La prostitución de las palabras, la degradación de los hechos

El 29 de noviembre de 1899 se fundaba oficialmente el F.C. Barcelona. Un club que rápidamente caló entre amplios sectores de la población barcelonesa y catalana al amparo del crecimiento exponencial de ese nuevo deporte llamado fútbol. Lo que distinguió rápidamente al club del resto de sus competidores fue su vinculación ideológica, por así decirlo, con el catalanismo y con los movimientos políticos populares del momento. Es decir, la voluntad del Barça era ser algo más que un club deportivo para ser una especie de portaestandarte de una cultura, de una forma de ver la vida. De ahí, y no solo por su vocación polideportiva, viene lo de “Més que un Club”. Palabras estas que, junto con otros lemas como ser “el ejército desarmado de Catalunya” (Manuel Vázquez Montalbán) dotaron a la entidad de un corpus identitario con el que mostrarse como una singularidad deportiva.

Y es que el Barça ha sobrevivido en demasiadas ocasiones a un política deportiva errática y a su condición de eterno aspirante al trono a base de reafirmarse en su identidad. Ser fiel a los orígenes está muy bien, pero también puede resultar un lastre que convierte el orgullo de pertenencia en un martirologio victimista que no permite avanzar. Quizás la época dorada de este fenómeno la encontramos en la era Núñez, presidente nada sospechoso de catalanismo radical, pero que usaba sin ambages la llorera antimadridista para justificar todos sus fracasos. “El centralisme”, “La culpa es del Madrit (sí, léase con “t” final)” eran el pan de cada día para convencer a una masa social que, sin embargo, con el paso de los años y cansada de perder, iba comprando cada vez menos estos discursos.

Ser fiel a los orígenes está muy bien, pero también puede resultar un lastre que convierte el orgullo de pertenencia en un martirologio victimista que no permite avanzar

Con la llegada de Johan Cruyff se produce el cambio necesario. El entrenador holandés se empeña en dotar al Barça de algo más que lemas, algo más que palabras y excusas. Con Johan llega un modelo que consiste en querer ser diferente también en el terreno de juego, en traer una filosofía que haga al club reconocible sobre el césped. Una forma de jugar que sea una especie de correspondencia del sentimiento identificativo de la afición. Con ello llegan los triunfos, los choques con una presidencia en las antípodas de la idea, pero también una nueva oleada de palabras que acabarían por ser casi tótem intocable. “ADN”, “filosofía de ataque”, “juego de posición (más tarde convertido en la infame expresión tiki-taka)”, “método”, etc. Conceptos que acabarían transmutando en uno solo que lo resumiría todo: “Valors”.

Los “Valors” no deja de ser otra forma de posicionamiento ante el mundo. Otra forma de decir que estamos ante un club genuino al que no solo le importa el qué sino el cómo. Una filosofía que alcanzaría su cénit en la era dorada del binomio Laporta-Guardiola después de algunos tiempos oscuros (Gaspart) y una constante evolución de la idea en manos del infravalorado Frank Rijkaard. A partir de aquí no obstante observamos algo que es inevitable en cualquier ciclo histórico de cualquier índole. Después de la gloria llega la decadencia. La clave está en cómo afrontarla: desde la nostalgia o desde la innovación. Por desgracia el Barça optó por la primera, por una operación de maquillaje, por un shuffle de Kansas City donde se nos hacía mirar hacia un lado mientras se hacían todo tipo de tropelías que contravenían todo aquello que se presumía defender.

La clave está en cómo afrontar la decadencia: desde la nostalgia o desde la innovación. Por desgracia el Barça optó por la primera, donde se nos hacía mirar hacia un lado mientras se hacían todo tipo de tropelías que contravenían todo aquello que se presumía defender

En lo deportivo se seguía con la cantinela del modelo mientras se pervertía con fichajes dudosos, se desballestaba la cantera y como diríamos aquí “a cada bugada perdiem un llençol”. Pronto el tan cacareado sistema acabó por ser una caricatura solo sostenida en parte por la genialidad de Leo Messi pero que no servía para evitar los naufragios europeos. Por si fuera poco, el código ético asociado a los “valors” se iba desintegrando en manos (o en los pies) de jugadores teatreros, declaraciones desafortunadas y actitudes poco o nada edificantes en lo deportivo.

Por si fuera poco, y hablando una vez más de ética, el club quedaba en manos de unos gestores, por así decirlo, empeñados en destruir una buena imagen pasada. De Unicef a tratos con una dictadura como Catar, de valorar el trabajo con los canteranos a fichar vía comisiones a brasileños random. Por no hablar de fichar con estrategias dudosas que acabarían con el club oficialmente acusado de evasión de impuestos. Si sumamos también el espionaje de jugadores, campañas difamatorias desde dentro y otros asuntos que aún están en manos de la justicia dejan un panorama donde la defensa de los “valors” se convierte en algo casi ridículo y esperpéntico.

El Barça se enfrenta a un panorama donde la defensa de los “valors” se convierte en algo casi ridículo y esperpéntico

Así pues podemos hablar del Barça como un constructo deportivo, moral e ideológico. Se podrá estar de acuerdo o no (personalmente yo me posiciono a favor) con esta filosofía, pero esta se convierte en algo indefendible cuando los actos no solo no refrendan las declaraciones sino que las contradicen a cada instante. Cuando se nos dice que el Barça necesita volver al modelo no puedo estar más de acuerdo, pero lo importante es saber si será solo otra vuelta de tuerca en la perversión de la idea original o si se hará realmente un esfuerzo en pro de la ejemplaridad. Porque sí, yo creo que la idiosincrasia es fundamental (en el Barça, en el Real Madrid o en la Rapitenca) para mantener la identidad y no convertir aquello que nos hace soñar en una fría franquicia sin personalidad. Ahora solo falta pasar de las palabras a los hechos.

Fotografías Imago.