En este preciso instante de la historia, en este exacto momento señalado por la providencia divina desde la eternidad para mayor gloria merengue, me veo bajo el imperativo de conciencia de lanzar una larga y estruendosa ovación al grupo de aficionados, héroes ya, que el pasado domingo, durante la retransmisión de la Supercopa, se negaron a abandonar un bar en llamas en mi ciudad natal, La Coruña, en la glorieta de Sabón, por no perderse el partido, teniendo que ser desalojados a la fuerza por la policía local, que se mostró poco partidaria del asunto de las pelotas.
Minutos después de las ocho de la tarde se declaró un incendio en la chimenea del establecimiento, cuyas llamas fueron probablemente avivadas por las imperiales zancadas de Vini Jr, que sembraban a su paso pasión, fuego, y goles. Cuando los bomberos acudieron al local, abarrotado como la plaza del Dúo Sacapuntas, a aplacar las llamas, desalojaron a algunos clientes, si bien un grupo pequeño pero compacto de aficionados, con el mejor de los criterios, se negó a abandonar el bar. La densidad de la humareda en el interior era tal, que este grupo de valerosos luchadores se veía obligado a ponerse de cuclillas para divisar la pantalla por debajo de la gran nube de humo que se suspendía en el ambiente a metro y medio de altura.
La resistencia de estos aficionados, sin duda madridistas en pleno éxtasis, a desalojar el bar en medio de un partido crucial, hizo que los bomberos tuvieran que llamar a la policía local, para que el desalojo se produjera por la vía de la imposición de la ley y el orden. Sin embargo, hasta ese instante en que acataron a regañadientes la decisión de la autoridad competente, nuestra pequeña banda de ídolos resistió, tal vez con paños húmedos en la boca, muchos litros de cerveza por aquello de la hidratación, y dándose ánimos unos a otros, saboreando un festival de fútbol blanco que ya se cuenta como otra de esas noches madridistas de gloria y solaz para la historia.
no puedo sentirme más identificado con estos compatriotas, cuya actitud refleja a la perfección el espíritu de la generación de jugadores madridistas que estamos disfrutando. Su actitud y compromiso es la de todo un Toni Kroos en el partido anterior, respondiendo a los lamentables silbidos que le dedicó el respetable (a veces) con el mejor partido de su vida
Tal vez, entre las llamas, desalojados a empellones, y revolviéndose para evitar que se derramara la cerveza en la salida del bar, se perdieron el último gol de Vini, y el de Rodrigo, y el festival de fútbol que volvió a exhibir Brahim nada más pisar el césped, en otra jugada colosal que terminó con Frenkie de Jong siendo nominado a la candidatura de Mejor Patinadora Artística, y que mereció el premio del gol. Aunque quizá el quinto ya era demasiado para la menor de las finales que jugaremos este año.
Sea como sea, no puedo sentirme más identificado con estos compatriotas, cuya actitud refleja a la perfección el espíritu de la generación de jugadores madridistas que estamos disfrutando. Su actitud y compromiso es la de todo un Toni Kroos en el partido anterior, respondiendo a los lamentables silbidos que le dedicó el respetable (a veces) con el mejor partido de su vida. De haber estado Antonio Rüdiger, habría apagado el fuego a palmadas, como las que propina en la cabeza de sus compañeros cuando alguno marca gol.
Y digo que no puedo sentirme más identificado con el grupo de valientes coruñeses, porque en lo que a mí respecta, en el transcurso de un Madrid-Barcelona, más aún en una final, puede arder el edificio, puede inundarse, pueden invadirnos los alienígenas, puede comenzar otra pandemia, puede haber una amenaza creíble de bomba, o puede estar esperándome la mismísima Mariah Sharapova para ir del brazo a una cena íntima, que no hay ninguna posibilidad de que mis pies desalojen el bar y renuncie a ver el espectáculo del equipo que compartimos, y que tan felices nos hace.
¿Qué hay más importante que disfrutar del Real Madrid ganándole una final al Barcelona? Obviamente nada.
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