El 27 de mayo de 1981 caía el Real Madrid ante el Liverpool FC por 0-1 en la final de la Copa de Europa. La primera final de la máxima competición a la que llegaban los merengues tras la consecución de la 6ª Copa de Europa de los yeyés en Bruselas en 1966.
Pongámonos en contexto. En 1981 se cumplían tres años del fallecimiento del gran arquitecto del Real Madrid moderno, Don Santiago Bernabéu. Don Luis de Carlos, un hombre discreto y caballeroso proveniente de la última junta directiva de Bernabéu, presidía el club de manera continuista, sin grandes alardes mediáticos y con una minuciosa contención de los gastos, ya que la economía del club no era nada boyante a finales de los 70. Desde 1979, el entrenador elegido fue Vujadin Boskov, que sustituyó a Luis Molowny, el entrañable Mangas, hombre apagafuegos del club y a quien, bien es sabido, no le gustaba nada entrenar al primer equipo.
La temporada 1979-1980, Boskov había logrado el hito de conquistar un doblete Liga-Copa del Rey, con lo cual su crédito como entrenador estaba íntegro. La liga 80-81 fue un mano a mano con la Real Sociedad de los Zamora, Arconada, Satrústegui y López Ufarte que finalmente se perdió en la última jornada, tras empatar a puntos -con el goal average a favor de los donostiarras (3-1 en el viejo Atocha y 1-0 en el Bernabéu)- y tras un gol in extremis de Zamora en El Molinón cuando los merengues casi estaban celebrando el título en el estadio de Zorrilla, el 26 de abril de 1981.
Para esa fecha, el Real Madrid ya estaba clasificado para la final de París, tras haber eliminado cuatro días antes al rocoso e incómodo Internazionale de Milán (2-0 en el Bernabéu, con goles de Santillana y de Juanito, 1-0 en San Siro, gol del central Bini), tras una auténtica batalla campal en Italia, con lanzamiento de multitud de objetos sobre los nuestros, con un vergonzoso comportamiento de los tifosi que posteriormente acarrearía el cierre de San Siro para varios partidos.
el 27 de mayo de 1981, el real madrid cayó 0-1 ante el liverpool en la final de la copa de europa
El recorrido europeo del Madrid pasó por eliminar al Limerick irlandés (7-2 en el global), Honved húngaro (el mítico equipo de Puskás, por 3-0) y el Spartak de Moscú (2-0). Recordemos que en aquella época tan solo jugaban la Copa de Europa los campeones de las diferentes ligas, además del campeón vigente, con lo cual los cruces podían ser mortíferos desde la primera eliminatoria.
Desde el fin de la Liga, 26 de abril, hasta el 27 de mayo, día de la final en París, hubo un largo periodo de escasa actividad en el que los nuestros estuvieron casi desconectados de la alta competición, con una serie de partidos de eliminatorias de Copa del Rey ante Recreativo de Huelva y Sporting de Gijón (que acabó eliminando al Madrid en cuartos de final). El Real Madrid se iba a jugar literalmente la temporada ante el Liverpool FC para poder participar en la siguiente edición de la Copa de Europa. Pero a los ingleses les pasaba exactamente lo mismo, ya que aquella temporada la liga inglesa había sido conquistada por el Aston Villa, y el Liverpool había sido quinto tan solo.
El Madrid debía superar el mazazo de haber perdido la liga en el último minuto y hacer frente a uno de los mejores equipos de aquella época, el Liverpool FC de Bob Paisley, el entrenador más laureado de la historia de su club, y que muy recientemente había conquistado 2 Copas de Europa de forma consecutiva (76-77 y 77-78), con unos jugadores altamente experimentados en lides europeas de altísimo nivel.
Frente a ellos, un equipo muy joven (los más veteranos: Goyo Benito y los dos porteros internacionales Miguel Ángel y García Remón estaban por entonces lesionados), capitaneado por Santillana (28 años), y que llegaba a París con una pléyade de canteranos y, por mor de la legislación del momento, tan solo dos extranjeros: Uli Stielike y Laurie Cunningham.
Estos dos últimos llegaban tocados a la final, el inglés arrastrando molestias toda la temporada (tan solo había disputado 11 partidos) y el tanque alemán con una reciente rotura muscular 10 días antes que aún no había cicatrizado convenientemente. Además, otra de las figuras del equipo, Juanito, sufría de grandes molestias en una de sus rodillas.
En la eliminatoria anterior, el guardameta Agustín, con 21 años tan solo, había suplido a la perfección al titular Mariano García Remón en ambos partidos contra el Inter, convirtiéndose en la pesadilla, entre otros, del ariete de la squadra Azzurra, Alessandro Altobelli. La defensa la iban a formar cuatro canteranos como García Cortés, Sabido, García Navajas y José Antonio Camacho, con una media de apenas 23 años de edad. Tan solo Camacho contaba con experiencia internacional tanto en el club como en la selección española.
Aparentemente, el Madrid iba al matadero en aquel partido, con una media Ángel-Del Bosque-Stielike algo mermada físicamente. La delantera, al menos por nombres, Juanito-Santillana-Cunningham, era a priori la mejor línea, aunque ya se ha dicho que dos de ellos iban a jugar infiltrados.
Frente a ellos, los Reds de Paisley, una verdadera selección inglesa (Clemence, Neal, Lee, Mc Dermott…) aderezada con los mejores escoceses del momento (Hansen, Souness y el gran Kenny Dalglish).
Fue la primera final a la que asistí fuera de España. Por edad no pude –ni recuerdo nada– ir a la de 1966 en Bruselas, pero sí que estuve aquella triste tarde-noche en el Parque de los Príncipes de París, escenario mítico para cualquier madridista, por haber sido sede de nuestra primera gran gesta internacional en 1956 ante el Stade de Reims de Raymond Kopa. Me hubiese gustado ir con mi querido padre, el inculcador de mi madridismo, pero una inoportuna lumbalgia lo dejó fuera de juego, impidiéndole viajar. Así pues, junto a mis dos hermanos mayores, emprendimos un viaje complicado a París por tren, con el mítico “Puerta del Sol”, que tardaba unas 13 horas desde la estación de Chamartín a la de Austerlitz en París (con cambio de vías incluido en la estación de Hendaya).
Aquella final fue en miércoles (no como hoy en día que son en sábado), con lo cual mis hermanos tuvieron que pedir permiso en sus respectivos trabajos, y yo escaquearme unos días del colegio, ya que hubo que salir de Madrid el martes por la tarde y coger el tren de regreso a Madrid el jueves por la noche para llegar a casa el viernes. Actualmente, esto casi nadie lo haría, pero los viajes en avión en 1981 eran considerablemente más caros que los de tren.
Aunque ha pasado mucho tiempo, yo iba muy ilusionado a la final, casi satisfecho simplemente porque mi equipo había sido capaz de llegar hasta allí tras dolorosas eliminaciones en años anteriores como ante el Bayern en 1976 y, sobre todo, el año anterior, 1980, en la que, pese a haber batido en la ida de semifinales al Hamburgo de Keegan, Kaltz, Magath y Hrubesch por 2-0 (con el famoso marcaje de Pérez García al astro inglés, ex del Liverpool por cierto), fuimos literalmente barridos en el viejo Volksparkstadion por 5-1 en una de aquellas noches aciagas por tierras alemanas. Hubiese sido importante alcanzar aquella final, ya que se jugó en el Santiago Bernabéu (y que finalmente fue conquistada por el Nottingham Forest de Brian Clough ante el Hamburgo por 1-0).
Hoy en día, tras haber asistido a seis victorias in situ (de la Séptima a la Duodécima), para mí el espíritu de viajar con el equipo conlleva el viajar para ganar, no concibo otro objetivo. En 1981, cuando prácticamente (tras la conquista de las seis primeras Copas de Europa), me sentía como un Paco Martínez Soria de la vida en “La ciudad no es para mí”, solo por ir a París ya era una enorme satisfacción el viajar con el equipo. Amaneciendo ya en la estación del sur de París, Austerlitz (nombre que conmemora una de las más afamadas victorias bélicas de Bonaparte), y sin la boina de Don Paco, recuerdo aquel día como un regalo que me dio la vida, paseando por las riberas del Sena, husmeando en librerías de viejas novelas ya olvidadas del gran Alejandro Dumas (“Los 45”, “El tulipán negro”, “El doctor misterioso”, “La hija del marqués”), en un día primaveral donde todas las terrazas el Barrio Latino estaban tomadas desde primera hora por ruidosísimos ingleses, y donde se hacía difícil toparse con seguidores madridistas: éramos muchos menos que ellos, menos bulliciosos y algo intimidados.
Yo creo que ninguno de los madridistas asimilábamos que habíamos llegado a la final, era algo nuevo para la mayoría, e íbamos como para ver qué pasaba. Me temo que a los chicos de Boskov les pasaba algo similar. Ya era todo un éxito, una hazaña descomunal haber llegado hasta allí. Sinceramente, en ningún momento nos creímos, ni los aficionados, ni los equipos, que íbamos a conquistar el trofeo. No recuerdo ni siquiera ningún cántico del estilo “La Séptima Copa la vamos a ganar”, sintonía que no paró de sonar 17 años después por las calles y canales de Amsterdam antes del partido.
Situados en uno de los fondos del Parque de los Príncipes, contemplamos una de las finales menos emocionantes quizás de la historia, prácticamente sin ocasiones por ambos bandos, con una inmensa goleada en los graderíos de ingleses sobre españoles (sin exagerar, la proporción debió de ser fácilmente de 5 a 1), que no paraban de cantar. Se me metió en los oídos el “You’ll never walk alone” –era la primera vez que lo oía– y, desde entonces, confieso que tengo mucha manía a ese himno, y por añadidura, al Liverpool FC, un equipo que aquella noche no fue superior –ni inferior–, pero que me hizo llorar como nunca aquella noche del 27 de mayo de 1981 en la que los nuestros se dejaron la piel pero apenas dispusieron de un par de ocasiones del gran Santillana y una enorme de Camacho, una vaselina solo ante el enorme portero Ray Clemence, que se marchó por muy poco por encima del travesaño.
Ya poco importa si el gol de Alan Kennedy en el minuto 82 fue culpa del saque de banda de García Cortés o del meta Agustín, ya que el balón pasó entre sus piernas. Una final no se puede resumir por una sola jugada. Uno por uno, los integrantes del cuadro inglés parecían superiores y los nuestros bastante hicieron con aguantar con dignidad el empate a cero, pese a notables carencias defensivas y de construcción de jugadas elaboradas, amén de la merma física de tres de nuestros mejores puntales.
Pienso que la historia no valoró lo suficiente los méritos de la labor de Boskov, que, con escasos mimbres, logró alcanzar aquella final con el mal llamado “Madrid de los Garcías”, hazaña que no logró por ejemplo la Quinta del Buitre, con mucha mayor calidad en sus filas. Boskov alineó de inicio aquél día a seis jugadores de la Fábrica (Agustín, García Cortés, Sabido, García Navajas, Camacho y Del Bosque), además de a Paco Pineda, que entró en los últimos minutos por García Cortés. Poco se habló de esto en su momento y nada se destacó.
37 años después –casi día por día–, el gran equipo de Zinédine Zidane, el equipo de Ramos/Marcelo/Modric/Cristiano, el ganador de tres de las últimas cuatro Copas de Europa, un grupo que ya es parte de la más lustrosa historia del fútbol mundial, tiene la ocasión de sumar una brillante muesca más a su palmarés y de añadir al Liverpool FC como otro de los clubs a los que ha derrotado en la mejor competición de clubs del mundo. Nuestros Santillana & Compañía, nuestros Juanito Gómez y Laurie Cunningham (y Don Luis de Carlos y Vujadin Boskov), allá donde estén, sonreirán al ver que su obra histórica quedará completada. A por ellos pues. Borremos a los de Anfield de nuestras oscuras pesadillas del pasado.
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Aquél mayo de 1981, mientras veía la final en mi vetusto televisor blanco y negro, una cosa tenía bien clara, nuestro amado equipo no tenía nivel ni posibilidad ninguna ante aquél Liverpool tan poderoso. 37 años después creo que las tornas se han vuelto y con mucha mayor diferencia. Vamos a jugar un partido donde la única experiencia en finales de Champios la tienen los jugadores y el técnico del Real Madrid. El pitido inicial de una final es siempre una moneda al aire, pero espero que al menos sea tal como yo lo siento y demostremos que somos los claros favoritos en este encuentro. Me turba solo el mal fario que otras veces ha traído eliminar a todos los favoritos y caer contra el rival más débil, como aquella aciaga semifinal contra el PSV, pero este Madrid es otra cosa, no cabe duda, es historia por hacer.
Una puntualización Toni, Klopp ya disputó una final de Champions en el 2013 ante el Bayern de Heynckes. Esperemos que como aquella vez, también la pierda. Curioso que para los que no pudimos vivir eso, es ver a un Madrid que no era favorito en un partido. Ahora ya no es que seamos favoritos, es que tenemos que jugar bien, luchar, arrasar en cada partido(según los periodistas) como si los demás no jugasen. Ánimo Madrid, y a darle una alegría al pobre Luis de Carlos y al gran Boskov.
Esta final nada tiene que ver con aquella de 1981 que los cincuentones como yo recordamos con tanta tristeza. El Real Madrid va a ganar la decimotercera porque es un equipo que está marcando una época y que será recordado dentro de décadas como hoy lo son el de Di Stefano, Puskas y compañía; o el de los galácticos del final del milenio (3 títulos en 5 años).
Me acuerdo perfectamente de aquella final. Partido malo, malo, malo, como la carne de perro. La vaselina de Camacho en la segunda parte y poco más de los nuestros. No es que aquel Liverpool mereceira ganar, es que aquel RM mereció perder. El próximo 26 será otra cosa, ya lo veréis.
Estamos muy "confiantes" amigo Juantxo.
Confiantísssssssssssssssssimos
Un equipo que merece un lugar especial en la historia blanca, el de los García. El único que jugó una final de 1966 a 1998. Es importante siempre valorar el contexto al hablar de historia en general y de historia del fútbol en particular.
La vieja Copa de Europa era un torneo diferente a lo que es hoy, primero su desarrollo se llevaba a cabo durante dos años (1º ganar la Liga nacional y 2º la Copa de Europa propiamente), después aunque los rivales no tuvieran el nombre de hoy (admitamos que eliminar a PSG, Juventus y Bayern no se puede ni comparar a los rivales de aquel año) las eliminatorias eran encerronas y no había liguilla que te salvase de un mal día. No valía andar desactivados hasta febrero cuando en septiembre podían dejarte fuera de la competición.
Por último, como alegato final en defensa de Boskov y sus García, por aquel entonces el fútbol inglés era mucho más ganador en Europa que el español, es decir, no es que el Madrid dejara de ganar fuera de sus fronteras porque hiciera las cosas mal, sino que fue un fenómeno común que los equipos patrios empezaran a verse superados, en especial por alemanes e ingleses. Sólo a mediados de los 80 volvería a retomar fuerza nuestro balompié (en aquel momento, eso sí, a la sombra del italiano) para dominar las siguientes décadas de una forma que ha llegado a ser dictatorial.
1 final en 32 años...Recuerdo esa larguísima travesía del desierto. Y ahora parece que es una obligación llegar a las finales cada año. Disfrutemos de estos años!
Yo era muy pequeño y no viví aquella final. Y lo que son las cosas... mi primer equipo de chapas (porque los niños jugábamos a las chapas en aquella época) fue precisamente aquel Liverpool con los Kennedy, Dalglish, Souness, Whelan o el mítico Ian Rush...
Por eso le tengo cariño a "aquel" Liverpool...
Pero al de este año no. Y además hace tiempo que no juego a las chapas... Así que el 26, a ganar.
Yo no creo que en Amsterdam nos sintiéramos favoritos, ni mucho menos. Pero los jugadores tenían mucha personalidad y aprovecharon la ocasión. Salió bien y esa victoria marcó un punto de inflexión en nuestra historia.
Triste aquella final de 1981, las semifinales de 1980 con el hamburgo, y la final de la Recopa con el Aberdeen en 1983...... Tan sólo las alegrías de las UEFAS de 1985 y 1986, y nuevamente las decepciones de la quinta del Buitre, en los 1987 a 1992.
Yo creo, que la séptima, marcó un antes y un después en la historia reciente.
El club necesitaba resetearse y modernizarse, y todo lo que ocurrió, desde aquella final hasta hoy, ha sido ese camino.
Como han dicho por aquí, pase lo que pase, disfrutemos de estos años, de estas finales y de estos títulos, porque nunca se sabe, cuando se volverá a juntar otra época dorada en Europa.
Hala Madrid
Amén!