus locos. Pero, contrariamente a lo que la gente piensa (ay, a ver si estoy desbarrando), un loco del fútbol no es alguien que se escapa del trabajo para ver un partido, el que grita como un poseso con un gol de su equipo en el minuto 93, quien vuelve a ver una y otra vez en el vídeo ese pase filtrado que descubre un pasillo donde el ojo mortal sólo veía un laberinto impenetrable de piernas. Esas honradas y cuerdas gentes sólo están maravilladas, o deseando estarlo. No, el loco del fútbol es ese señor que te explica con todo lujo de detalles y armado de una lógica inexorable por qué lo que ha pasado en el campo tenía que pasar: “con esa alineación / con ese dibujo táctico / con ese árbitro / con esos intereses en juego (políticos, económicos, geoestratégicos...) / con ese... (añada usted lo que quiera en la línea de puntos), ¿qué otra cosa podía ocurrir?” Aunque, para verdadero loco del fútbol, aquel otro que razona cómo el Poder adormece a las masas hipnotizándolas sibilinamente con tan absurdo pasatiempo.
Por supuesto, las razones de los locos del fútbol siempre encajan, ese es el problema (ese y que, dada su inagotable fantasía a la hora de inventar razones, muy rara vez se suicidan y nos dejan a los demás en paz): como nos enseñó Popper, una hipótesis que explica retrospectivamente cualquier resultado que hubiera podido darse no explica nada, es un (auto)-timo intelectual.
George Santayana, escritor menos aburrido que Popper y tan inteligente como Chesterton, sostenía algo ligeramente diferente. Pensaba que la locura no es una enfermedad, sino nuestro estado natural: nuestro sino como criaturas de este raro mundo es la “locura normal”. Lo decía por la enternecedora capacidad que tenemos de confundir las cosas con sus metáforas, soñar despiertos y vivir de palabras. La ciencia, el arte, la religión, el amor, le parecían otras tantas fantasías que hacen el mundo aceptable, porque el mundo sin ellas es una broma de pésimo gusto urdida a nuestra costa.
Santayana era un caballero madrileño cultivado y de porte aristocrático, claramente un madridista avant la lettre (lo trasplantaron a Estados Unidos de niño, 30 años antes de que el club se fundara); en invierno sus alumnos de Harvard lo veían entrar en clase envuelto en un imponente capote militar en lugar de abrigo: “como recién salido de un cuadro de Rembrandt”, según un testigo. Pero jamás se perdía el partido entre los Yale Bulldogs y los Harvard Crimsons, cita anual que viene cerrando la temporada universitaria de fútbol americano desde 1875 (eso sí que es un “clásico”). Escribir poesía, leer a Dante, oír música, viajar, disfrutar del teatro o de un partido, le parecían cosas de locos, pero sólo un tonto vería en ello suficiente razón para no hacerlas. Él, desde luego, las hizo tanto como pudo, de hecho se las arregló para no hacer prácticamente otra cosa desde que mandó a paseo la universidad, a la edad de 48 años, y hasta que murió pocos meses antes de cumplir los 89. Media vida bien vivida vale por dos.
La cordura completa es inhumana porque lo reduce todo a su verdadera medida, que es cualquier cosa menos la nuestra. Piénselo usted un momento: el universo no tiene atmósfera, no está hecho para vivir. Sus gélidas leyes no tienen en cuenta para nada nuestros intereses, nos acoge durante una fracción miserable de tiempo en una minúscula y precaria burbuja sin importancia que, vete a saber por qué trivial fluctuación, le ha salido en un punto como si fuera un grano. En esa ridícula pompa nacen y mueren todas nuestras fieras pasiones. Sí, la broma cósmica es insuperable, pero hay que ser muy sabio para llegar a reír ante semejante panorama. Santayana se entrenó toda su vida para lograrlo: “el joven que no llora es un salvaje, pero el viejo que no ríe es un necio”, dejó escrito. Buena lección para un hincha. Yo estoy en ello, aunque hay que reconocer que esta última temporada ha resultado toda una prueba para la sabiduría madridista.
Chesterton creía firmemente en los cuentos de hadas y en los milagros, por eso se hizo católico. Santayana admiraba la teatralidad católica, aunque no creía en nada. Los dos sabían que el adusto dios de Lutero jamás habría ayudado a Maradona (con perdón) a meter un gol. Por suerte para los que, cuerdos o locos, necesitan su dosis regular de maravilla, de llanto o de risa, el fútbol dejó pronto de ser sólo un juego de ingleses.
Número Dos
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Bien. Número 2 me llama burro en el primer párrafo. En el segundo renglón, para ser precisos. Cariñosamente, no digo yo que no, pero burro. Y esto no es nada. Me voy preparando para el debut de Número 1 la semana que viene.
¿Y cómo van las negociaciones para que #N4 se anime a escribir? XDDD.
Nacho, siempre lloriqueando por una colleja de nada, y así desde los tiempos de Moratalaz. ¡Qué cruz!
DiosaMaracana, me solidarizo con tu justa reivindicación feminista, pero de momento no se anima. Todo se andará.
Ya lo siento, DiosaMaracana, pero me temo que a la Número 4 el fútbol le inspira el mismo entusiasmo que la cría del caracol. Aunque si algo he aprendido a lo largo de todos estos años es a no subestimar a mis hermanos mayores, de momento ya han conseguido colar una revista sobre fútbol entre mis lecturas habituales. (Sólo espero que la cosa no vaya a más, porque si llega al punto de tener que pronunciarme sobre si lo que corre por mis venas es sangre merengada o Colgate, el marrón va a ser CÓSMICO).
Ángel, no era una petición 'femenista'; yo diría que más bien 'faernista'. 😉
Gracias por la respuesta, Mónica, y la comprendo totalmente. Ojalá que la lectura a tus hermanos sea un aperitivo para visitar el resto de secciones de La Galerna, y que puedas disfrutar del resto de artículos sin tener que pronunciarte a favor de qué equipo estás. 😉