Lágrimas bajo el sol

Hay temas manidos, gastados por el uso, comodines a los que solo recurres en días como hoy, cuando estás desesperado y se te agota el tiempo para mandar el artículo. Son esos días en los que el Madrid pierde la Liga y tú lo único que quieres hacer es meterte bajo las sábanas o ver Eurovisión para no pensar en aquello en lo que no quieres pensar.

Son temas como el monólogo final de Rutger Hauer en la película Blade Runner (1982) de Ridley Scott. Sí, ese, el que te sabes de memoria, el que el replicante Roy Batty, encaramado en el tejado, con ese clavo atravesando su mano, buscando de forma desesperada prolongar su vida a través del dolor, recita mientras sus lágrimas se mezclan con la lluvia.

Es un monólogo que lo mismo sirve para empezar a contar unas vacaciones en Benidorm en la sobremesa de una comida entre amigos o una época gloriosa del Real Madrid que ha ido desapareciendo bajo las intensas tormentas de un Valdebebas que, entre tromba y tromba, más que un campo de fútbol parecía parte del inmortal tejado de esa escena final de Blade Runner. Yo ahí, empapado, veía a Zidane, con la mano atravesada, recitando, mientras los títulos se le escapaban como Lágrimas en la lluvia, el famoso monólogo:

“Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir”

Hace unas horas ha terminado un ciclo, se acabó, fin. No volveremos a vivir nada igual.

Yo he visto las mismas cosas que vosotros. He visto a “Ramos, Ramos, Ramos” volar en primavera, a Xabi Alonso correr por la banda mientras su chaqueta bailaba, a Cristiano marcar cientos de goles más bellos que todos los rayos-C del universo, a Lucas Vázquez girar el mundo (nuestro mundo) en un dedo, a Bale marcar cojo y de chilena, a Marcelo señalarse el escudo y llorar.

He visto a Florentino saltar en su asiento y elevar los brazos a Dios. He visto, y aquí todavía me pellizco el brazo al recordarlo, a Zidane —el mejor entrenador de la historia del fútbol— jugarse dos partidos decisivos de Liga y Champions apostando por veinte jugadores diferentes.

He visto a la Juve, al Atlético, al PSG y al Bayern ser eliminados mientras el Madrid convertía árboles ardiendo en astillas, a Pep arrodillado ante atletas altos como castillos, a antimadridistas hablar de flores y a Zidane festejar un gol de una final de Champions con tanta humildad que el molinete de su mano en el aire todavía gira en mi recuerdo.

He visto ganar en el dolor de una epidemia, a la Cibeles vacía, sola, por la responsabilidad de una extraordinaria afición que decidió festejar en sus casas —aunque algunos no lo puedan entender— lo que en otras ocasiones había celebrado con su diosa.

Todos estos recuerdos no se perderán como lágrimas en la lluvia. Serán eternos.

Zidane se arrancará el clavo de la mano, lo meterá en su boca, lo masticará y justo al escupirlo, mientras lo vemos brillar en el aire en una parábola perfecta, mirará al Nuevo Bernabéu y dirá:

Es hora de renacer.

Fotografías Imago.