El sábado pasado, en el ABC, Rubén Cañizares hizo un repaso de los grandes presidentes del Real Madrid desde Santiago Bernabéu, a cuenta del 120 aniversario del club. El texto es una serie de semblanzas indirectas de don Santiago, Luis de Carlos, Mendoza, Lorenzo Sanz y Florentino; está basado fundamentalmente en anécdotas y en recuerdos de los nietos y de otros familiares o allegados directos de los próceres blancos. Hablando sobre don Santiago y su afán por erigir en los suburbios de una capital en expansión el Nuevo Chamartín al final de la postguerra, me llamó la atención un párrafo maravilloso: “Contra la opinión de la gran mayoría de medios, en especial los catalanes, que le acusaron de idear una quimera impracticable, propia de un loco y megalómano, Bernabéu levantó un estadio que multiplicaba por seis su capacidad. Lo hizo gracias a la ayuda de Rafael Salgado, director del Banco Mercantil, que le ofreció financiar la obra con la emisión de bonos para los socios, a 20 años, respondiendo con su propio patrimonio. Era un visionario. Él tenía claro que, cuanto más grande fuera el estadio, más dinero ganaría por la venta de entradas, la principal fuente de ingresos de entonces, y mejores jugadores ficharía. Todo esto hoy parece muy básico, pero hay que irse a los años cincuenta, explica a ABC Íñigo de Carlos, nieto de Luis de Carlos, que, antes que presidente blanco, fue el tesorero de Bernabéu desde 1962 a 1978.”
Las palabras clave son quimera, impracticable, loco y megalómano. El Madrid es una empresa de orates maravillosos, en todas las dimensiones imaginables: desde el puritito césped hasta los despachos con moqueta, el Madrid “se hace” a golpe de audacia, aunque casi nunca está clara la raya que separa lo genial de lo grotesco. Por eso el riesgo es tan grande, pero también ha sido casi siempre tan grande el rédito. No suele haber término medio, por tanto, en el Madrid. Las catástrofes están a la altura de las proezas y también se recuerdan toda la vida. Se festeja el cumpleaños de una institución única y desde hace veinte años también el Centenariazo, porque sólo un príncipe hacedor de mundos es capaz de organizarse un banquete en el techo del mundo para mayor gloria de sí mismo y morir atragantado en medio de la cena con el hueso de una aceituna.
El Madrid es una empresa de orates maravillosos. Por eso el riesgo es tan grande, pero también ha sido casi siempre tan grande el rédito
El Madrid ha sido esculpido sobre la piedra en el tiempo por gente que no estaba en el presente. Me refiero a que ya la misma idea de fundar un equipo en Madrid que se limitase a llevar el nombre de la ciudad y apellidarse austera, minimalistamente, Foot-Ball Club, revela la naturaleza de aquel grupo de gente avanzada que pensaba por delante: no le pusieron los colores ni de España ni de la señera catalana de la que procedían sus dos más nerviosos impulsores, sino los de un trapo blanco, si acaso cruzado por la banda lila del club más cosmopolita del mundo en aquel entonces, el Corinthians de Londres, que jugaba siempre por amor al arte y que fue el primero en girar por el mundo como una banda de rock.
El Madrid ha sido esculpido sobre la piedra en el tiempo por gente que no estaba en el presente, que pensaba por delante
La gente que está por delante ve cosas que para el resto permanecen ocultas. Da igual que estén tomando decisiones con un excel abierto o corriendo por el terreno de juego vestidos de corto. Líneas de pase indescifrables para los futbolistas del montón, tendencias en el ocio urbano de las masas que el cambio de la economía lanzó a la clase media tras la guerra mundial o expansiones planetarias en brazos de la globalización pujante a las puertas del cambio de siglo: todas son decisiones difíciles, apuestas elevadas en la ruleta de la fortuna que pueden hundir el futuro de la entidad o transportarlo a un escenario desconocido que lo cambie todo y que con ello cree una nueva realidad hasta entonces impensada. Quimeras impracticables. Cuando Florentino se llevó a China a los galácticos, primero fue vestido de limpio y luego emulado hasta por los equipos de la zona baja de la tabla. Giras asiáticas ha hecho hasta el Sevilla.
Pero es que el Madrid es un empeño de locos y megalómanos que se replican a sí mismos a través de los años y de las generaciones, como los “imperios generadores” de los que se habla por ahí desde hace un tiempo. En eso consiste el cultivo del pasado, crear un legado o respetarse a sí mismo. Bernabéu se lo jugó todo a su nuevo estadio porque había visto en primera fila cómo Paragés se opuso a la Corona cuando Alfonso XIII apadrinó, con guita de su bolsillo naturalmente, el consorcio del primer Metropolitano al que se sumó el Atlético de Madrid con una alegría que lamentaría menos de una década después. Por eso el Madrid nunca tuvo que ser rescatado por el ejército del aire de ningún régimen triunfante de una guerra civil, ni tampoco amparado por créditos vaporosos de bancas afines a sistemas políticos regionales, o despiezados en bufonesca almoneda por iluminados salvapatrias noventeros.
Cuando Florentino se llevó a China a los galácticos, primero fue vestido de limpio y luego emulado hasta por los equipos de la zona baja de la tabla. Giras asiáticas ha hecho hasta el Sevilla
Todo este espíritu, este ethos colectivo, se sustancia en el césped de alguna manera. Es inevitable. El Madrid se forja con futbolistas talentosos, pero con talentosos que están locos. Zidane era un místico sufí de genio terrible. Cristiano Ronaldo era un verdadero obseso, un monomaníaco cuya idea fija era ser más grande que todo lo creado, más grande que el propio Real Madrid. Di Stéfano era un gaucho de acero filoso y cortante como los de los cuentos argentinos de Borges y Mourinho fue el Joker metiéndole fuego al Universo por los cuatro costados con tal de salvar lo más puro del Real de la perdición absoluta. Bernabéu se independizó del Pardo constituyendo al Madrid en república autónoma de patricios, Mendoza se sabía más importante que un presidente del Gobierno y Lorenzo Sanz heredó esa patriarcalidad chula y visionaria, hipotecándolo todo para conseguir un Madrid hollywoodiense que recuperase la Copa de Europa. En España, la existencia misma del club es un misterio, un milagro y un desafío diario a ese país cañí, cutre y envidioso que aún no sabe cómo le ha surgido en las entrañas una acumulación de grandeza sin igual en el mundo, y eso que han pasado ya ciento veinte años. La Quimera era un monstruo aberrante con dos cabezas, una de león y otra de cabra, que tenía una cola de serpiente y una naturaleza de mujer. Por eso a las ensoñaciones imposibles se les llama quimera, porque son fruto de “imaginaciones termocefálicas”. O sea, de cabezas calientes, recalentadas o calenturientas, rasgo que el joven Victor Hugo anotó la primera vez que asistió asombrado a una corrida de toros, en Madrid, mientras acompañaba a su padre, general de Napoleón, durante la invasión francesa.
En biología existe una acepción de quimerismo que alude a los seres que cuentan con dos líneas celulares diferentes, con diferente dotación cromosómica o mutaciones particulares. En eso el Madrid también es una quimera impracticable que sólo puede entenderse a través de la fe, de la inmersión en un sistema simbólico que no tiene comparación posible con ningún otro en el universo del fútbol o de los deportes: es un ser mitológico que casi siempre gana de blanco, aunque a veces puede vencer de negro, parido con la capacidad de ser majestuoso y también de resultar tétrico, como un torero que espera al bicho a porta gayola. La gloria y la enfermería siempre están, para el Madrid, a la misma distancia.
Ahora el mundo está en guerra y vuelve a ser pertinente una de las frases de Valdano, la de que el fútbol es la más importante de las cosas menos importantes de la vida
Sólo una imaginación termocefálica es capaz de llegar el miércoles a las 9 de la noche con la tensión por las nubes y la convicción total de que el PSG, un bulldozer de primera, va a salir destrozado del Bernabéu. Esa imaginación es la que hace al Madrid ser lo que es, el “ir para arriba, al ataque”, que Hughes califica también en ABC como santo y seña de los defensas-atacantes más queridos por la afición blanca a lo largo de su historia. El ir hacia adelante como una marejada impetuosa e incansable, sin pensar en absoluto en lo que diga el marcador, sin pensar en la eliminatoria ni en nada que no sea la victoria en sí misma, embriaga al estadio: está en la base, en el núcleo de la leyenda de las remontadas, en el mito de Chamartín como lugar poseído por la superstición, cementerio de apaches, lugar donde “pasan cosas”. No importa lo que digan la realidad, la estadística, los antecedentes o las sensaciones previas al partido. Ahora el mundo está en guerra y vuelve a ser pertinente una de las frases de Valdano, la de que el fútbol es la más importante de las cosas menos importantes de la vida. Esa frase es verdad en la medida en que el fútbol deja de ser una ciencia (en la que lo quieren convertir, a la que lo quieren reducir, me permito añadir) medible, tangible, “algorítmica”, y se transforma en una emoción: en la medida en que somos capaces de acudir frente al televisor, a la tribuna del estadio, al bar, frente a la tableta, el ordenador con el link pirata o lo que sea, y vivir por unas horas una vida que no es la nuestra, pero sin la cual la vida en la tierra sería insoportable.
Getty Images.
Sardinas en una lata, eso decía mi padre que era la fe.No la fe en la religión, que ya se han caído todas . Desde Jesucristo hasta Lenin ya no queda rastro de ninguna. Ni Papa , ni cordón humanitario que valga.
Por no quedar , ya no hay periódico al que agarrarse. Todos están mojados. Te puedes agarrar en medio del naufragio a una Galerna. La marea sube como en un concierto de los que daban los Stones en Carabanchel y hasta hay culés que se apuntan.
Un trocito de Occidente, bien vale una misa.
La metáfora del Bernabéu en La Castellana puede ser una señal.
Una película para un guión ,tú puedes escribir también. Cuándo todo parece perdido hay once hombres que te cambian un gol por un aplauso.
Antonio hace referencia al ABC. Qué degradación absoluta la de ese periódico en su sección de deportes. Poner al frente de la misma a un furibundo miembro del Frente Atlético, llevará al antaño reputado diario, a las mayores cotas de desprestigio que hayan imaginado. Allá ellos.
Supongo se refiere usted a Jose Miguelez. Vaya elemento, con esa voz de aficionado al Soberano (parece sacado de un bar, no de una redaccion), con ese resquemor descarado con el que habla del Real, me parece el antimadridista mas despreciable de toda la prensa; de hecho una vez en el programa de Juanma Rodriguez entro en bucle y lo tuvieron que cortar (pensaba que no volveria al programa, pero me equivoque por desgracia).
¡ Qué manera de escribir ! ¡ Qué manera de transmitir ! Seguro que al educado y comedido Butragueño se le escapa un “caramba” al leerlo.
espectacular artículo con el que nos obsequia una vez más nuestro querido Antonio Valderrama.
para Juanito eterno, quien es el "fenómeno" director de la sección de deportes del ABC.
Un saludo y hala Madrid.
Un maravilloso artículo.
Verdaderamente es un misterio,un milagro,que en este país haya surgido algo con la grandeza del Real Madrid. Por eso ese empeño en “devorarlo”, en echarle mano a algo bueno para destrozarlo,porque eso ,sí es la “ marca” de este país.
Real Madrid, jamón ibérico y tordilla de patatas (con cebolla),in that order ; convenientemente maridado con vino.
Grandioso artículo,
Don Antonio. De verdad, estupendo.
La Galerna se mantiene en el tiempo como faro del madridismo más cabal y apasionado al tiempo. Otro milagro en un tiempo de cosas efímeras y vacunas.
Enhorabuena y gracias.
¡Hala Madrid!