Acompáñame en esta triste historia: ayer fue mi particular Día D, un cincuentón calvo que ya ha jugado sus mejores 20 partidos, apostado en la Playa de Omaha. Un día de mierda en el trabajo, problemas sobre problemas, quise enfrentarlo con senderismo (del deporte también se sale). Solo recuerdo a mi hija llamando a mi esposa, mi tobillo hinchándose como un globo y yo en medio del campo aguantando la lágrima. Al llegar a casa, perdíamos de 16. Ducha, ibuprofeno y a dormir con la pierna estirada.
Como con el gato de Schrödinger, siempre juego a ser yo quien averigüe un resultado incierto, como si, plenipotenciario, tuviera el poder de decidir sinos y destinos. Esta vez la radio me recordó mi poca fe. El Real Madrid me reservaba una sonrisa antes de dormir, en la que no creí. Ser madridista es eso, un puto estado de felicidad metido en una caja. Ábrase.
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