Muchos piensan que el fútbol es un juego meramente geométrico. Yo, en cambio, siempre lo vi especialmente artístico, como espectador y como asiduo practicante. En ese duelo, en esa fusión y en su contraste, el arte siempre va a salir victorioso. Irremediablemente.
Arte pictórico, de todas las bellas artes siempre me ha parecido que el fútbol rinde tributo a la pintura más que a ninguna otra. Si la geometría es precisión, el arte es capaz de moverse en el infinito y hacer de la imperfección algo sublime, en este caso de las formas. El arte es trazo impreciso, decorado, gratuito, el arte lo absorbe todo. Es ahí donde el fútbol se define y entrega, consciente de que cada jugada es un dibujo incierto, su trazo es digresivo, distraído, improvisado en gran medida, perdiéndose en infinitos dibujos, un trazo discontinuo para definir un mismo retrato, el gol. El arte descubre en el error o lo impreciso una textura clave y en la fascinación de la imprevisibilidad una sucesión de momentos únicos. Todo vale, trazos al óleo, con acuarela, líneas barrocas o directas...
Desde este gusto artístico y competitivo, ser del Real Madrid es el paso a seguir, puro arte atronador. En el Real Madrid todo es estético, desde los trazos en el terreno de juego a la épica de la ambición sin medida y la victoria. Todo es bello y sublime, hasta el fracaso o la derrota es honrada de manera especial por el resto de artistas que en su bilis escenifican, anhelantes, la envidia malsana de aquel al que admiran en secreto.
El Real Madrid pinta en dos lienzos, uno blanco y otro verde, el de su camiseta y el del terreno de juego. El lienzo blanco se tiñe de verde, de la nada se forjó una leyenda hasta encontrar en sí mismo al único rival, luchar contra el récord. Una dura pugna consigo mismo en la que algunas veces ambos contendientes mueren producto de una malsana y mal entendida ambición. Ahí radica su gloria y su tragedia.
Si como tantos consideramos a Velázquez como el más grande pintor de todos los tiempos, la más velazqueña de las creaciones futboleras y deportivas es el Real Madrid. Esto convierte irremediablemente al eterno Santiago Bernabéu en nuestro Velázquez, creador de una leyenda desde la nada, constructor de la gloria deportiva más artística desde un lienzo en blanco, nuestra propia camiseta.
Como con el autorretrato del pintor sevillano en Las Meninas, Bernabéu observa expectante, infiltrado, travieso, secreto y juguetón su obra, siempre vigilante, exigente, atento, severo, incluso amenazante, ante los ultrajes externos y los desmanes internos.
Una mirada que comparte con sus Meninas, su gran creación, sus Di Stéfano, Puskas, Gento… que observan estupefactas y asombradas frente a ellas las guerras entre los aficionados que acuden a verlas, decepcionadas y temerosas porque club y afición sigan las directrices de los artistas de la fugacidad, la vacuidad y el éxito de quince minutos, del arte Pop, los artistas de pinceles fláccidos con cabeza de micrófono hacedores de latas de sopa o franjas de colores rojas, blancas, azules y granas, obras simplistas como argumento de periodista deportivo. Falsos Warhols y falsos Rothkos vertiendo falso saber, falso arte, falso conocer, de eficaz efectismo instantáneo para masas sin criterio.
Un velazqueño Bernabéu y sus legendarias Meninas, referentes nuestros, que miran el azote antimadridista, su incesante bilis, su odio obsesivo escenificado en una mirada pavorosa, raída, podrida, nauseabunda, que lucha en su interior y se expande hacia el exterior, una pesadilla informe como las pinturas negras de Goya, ese antimadridismo que parece subsistir a base de ingerir su propia basura, la mezquindad que es capaz de crear.
Y los extremos se tocan, porque también Goya se aparece dentro del madridismo en esos continuos ataques contra sí mismo, un madridismo que es como “Saturno devorando a un hijo”.
Por fortuna el madridismo goza más del arte luminoso, nos deja estampas imperecederas, inalcanzables para cualquier otro artista. Es el arte de la gloria, la victoria, el sacrificio, la leyenda. La belleza desde todo punto de vista que dibujan los pinceles en forma de piernas de los jugadores sobre el lienzo verde del terreno de juego.
Quintaesencia de la elegancia, la clase y el arte futbolístico, Zidane, la bailarina más grácil: de haber sido contemporáneo de Degas éste le hubiera pintado a él en exclusiva. Levita, es etéreo, como una vestidura mecida por una brisa playera en un cuadro de Sorolla.
No encontraremos la belleza de Modric en su cubista rostro. Uno de los jugadores más determinantes del Real Madrid actual y de los más artísticos. Un jugador de movimientos incontrolables, que despliega su belleza con dibujos imposibles en el verde lienzo del Bernabéu. Ahí es donde la descubrimos. Modric, con la flexibilidad de un reloj blando daliniano, con su trazo picassiano, elástico e imposible para sortear piernas y rivales.
Una nueva leyenda creada al abrigo madridista, Cristiano Ronaldo, un héroe de tormentosa totalidad que parece salido de un cuadro de Turner, un torbellino de fuerza, solo ante la romántica adversidad, solo contra sí mismo.
Grandes genios intermitentes, que hacen gozar y rabiar al espectador en la misma medida, escenificando retratos en claroscuro, homenajeando a Rembrandt. Así salen los Butragueño, los Guti, los Míchel… Amados y odiados, ovacionados y pitados sin orden ni composición definida.
El madridismo tiene siempre una noción idealizada de su equipo, por lo que el entusiasmo siempre es breve: que sus éxitos solo alcanzan, como mucho, a cumplir las máximas expectativas que se tienen como base. Esa idealización madridista tiene algo de religioso, como una idea de Dios, perfecta. Una imagen vaporosa, volátil, que anhela albergar y eternizar ese cálido ensueño de luminosa perfección que está condenado a desvanecerse al poco de hacerse vívido, paradoja de esa idea, como el éxito, que despierta traumáticamente significando esa angustia existencial madridista, que sólo puede conservar vigencia eterna en el lienzo, en la historia.
En Madrid es obligado visitar el Prado, el Tyssen y el Reina Sofía… pero no os olvidéis del otro museo imprescindible, del estadio Santiago Bernabéu, el más épico y lleno de gloria.
El Real Madrid es arte pictórico y global, que abarca todas las emociones y ambiciones humanas, que despierta la pasión, el amor, el arrebatamiento, el odio, la ira, la furia… Es arte contundente, ganador, lleno de matices, capaz de lo sublime en cualquier estilo y sobre cualquier lienzo. Porque nada enorgullece más a un madridista que ver coloreado de verde o rojo el lienzo blanco de su camiseta.
Puedes escribir, medianamente bien, bien o sublime. A esta última categoría pertenece @MrSambo92, es un artículo espectacularmente escrito y maravilloso en su contenido... Queremos más!!
Enhorabuena por el artículo Jorge, ya se te echaba de menos por aquí, como siempre maravilloso análisis y genial tu capacidad para crear paralelismos entre tu amor por el Real Madrid y otras cuestiones dignas de interés, en este caso el arte.
¡Muy bueno! 😉
Muchísimas gracias a las dos, Pili y Lenika, me alegra que os haya gustado este articulito 🙂