Se murió Maradona y con él ha muerto también un modo de concebir el fútbol. Me refiero no ya como negocio sino como idea. Con Maradona también se ha muerto el hincha, que era el enamorado del fútbol: el hincha de un equipo, el hincha de un club, el que puede cagarse en las muelas hasta del utillero en caso de derrota, pero que ofrecerá siempre su amor incondicional al domingo siguiente. Lo ha descrito muy bien Antonio Díaz en Tuiter, en la mejor despedida a Maradona que he leído desde el miércoles. «Maradona proporcionó una patria, una fe y una guerra a los don nadie. Le dio a la gente un motivo para no querer morirse antes de tiempo». Esta noción del fútbol como una manifestación del amor, como una causa personal, identificación tribal, ciega, devoción propiamente dicha, está en vías de extinción y la muerte del individuo que se transubstanció en una nación es como una forma de certificarlo. El fútbol como «forma de hacer la guerra por otros medios» que se decía antes ha pasado a mejor vida, quizá otro indicio más de la enebeaización del juego de la vieja Europa. Quizá otro indicio más de la muerte de Europa, continente viejo y apolillado.
Que el Madrid perdiese a los tres días, otro hecho luctuoso, dio pie a otra escenificación de esta transformación, evidente en las redes sociales, que son la vanguardia de la revolución, como el Partido en la teoría comunista. El hincha convertido en cliente. Y desde chicos se nos ha dicho que, en los trabajos de cara al público, el cliente tiene la razón. Como tal, el hincha, degradado a mero consumidor, ya no ama incondicionalmente (lo que implica que tampoco se cabrea como una mona, erupción del volcán del amor que siempre acaba en el regreso al objeto amado, en la dulce sumisión, en el manque pierda) sino que analiza. Disecciona, con el alma fría de un cirujano.
Con Tuiter, un podcast, un canal de Youtube o un blog, no ya es que cualquiera pueda sacarse de la vanidad el entrenador que lleva dentro, sino que el fútbol mismo, tal y como lo conocimos, muta en otra cosa. El hincha ahora es analista, opinador, experto, intérprete, exégeta, hermeneuta, voz autorizada, cliente insatisfecho y consumidor cuya lealtad hay que conquistar partido a partido, pues la competencia es amplia y feroz en un mercado global. Es decir, el hincha es ya de todo menos un hombre enamorado, que es lo que era antes el hincha. Por si fuera poco, habla muy raro. Se expresa en un lenguaje artificial, incomprensible, que no comunica, que no ahorra en metraje morfosintáctico y lexicosemántico. Un lunfardo, en una palabra, que no entiende más que una casta de arúspices, y que se ha apoderado de todo. El fútbol, poseído por un sesudo cientifismo, se cuenta tan mal como antes, con el «periodismo de bufanda», del que ahora todos reniegan aunque la cabra siempre tire al monte, incluso en los más excelsos platós y en las más asépticas revistas. Pero ocurre que al menos el bufandeo parecía de verdad, porque se parecía al futbolero de antes, que de bloques altos no sabría, pero sabía cuándo su equipo jugaba bien, o jugaba mal.
Es decir, el hincha es ya de todo menos un hombre enamorado, que es lo que era antes el hincha. Por si fuera poco, habla muy raro. Se expresa en un lenguaje artificial, incomprensible, que no comunica
El aficionado-cliente es «exigente», es decir, hace «autocrítica». Esto de la autocrítica es importante. Al Madrid de Zidane no paran de hacerle autocríticas todos los días. Esto no es nuevo. También el año del doblete (sólo hace tres, pero es como si estuviéramos hablando del siglo V aC, de la Atenas de Pericles) las autocríticas caían como granizo tras cada partido. La eterna insatisfacción del madridismo («el madridismo es muy exigente, como el público de Las Ventas», otra flatus vocis) que antes se quedaba en atmósfera enrarecida del estadio, ahora gobierna las almas cada día, cada hora, gracias al fuel continuo de los mapas de calor, las estadísticas más variopintas y el desciframiento de frames de vídeos donde la «transición defensiva» y la «transición ofensiva» son desmenuzadas con profusión de flechitas de colores.
De lo que se deduce que el aficionado-cliente, el consumidor gourmet del fútbol moderno, es también un estudioso talmúdico. Siglos reinterpretando las Escrituras, semanas que son milenios descuartizando saques de banda.
Todo esto trasluce un desarraigo, una distancia emocional con el juego, con los equipos, con los símbolos, que no sé yo hasta qué punto no estará condenando al fútbol a una desaparición más o menos inmediata. Las adhesiones se elevan como el humo de una chimenea, hacia el cielo de lo abstracto, de los ideales. La gente ya no es de tal o cual equipo, la gente es del que «juega bien», del que «hace disfrutar» viéndolo. Como a todo lo que se despoja de misterio, como la monarquía, la religión o las grandes ideas, como a todo lo que acaba sometido a la explicación absolutamente racional, al fútbol le puede pasar que llegue un día en el que la gente se pregunte por qué sigue viendo los partidos, olvidadas las identidades, esa cosa populista del pasado. El fútbol hiperexplicado, sin gente en las gradas y desvirtualizado por unas reglas VAR absurdas, está escindiendo la dualidad primigenia sobre la que se asienta el fenómeno de masas, la del supporter - club. Cuanto más lejos está el santo, más grande la devoción.
El fútbol hiperexplicado, sin gente en las gradas y desvirtualizado por unas reglas VAR absurdas, está escindiendo la dualidad primigenia sobre la que se asienta el fenómeno de masas, la del supporter - club
El fútbol, alejado de lo inefable, que es lo que no se puede contar (o sea, explicar), se convierte en un «deporte», por fin, de modo que lo importante no es asolar el poblado del vecino y raptarle a sus mujeres sino «jugar bien». «Construir». La importancia de este verbo en el fútbol explicado de nuestros días habla bien a las claras de la transferencia que se ha producido en la psique del aficionado: no se trata de ganar, sino de construir, que es el jogo bonito antiguo, luego tiki-taka, pasado por el tamiz mecanicista del periodismo-narración contemporánea. Si el fútbol tiene unas leyes materiales que pueden deducirse e interpretarse, separando cada una de las piezas que componen el todo orgánico del balompié, entonces se pueden establece teorías acerca de su funcionamiento. Se puede alcanzar el nirvana guardiolista del fútbol como categoría moral a través la suma de sus componentes. Esto sólo sirve, naturalmente, si de toda esta pseudociencia se elimina el ambiente, el azar, el factor humano, lo anímico, el pathos, todo lo que se traduce en una palabra: imprevisibilidad, característica fundamental de la naturaleza del fútbol cuando, en lugar de ser un sport, era sencillamente un juego, un simulacro relativamente no sangriento de la guerra y, por lo tanto, una tragedia.
El hincha defendía lo suyo, precisamente porque era suyo. El club era una extensión de su familia, un amigo. El aficionado, en cambio, se identifica con el esquema de juego, lo mismo mañana el del Atalanta, que pasado el del Leipzig. Ama «el fútbol», pero como decía Dostoievski, si se ama a todos los hombres que hay en la tierra, en realidad no se ama a ninguno. No se puede.
Y el fútbol, reducido a mero negocio, a otro deporte más, sin mística, sin rituales, sin magia, entra de lleno en el mismo mercado que los demás deportes de masas: baloncesto, tenis, rugby, hockey sobre hielo, béisbol…¿qué lo diferencia de todos los demás? Porque, siendo honesto, sin el drama, el fútbol, y más videoarbitrado, es un juego poco atractivo, menos aún para el público tiktokero fagocitador de imágenes de minuto y medio que se supone ha de tomar el relevo de los hinchas.
Este trasvase de sentido, este ir del mito al logos, seguramente deje fuera del negocio a mucha gente. A mí el primero. Entradas más caras, camisetas más caras, finales más lejanas; Europa se empobrece y el fútbol se acopla al movimiento centrípeto que está llevando al mundo hasta el sudeste asiático. Que es donde está ahora el dinero. Seguramente sea la evolución natural, pero el gran salto adelante viene envuelto en una música que más parece ruido, con equipos desnaturalizados, a un paso de convertirse en franquicias a las que es posible, cientos de millones de euros mediante, llevar de un sitio a otro. Si es posible jugar un Mundial en Qatar o levantar un Louvre en Abu Dhabi, si se puede jugar la final de la Champions en Nueva York o plantear un Betis-Getafe en Cleveland, ¿a cuánto estamos de ver al Madrid afincarse, por ejemplo, a orillas del Mar Rojo, por mil millones de euros por temporada! ¡Así se podría competir con el PSG y el City y fichar, por fin, a Mbappé! Al que se verá como un holograma desde las viejas pantallas de las antiguas tascas, reconvertidas seguramente en comedores sociales.
(Al que se verá como un holograma desde las viejas pantallas de las antiguas tascas, reconvertidas seguramente en comedores sociales.)
Absolutamente brutal D. Antonio
Totalmente de acuerdo con el artículo.
Dos apuntes: en la imagen con el campo de fútbol, parece que hay espermatozoides en su carrera por fecundar al óvulo. No sé si será algo freudiano. (Es broma).
El segundo es que no recuerdo esa imagen de Zidane enfurecido. ¿Alguien podría dar más datos?
Yo también quiero saber más de esa imagen de Zidane. Me ha encantado ver al Jardiner mirando de reojo la furia zidanesca.
El artículo muy, muy bueno. Y la foto de los dos mendas ¡por Dios!
Habiendo algo de verdad es lo que escribe Fantantonio, confunde la autocrítica con la crítica, a los aficionados del Real Madrid con los de los demás equipos, y a los piperos con Twitter con buena parte de la afición madridista.
Excelente artículo, como siempre.
Esos dos "pichis" de la primera foto, los hinchas, me retrotraen a la época de Juan Gómez, que era un jugador, pero también un hincha, y se ponía la gorra blanca con ese mismo aire de chulo que castiga. Ya no hay jugadores así. Ahora tienen redes sociales.
La foto en la que Zidane pone en su sitio a un tiquitacatero blau grana me sugiere la misma reacción, sustituyendo a los jugadores del Barça por los audaces reporteros que comparecen en las ruedas de prensa de Valdebebas.
Pero luego vuelvo en mí y me doy cuenta de que no es posible. Las videoconferencias no lo permiten, y hasta los exabruptos se emiten a la debida distancia de seguridad.
Una de las cosas que más detesto de las retransmisiones por tv de los partidos del Madrid, además de la ausencia de público, es esa novedad tecnológica de los circulitos con flechas que rodean a los jugadores, convirtiéndolos en protagonistas de un video juego. Ahora, además, para entorpecer más la visión, unas zonas de color anaranjado marcan el camino de los jugadores. Lo primero que pensé es que mi tele tenía ya demasiados años y empezaba a fallar.
Luego me di cuenta que era un alarde tecnológico, cuyo objeto no comprendo, salvo que sea para jorobar al espectador indefenso.
Quiten esa mierda, o por lo menos no lo pongan en directo. Entorpece la visión del juego, que es lo que importa. Déjenlo para los sesudos análisis del día después del día después del día siguiente.
Ya hemos tenido una supercopa de España en la penísula arábica, así que no está tan lejos el que juguemos a las orillas del Mar Rojo. Ojalá no caigamos en el Mar Muerto.
Tal y como están las cosas, casi echo de menos el abominable tendido siete de Las Ventas/Bernabéu con sus exigentes hinchas. Allí, por lo menos, los jugadores no estaban presos de circulitos virtuales.
Saludos.
No acabo de entender la razón por la que el algoritmo tiene mi comentario pendiente de moderación desde hace cuatro días.
Desde luego yo no puedo ser más moderado de lo que soy habitualmente.
Así que no voy a moderar mi comentario pendiente de moderación, ya de por sí moderado.
Si es porque pido que quiten esa "mi--da" tecnológica de la retransmisión por tv, quizá debí sustituirlo por basura, desperdicio, detritus, excrecencia biológica ...
Si no fue por eso, se me escapa cuál es el criterio. Yo creía que bastaba con no ofender a nadie.
Saludos.
Tiene razón. Me he descojonado, caballero.
Estoy completamente de acuerdo con tu articulo, expresa gran parte de lo que reflexionó siempre que vienen dificultades. El problema de nuestro club son sus aficionados, que al mas mínimo desafío o crisis se vuelven antimadridistas y haters contra todo y todos quienes están en su club, siempre es lo mismo, se disfraza con exigencia como si los demás equipos no quisieran ganar, se habla de cosas que no entienden como vender a tales jugadores y fichar a otros jugadores, no ven que nuestro club ha ganado 13 copas de Europa pero también ha perdido muchisimas mas, lo mismo con las ligas, hace falta tener perspectiva y pensar un poco mas las cosas, obviamente a nadie le gusta ver a nuestro equipo perder y por supuesto que se puede criticar constructivamente, pero hay que entender que el futbol es así y cualquiera que haya pisado una cancha lo sabe. Vamos a apoyar Hala Madrid.
Más que una reflexión sobre el hincha del Madrid és una reflexión sobre el fútbol que conocemos y el que viene, o mejor dicho ya ha llegado. Cómo mantener la pasión cuando ni el propio protagonista con el balón, que es el futbolista, la tiene? Si el futbolista valora al club dependiendo de la oferta contractual que le ofrecen? Si el club valora al aficionado y al socio según el importe que abone para el pase o compre en taquilla? Si enfocan horarios y fechas para el espectador televisivo?
Aquellos que ya disfrutábamos del fútbol en los años 80 y 90....lo que podíamos... Ya que al vivir lejos de Madrid, sólo cuando de vez en cuando lo retrasmitian. Tirabamos de radio los domingos.
Cuando el peso en los presupuestos de las taquillas y de los abonos pasaron a un segundo o tercer plano, y fueron sustituidos por los ingresos televisivos, merchandising, etc...
La importancia del hincha es menor, cada vez menor... Se nos fue ese fútbol romántico por uno más comercial.
¿Cualquier tiempo pasado fue mejor?... Quien sabe...
El artículo es un montaje predeterminado para criticar a una parte del madridismo. Poco más. Llevo yendo al Bernabéu desde que tenia 10 años y el público era más crítico antes que ahora. Yo he visto el estadio cubierto de almohadillas por perder un partido contra el FCB. He visto silbar a Michel hasta hacerle marchar. He visto ser a la gente crítica con jugadores como Camacho, Redondo, Juanito o Butragueño. De hecho es ahora cuando me parece que el aficionado se ha vuelto más hincha y tiene menos criterio. No por no silbar o criticar sino porque a una gran mayoría ya el fútbol le da igual. Estos últimos años si vas al Bernabéu te encuentras turistas o gente que aplaude cualquier pase. Antes la gente sabía distinguir y juzgar. Se premiaba el esfuerzo y la calidad. Ahora muchos, incluyo aquí a jugadores, no saben ni lo que significa esa camiseta.
Je je jeee. ¡ Qué bueno !