Oscilante entre la ambición europea y la regularidad nacional, la pauta blanca ha sostenido durante decenios una continuidad memorable, con lagunas propias de la actividad deportiva y otras ajenas, como el desgraciado asunto negreroide. El Real Madrid de estos lustros vuelve a canalizar su impecable energía hacia rendimientos sobresalientes, y allá por donde pisa no crece la hierba rival.
Y he aquí que nos han regalado una magnífica liga, competición de la que soy fanático, epítome de la excelencia continua, de esfuerzos casi permanente, que obliga a dar el callo como un currante, acercando así este deporte a la actividad vital de cada vecino. Y es de agradecer que aquellos que son favorecidos por la fortuna cumplan a diario con su obligación, alegrándonos de esta forma las nuestras, con frecuencia más rutinarias, qué quieren ustedes que les cuente, tanto añoro estar más bajo que la primera fila, pisando la arena del circo.
No deja de sorprenderme el club de mi corazón, capaz de regenerarse sin pausa, casi de forma exagerada de tan desmedida. Un día el equipo de baloncesto, hoy el de fútbol que se ha llevado esta competición con facilidad aparente, demostrando una superioridad infinita. Lo más sorprendente de este gran equipo de Ancellotti radica en la vuelta de tuerca que han dado a la pauta tradicional: ganar a cualquier precio.
Pues bien, el precio lo han elevado hasta la abundancia extrema, pues este equipo veterojoven puede defender con pocos o muchos y atacar en iguales números y con diferentes formaciones, dejando en el tintero la remontada para cuando fuera preciso. Una temporada de conciertos continuos, pasando del barroco al clasicismo, sin olvidar el mundo contemporáneo, pues la mayoría de sus jugadores apuntan al futuro con descaro dominante.
Y así, es un disfrute permanente, un placer sentarse en el nuevo Coliseo o frente a la pantalla, pues nunca sabes lo que te espera y cada noche es un estreno fantástico, que la palabra se une con fantasía, con lo que es difícil o imposible de imaginar. Y qué quieren que les diga, pues vivimos un momento más dulce que un dátil de Mazafati o de Medjool, así que paladeemos sin despreciar un instante, sin perder la conciencia de estar viviendo momentos casi mágicos.
Porque magia parece lo que ejecutan estos jugadores, como un bloque de hormigón, como un junco elástico. Donde reina la amistad, las sonrisas y la generosidad, en la que los egoísmos no llegan a brotar porque el ambiente y el entrenador los pulveriza. Así que vaya mi enhorabuena más sincera a todos por esta Liga, por hacernos felices, por regalarnos una época histórica. Y enhorabuena al Bernabéu, a los aficionados que han apoyado cada jornada con el aliento constante y severo de quien aspira a ganar todo aunque se conforme con el esfuerzo máximo. Un título más, que el ¡Hala Madrid! se incruste esta noche entre las estrellas de la capital.
Después de unos cuantos años entregado a la causa blanca, creo que estoy en disposición de afirmar que el escudo y la camiseta blanca empoderan al que los porta oficialmente. Claro que lo normal en el club deportivo más prestigioso es contar con los mejores deportistas, pero es que además enfundarse la camiseta la oficial te otorga un plus. Cada vez lo tengo más claro. Y espero que ese sello particular y característico lo siga teniendo.