No crean que no soy consciente del papel de ponerse a hablar cuando ya está todo dicho, cuando los héroes de la batalla ya están velando armas para la siguiente y los hinchas madridistas han rememorado la gesta una y mil veces, han cantado el asombro por la entereza de su equipo desde cualquier ángulo imaginable.
Pues aquí estoy, sentado frente a la pantalla a la hora justa en la que comenzó el miércoles un encuentro memorable. Uno más en una historia que multiplica las hazañas de cualquier otra de su rango, que de tanto repetirlas estarían al borde de la normalidad si no estuvieran revestidas por el aroma de lo impensable. Acorazado en su condición de aspirante, el equipo de Ancelotti se atrincheró al modo que las legiones romanas inventaron, en la forma que los equipos italianos remedaron a sus ancestros. Replegarse para golpear, blindados ante las embestidas de los nórdicos a la espera del momento preciso. Con la paciencia del orfebre, con la sabiduría de quienes casi han hecho todo en el fútbol, porque aún les quedan cosas por hacer.
Ni siquiera importa que los artífices de los lances postreros recaigan sobre hombres que no parecían destinados al desenlace, sobre hombros veteranos y noveles, ajados ya de tan curtidos. Lo mismo da, mientras el alma blanca penetre en sus espíritus para guiar el desenlace, para girar la aguja de la brújula hacia el norte madridista, que no siempre es el norte magnético al que el resto del planeta mira, porque el imán madridista tiene vida propia, no obedece las leyes de la física: mira al pasado y al presente, también de reojo al futuro. Mira a sus luces de referencia: a Bernabéu, a Di Stéfano y Gento; a Raúl Y hierro; se mira a sí mismo, que muchos de los que están ya se acercan a la eternidad. Y mira la lucidez de Ancelotti, o su luz, si prefieren, que es casi decir lo mismo, o sin casi, a ver quién es el lumbreras que me lo discute.
No sé ni me importa si Carletto es el tipo que más sabe de fútbol, ni siquiera si es el entrenador óptimo para el Madrid. Sólo sé, como diría el oráculo, que más sabe por viejo que por diablo
No sé ni me importa si Carletto es el tipo que más sabe de fútbol, ni siquiera si es el entrenador óptimo para el Madrid. Sólo sé, como diría el oráculo, que más sabe por viejo que por diablo, por haber vivido tantas disputas como el que más, con botas y sin botas, astuto como un gato montés. Sus ideas al frente cerraron la frontal del área, una de las vías de agua por la que se desangró el Madrid del año previo. Pero el Madrid rara vez tropieza por dos veces en la misma piedra, porque estos jugadores también aprenden, los que captan los focos y los que esperan con paciencia que el momento de la gloria llame a su puerta.
Y así, el Real Madrid volvió a llamar a la nuestra, como en una noche de Reyes o una noche de Walpurgis, que se acerca el 1 de mayo y, en ocasiones, lo que hacen nuestros chicos está revestido de magia blanca, azul y negra, que no hay que despreciar ninguna, porque el color de estas camisetas vestimos y seguimos vistiendo. Y sí, coincido con Guardiola en que, puestos a perder, mejor hacerlo como lo hizo el Manchester. Pero no me negarán, incluso ni el mismísimo Pep, que puestos a ganar…
Puestos a ganar, señoras y señores, sólo hay uno: el Real Madrid.
Getty Images.
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