Os presentamos uno de los cuentos finalistas de nuestro IV Certamen de Cuentos Madridistas de Navidad. El ganador se dará a conocer mañana, día 24 de diciembre, a primera hora de la mañana.
Era la primera navidad que Rodrigo y su familia pasaban fuera de casa. Al menos que él recordara. Aunque con escasos siete años tampoco es que recordara muchas. A pesar de que se encontraba cansado casi todo el tiempo y que sus padres no estaban del todo felices, a Rodrigo le gustaba el ambiente de aquel sitio: le traían la comida todos los días, la gente era muy simpática con él y su hermano y, lo más importante de todo, en aquel recinto imperaba el color blanco, su color favorito, el color de su alma, de su corazón y de su equipo de fútbol. Era cierto que no era su casa ni un lugar de vacaciones, pero también que uno no podía estar triste cuando había recibido la noticia que había recibido Rodrigo unos días antes.
—¿Cómo que no vamos a tener regalos de navidad el día 25? —Habían exclamado Rodrigo y su hermano Alonso casi a la vez con indignación ante las palabras de su padre.
—¡Pero si me he portado mucho mejor que el año pasado! ¡Mira mis notas! —había gritado más que dicho Alonso mientras las rebuscaba en su mochila con avidez.
Su padre sonrió ante la reacción de sus hijos, que no le habían dejado ni terminar la frase, y levantó una mano para continuar. Cuando su padre levantaba una mano había que guardar silencio. Era eso o irte al dormitorio castigado hasta a saber cuándo. Aunque en ese lugar no había otro sitio al que ir, los dos hermanos se callaron. Y entonces su padre les explicó: ese año iban a recibir sus regalos el 26 porque ese día iban a recibir una visita muy especial. Algunos jugadores del Real Madrid iban a venir a pasar un tiempo con ellos, entre ellos Rodrygo, el ídolo de su casi tocayo. Rodrigo y Alonso habían saltado abrazados juntos, celebrando aquello más que un gol en Champions, olvidándose por completo del resto de regalos que pudieran haber pedido.
Desde que su padre les había dado esa sorpresa, Rodrigo no hacía otra cosa que pensar en el encuentro con su ídolo. Le hablaba a todo el mundo dispuesto a escucharle de su “regalo” navideño, al chico que le traía la comida, al chico que venían a sacarle sangre, al payaso con bata que le preguntaba todos los días cómo se encontraba… Que todos vistieran de blanco facilitaba la conversación. Era como si estuviera rodeado de madridistas.
Rodrygo era el jugador que había despertado en Rodrigo su madridismo o, más bien, el verdadero significado del madridismo. Era el jugador que le había enseñado realmente lo que significaba el club vikingo. No es que Rodrigo no fuera madridista desde que nació, pues su padre bien se había encargado de ello; pero hasta su epifanía el pequeño no había hecho otra cosa que ponerse la elástica blanca antes de cada encuentro y celebrar los goles del Madrid cuando correspondía. Como si fuera un simple ritual. Pero el madridismo no iba de simples rituales y eso Rodrigo lo aprendió en los choques contra el Chelsea y el City. Habían visto esos partidos el primero en el Bernabéu y el segundo en casa de los abuelos con toda la familia y varios amigos. Ya el ambiente de ambos días hacía intuir a Rodrigo que no estaba viendo unos partidos cualquiera, pero la explosión de felicidad que desataron los goles de Rodrygo no tenía nada que ver con la cotidianidad de los partidos del Madrid. Los abrazos de su padre y su hermano, la alegría desaforada de la gente, el rugido del Bernabéu, la rabia contenida y por fin desatada de la afición…
No, definitivamente aquello era otro rollo. Otro rollo al que se sentía muy afortunado de pertenecer. Si el Madrid podía despertar en la gente sentimientos tan indescriptiblemente inmensos, puros y hermosos, ¿cómo no animar hasta morir a aquel club?
El día de navidad seguramente fue el día más largo de la vida de Rodrigo, que por mucho que intentó seguir el consejo de su padre de entretenerse para quemar rápido el tiempo, no podía parar de mirar la hora con la esperanza de que el reloj le mostrara que el día estaba llegando a su fin. Jugó a videojuegos, vio varios vídeos de highlights de jugadores del Madrid y antiguos partidos de cuando el Madrid tenía 6, 7 u 8 Champions, echó un vistazo a las redes sociales de los jugadores, alzó la vista al reloj y… Nada. La una de la tarde aún. Era como esperar el pitido final de un partido sufrido y aquel tardó en llegar por lo menos 30 horas, según concebía Rodrigo el tiempo aquel día.
Tampoco es que hubiera mucha diferencia cuando por fin se acostó, pues pasó de contar los segundos durante el día a hacer lo propio de noche, sin que los nervios le permitieran conciliar el sueño hasta que, no alcanzó a ver a qué hora de la madrugada, finalmente el cansancio se impuso y le acabó por cerrar los párpados.
Cuando abrió los ojos, comprobó con estupor que eran casi las doce de la mañana. Su padre le sonreía desde el fondo de la habitación.
—No me habré perdido la visita, ¿no? —preguntó Rodrigo aterrado, casi pegando un bote de la cama, pese a lo exhausto que se encontraba.
—Buenos días, hijo —le dijo su padre, recordándole que lo primero era lo primero.
—Buenos días, perdón —respondió levemente avergonzado.
—No te has perdido nada, tranquilo —dijo su padre, con su sonrisa de siempre —. Vienen más tarde. Mientras tanto, ¿por qué no vas abriendo tus regalos?
Rodrigo dirigió la vista hacia los paquetes y enfiló hacia ellos cuando reparó en su hermano mayor. No había ni rastro de la voluminosa mata de pelo rubio que tanto le hacía destacar allá donde fuera.
—¿Y tu pelo? —Le inquirió Rodrigo, casi avergonzado por sentirse la causa del cambio de look de su hermano.
—Es para que nos lo dejemos crecer a la vez cuando… ya sabes. —Dijo mientras Rodrigo sentía de repente una oleada de algo que no sabía si describir exactamente como gratitud, amor fraternal o una mezcla de ambos—. Además, forma parte de tu regalo. Es ese, ábrelo.
A pesar de que sentía su cuerpo con pocas fuerzas, abrió el paquete con rapidez, arrancando el papel a tirones para encontrarse con unas prendas de tela que en un principio le dejaron descolocado.
—¿Qué es esto…? —preguntó justo un segundo antes de reconocer la ropa. Era el traje de un superhéroe.
—¿Recuerdas la serie que vimos? Ese superhéroe que vencía a todos los bichos malos…
—De un puñetazo —concluyó Rodrigo. La recordaba muy bien y hasta creía entender el regalo que le estaba haciendo su hermano. El superhéroe de esa serie parecía ser un simple chaval calvo y enclenque del que nadie esperaba nada, pero que guardaba un poder invencible en su interior que le hacía el ser más poderoso del universo. Su hermano siempre bromeaba con que Saitama, así se llamaba el superhéroe, era el Real Madrid de los superhéroes cuando comenzaba la Champions y los favoritos siempre eran otros equipos.
—Para que cuando te enfrentes a tu bicho también lo revientes de un puñetazo —explicó Alonso justo antes de que su hermano se abalanzara hacia él aprisionándolo en un abrazo.
No solían mencionar a su “bicho” delante de sus padres porque era un tema que enrarecía el ambiente y entristecía a todos, especialmente a su madre. Precisamente su madre le estaba mirando en ese momento, con esa sonrisa triste que solía vestir desde que los hospitales empezaron a formar parte de su vida.
—Ahora abre el nuestro, cariño —dijo señalándole un paquete bastante grande, mientras Rodrygo terminaba de ponerse aquella capa tan fea de superhéroe.
Casi tardó menos en romperlo que el anterior. Dentro había dos cajas: una pequeñita y una de algo más de medio metro de altura. En la primera había una medalla dorada como las que recibían los jugadores que ganaban una Champions y en la segunda había…¡una copa de la Champions League!
—¡WOW! ¿Y esto? —Exclamó, emocionado.
—Bueno, eres un campeón, ¿no? —Se limitó a explicar su padre, como si no hiciera falta más.
—Además, vas a ver a algunos campeones hoy. Así podréis haceros la foto que os merecéis juntos. —Apuntó su madre con su sonrisa de ojos tristes.
La verdad era que aquellos regalos lo habían emocionado tanto que casi se había olvidado de la visita. Y quizás le vino bien porque a saber lo que habría hecho al ver a su ídolo entrar por la puerta si no hubiese estado tan relajado y feliz como había quedado tras abrir sus regalos. En lugar de eso, la recepción fue tranquila. De alguna extraña manera, fue como si se tratara de una visita de unos viejos amigos.
Por la puerta fueron entrando Rüdiger, Tchouaméni, Carvajal, Nacho y… ¡Rodrygo! No podía creer que estuviera saludando como si nada a aquellos jugadores cuando vio que también entraban algunos jugadores del Atlético de Madrid: Koke, Saúl y Llorente. Miró a su padre de soslayo y este le devolvió la mirada con esa sonrisa suya multiusos que en esa ocasión significaba advertencia. “Siempre hay que respetar a los rivales” —le había enseñado desde muy pequeño—. “Dentro del campo dándolo todo y fuera de él dando la mano, haya pasado lo que haya pasado dentro.” Saludó con la mejor educación posible a los tres, aunque finalmente no pudo resistirse y preguntó por lo bajo a Marcos Llorente:
—Sigues siendo madridista, ¿verdad?
Marcos sonrió con ganas, se llevó el dedo índice a los labios y le guiñó el ojo en un gesto de complicidad.
Los tres del Atleti fueron los primeros en irse, pero los jugadores del Madrid se quedaron algo más de tiempo, mostrando una amabilidad y paciencia infinita a la hora de realizarse diferentes fotos con la familia, posando con la Copa de Europa recién adquirida por Rodrigo. Tchouaméni incluso bromeó con llevársela a casa alegando que él todavía no tenía ninguna. A Rodrigo le sorprendía ver lo cercanos que eran todos. Era casi como si estuviera en el campo de fútbol con ellos, como si fueran compañeros de equipo. Incluso Rüdiger, que daba mucho menos miedo en persona que en la tele.
Además, lo que más le gustó a Rodrigo fue que ninguno de ellos le trataba como solían hacerlo el resto de personas, siempre con esa actitud piadosa. Rodrigo estaba acostumbrado a ser una persona animada y que animaba a los demás, a sus amigos o compañeros de clase y equipo, de modo que generar sentimientos negativos en los demás era algo que le ponía enfermo. Por eso le encantó ver que ninguno de sus invitados dejaba de sonreír en toda la visita.
Cuando parecía que ya se iban a ir, Nacho sacó una camiseta del Real Madrid con el 11 de Rodrigo a la espalda y le explicó que la habían firmado todos los jugadores de la plantilla. Mientras sus padres le agradecían el gesto, Rodrigo pudo acercarse un poco a su ídolo y contarle lo mucho que le admiraba y las infinitas veces que había visto sus goles repetidos. Incluso le mostró un vídeo en el que su hermano y él reaccionaban a su doblete ante el Manchester City.
—¿Tú también juegas? —le preguntó el delantero brasileño.
—¿Tanto se me nota?
Aquello le sacó una carcajada auténtica a su ídolo, que se repuso enseguida y contestó:
—A los buenos se nos nota siempre, sí —dijo con su acento brasileño—. ¿De qué juegas?
—De delantero, claro, como tú. Llevaba 15 goles la temporada pasada. Hasta que… tuve que parar.
Pensó que Rodrygo se iba incomodar por poner una nota triste en la conversación, pero en lugar de eso, le preguntó:
—¿Y cómo celebras los goles?
—No lo sé. A veces así y a veces asá. Aunque… —continuó tras meditar un instante— cuando marque el próximo lo celebraré así —dijo lanzando un puñetazo al aire como si fuera el superhéroe de aquella serie.
—A ver, ¿cómo?, ¿me enseñas a hacerlo bien? —preguntó Rodrygo, con interés real, intentando repetir el gesto.
—Sí, claro, mira —dijo Rodrigo repitiéndole más lentamente el gesto.
—El próximo gol que marque lo celebraré así… —le aseguró el brasileño
—¿En serio? —exclamó Rodrigo entusiasmado.
—...pero me tienes que prometer…
—Lo que sea —lo interrumpió sin pensar Rodrigo.
—...que así celebrarás tu primer gol cuando juegues en el Real Madrid.
Rodrigo sonrió de oreja a oreja.
—Eso está hecho —le aseguró.
—Y le tienes que pasar el balón a mis hijos, ¿eh? Hay que dar asistencias también.
La sonrisa de Rodrigo se ensanchó más aún si cabe cuando Rodrygo le ofreció la mano, éste se la estrechó y así quedó certificado el trato. Del subidón de emoción que sentía no se le esfumó ni un ápice a lo largo del día. Se fue a la cama sintiéndose completamente agotado, con su cuerpo más débil que nunca, pero con su mente absolutamente exultante. Recordó lo que le había costado dormirse el día anterior y sonrió al pensar que seguramente esa noche le iba a costar bastante menos quedarse dormido.
Un intenso fulgor cálido lo envolvió con tal vigor que no acertaba a distinguir si tenía los ojos abiertos o cerrados. Probó a abrirlos y la claridad era tal que no conseguía vislumbrar nada. Conforme aquella potente luz se iba disipando, acertaba a ver que estaba en un campo de fútbol y, además, casi en primera línea de la grada. Su hermano le había dicho alguna vez que algunas personas soñaban cosas que luego se hacían realidad y cuando Rodrigo vio salir al campo a los jugadores del Madrid y del Atlético, pensó de inmediato que eso era lo que estaba haciendo: estaba soñando con el partido de semifinales de Supercopa de España. Sí, debía ser eso.
Se relajó y se limitó a disfrutar del partido como nunca. Animó al equipo y celebró como un loco el primer gol del partido, que como no podía ser de otra forma, lo marcó Rodrygo. Rodrigo contuvo la respiración unos instantes y contempló emocionado cómo el brasileño se acercaba a la zona de la grada en la que estaba y saltaba lanzando un puñetazo al aire.
No pudo contener las lágrimas de felicidad al ver la promesa cumplida de su ídolo, y más cuando al segundo siguiente, Rüdiger le pasaba algo al brasileño y este lo alzaba mostrándolo a la grada: era una camiseta blanca con el once, pero no ponía Rodrygo, sino Rodrigo. Luego, la depositó cuidadosamente en el campo, y señaló al cielo con los dos índices. Rodrigo, más pleno de felicidad de lo que se había sentido en toda su vida, lo vio alejarse, algo confundido por ese último gesto. Mientras notaba cómo el fulgor brillante lo envolvía de nuevo, sólo podía pensar en que estaba deseando despertar para contarle a su familia que Rodrygo le había dedicado un gol…
Dedicado a todos esos jugadores que invierten una pizca de su tiempo en hacer felices a esos pequeños héroes que están afrontando los momentos más complicados de su vida.
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Otro 9,90. Enhorabuena también por tu cuento.
Muchas gracias, Mrs. Maisel. Un abrazo y feliz navidad.
Despues de leer todos los relatos y con independencia de quien gane, será en todo caso merecido.
Sugiero a La Galerna que con estos relatos, y los de ediciones anteriores, edite un libro.
Abrazos madridistas y Feliz Navidad a todos.
Un abrazo y feliz navidad.
Magistral .
Muchas gracias.
Muchas gracias por el cuento,es muy emotivo,no sé cómo será el ganador pero este podría haberlo sido seguro.
Y muchas gracias a mi padre, allá donde esté, por llevarme un día al Santiago Bernabéu y hacerme madridista y a la galerna , por ser el único medio en el que los madridistas podemos disfrutar ,informarnos y entretenernos.
Feliz navidad a todos !!!
Michas gracias, Antonio. Me alegro de ver que ha gustado tanto. Feliz navidad y hala Madrid.
Para escribir así hay que tener un corazón (blanco) noble. Gracias y enhorabuena.