El viaje no comenzó el martes en la T-1 del Aeropuerto Adolfo Suárez Madrid- Barajas; tampoco con el toque de corneta del entrañable Jan en su rueda de prensa presentada cual circo ante sus acólitos el lunes previo. No; el viaje comenzó en 1.902, y todos los que somos parte de este Club, el mejor del mundo, desde jugadores, directivos y aficionados, no hacemos más que seguir prolongando el legado que año tras año se agranda, por difícil que parezca.
Pero no es menos cierto que en esta gloriosa era moderna que estamos viviendo, somos testigos y actores privilegiados de etapas concretas como estos cuartos de final que nos llevaron a disfrutar el partido de vuelta en la icónica ciudad de Londres.
Temprano en la mañana nos juntamos varios cientos de madridistas, debidamente ataviados con prendas significadas que con esmero y preboste lucimos, y que evidencian que somos los elegidos, los que tenemos la suerte de acompañar al equipo en esta ocasión.
La ilusión de los escolares que marchan de excusión se reproduce en nuestros rostros; las primeras conversaciones se debaten entre la mascletá del Fútbol Club Barcelona, el vídeo —inigualable— de RVTV y, sobre todo, para qué engañarnos, si seremos capaces, otra vez, de desplegar las alas del Rey en su foro europeo.
Tras los primeros cánticos en el avión y la recogida de la entrada en el hotel —esto, por cierto, debería ser revisado a la mayor brevedad, porque es de todo injusto para los aficionados que se desplazan—, ya en el primer paseo (anterior a la inicial y preceptiva pinta)se percibe el inmenso respeto que al Real se le tiene allende nuestras fronteras; todo se adereza con miradas extasiadas, fotos con nosotros, y, sobre todo, multitud de alabanzas y vítores hacia el Real; siempre Real.
La llegada al campo y el calentamiento sobrio y seguro de nuestros jugadores ya presagian nuevo éxito; un día debemos hablar de Courtois, que cuando se dirige al arco en su primer desplazamiento desde la salida de la caseta, debe ser lo más parecido a cuando Napoleón conquistaba territorios; es verlo y confiar. Inmediato.
Si presenciar ese espectáculo de tu equipo es ya un placer difícil de superar, el respeto infinito de aficionados y jugadores del Chelsea hacia el Madrid solo consigue que el orgullo se multiplique
En el campo solo vimos mejor lo que todo aficionado al fútbol —que quiso— comprobó en televisión; que el Madrid emerge y domina a sus rivales al ritmo que quiere; el segundo gol es un homenaje al colectivo, a la ética del trabajo no exenta de brillantez.
Si presenciar ese espectáculo de tu equipo es ya un placer difícil de superar, el respeto infinito de aficionados y jugadores del Chelsea hacia el Madrid —qué casualidad que, de nuevo, en Europa, ni un insulto, ni una mala patada ni tampoco amago alguno de trifulca entre aficionados— solo consigue que el orgullo se multiplique.
Después de una nueva gesta europea que no hace más que confirmar la grandeza del Real Madrid y su reinado en Europa, toca replegar velas; volvemos a casa con una sensación de felicidad que resulta difícil de explicar.
Es el amor infinito por el trabajo bien hecho; el respeto absoluto hacia tu equipo y a los demás, y en definitiva, el compromiso de seguir ensanchando el prestigio de este Club. Es la felicidad por ser madridista.
En días como hoy, uno siente hasta lástima por las hordas antimadridistas. Reconózcanmelo; tiene que ser durísimo vivir en esta era y no haber caído en el lado bueno de la historia. Su odio es comprensible y, quizás, hasta escaso.
¡Hala Madrid!
Getty Images.
La Galerna trabaja por la higiene del foro de comentarios, pero no se hace responsable de los mismos
Un comentario en: La tiranía del Real