El 17 de junio de 2007 se certificó un hecho paranormal. El Real Madrid, contra todo y contra todos —en ocasiones incluso contra sí mismo— ejecutó la última remontada de una Liga, la 30º, que siempre será recordada como la más maravillosa y épica de la historia blanca.
En el libro Historia de las míticas remontadas del Real Madrid (Almuzara) se repasan las gestas europeas y todos sus secretos, pero no podía faltar un detallada crónica de aquella hazaña, de la que hoy ofrecemos un extracto de su traca final, que, aunque muchos no lo recuerden, comenzó precisamente contra el Barcelona.
“Justo cuando todo se tornaba oscuro, el Madrid se rebeló contra los problemas, el catastrofismo y los resultados. Lo hizo donde se clavan las banderas, en territorio enemigo: el Camp Nou. Allí se marcó un partidazo sorprendente que si terminó en empate a tres fue gracias al primer fogonazo de un todavía imberbe Leo Messi. El resultado fue lo de menos. Aquella noche blancos recobraron aquello que les hace irreductibles: la fe en la victoria final. Una ola de optimismo casi disparatado y a todas luces subversivo se desató desde Chamartín, que orquestó la campaña con el lema «Juntos Podemos».
La grada respondió sin preguntar, como se demuestra la verdadera lealtad. Abarrotó el Bernabéu para el siguiente partido ante el Nástic (2-0) y para todos los demás de ese año. Restaban once encuentros y los blancos seguían terceros en la clasificación, a cinco puntos de los dos primeros, Barcelona y Sevilla. Dados los precedentes y la querencia del club ese año por nadar entre escándalos, la persecución se antojaba casi imposible. Pero entonces se comprendió que existen discursos más allá del virtuosismo para alcanzar la victoria. La unidad, el compromiso innegociable y la dureza mental serían el alimento de un equipo que, a partir de ese momento, como en las grandes remontadas, iba a expandir la confianza en sus posibilidades a base de esfuerzo y un apetito voraz.
El globo comenzó a inflarse y volar varios partidos hasta la visita a Santander de la jornada 30. Allí llegó lanzado, a sólo dos puntos del Barça y con los rivales empezando a convencerse de que el Madrid, una vez más, iba muy en serio. Pero un planteamiento poco ambicioso después de adelantarse en el marcador y una polémica actuación arbitral favorecieron
la victoria de los locales. Los culés, que ganaron en Mallorca, pincharon la ilusión y pusieron todas las fichas en el puesto de salida. El asalto volvía estar a cinco puntos de distancia.
El golpe hubiera sido definitivo para casi todos, pero la cohesión entre jugadores, entrenador y madridismo no era de cartón. Pese a la derrota, las entradas para el siguiente partido, contra el Valencia, se agotaron en un solo día. Bernabéu lleno y fe a rebosar. Las victorias frente a los ché (2-1) y en la Catedral (1-4) serían el preludio de un final de campaña de ciencia ficción.
El Barcelona, temeroso por primera vez, comenzó a sacar la calculadora. Quedaban cinco partidos y ya sentía el aliento del lobo a sólo dos puntos de distancia.
En el siguiente encuentro, contra el Espanyol, se agotaron las palabras para describir lo sucedido. En el minuto 26 el Madrid perdía por 0-2, e incluso llegó a ir 1-3 por debajo. Pero ya no se trataba de fútbol. Había algo más, una fuerza sobrenatural, un imponderable que conducía al equipo hacia la portería contraria con la determinación del invencible. Fue la noche de Higuaín, que, en el minuto 89, robó un balón en el que sólo creía él y, tras una pared con Reyes, hizo estallar al Bernabéu y a todo el madridismo. El equipo estaba líder después de un empate del Barcelona contra el Betis.
Cuatro campañas después (la sequía no era ningún decir), los blancos veían la clasificación desde arriba. La tercera remontada consecutiva se dio en Huelva, y una vez más en el último minuto, poniendo a prueba los corazones y la confianza de todos los que ya estaban subidos en el carro guiado por Capello. Un tanto de Roberto Carlos arregló un 0-2 que el Madrid había desaprovechado de forma incomprensible (2-3). Los blancos parecían cogerle gusto a sortear campos de minas.
Entonces llegó el instante en el que el tiempo se detuvo. Penúltima jornada de Liga. El Madrid visitaba la Romareda mientras que el Barcelona jugaba el derbi con el Espanyol en el Camp Nou. A falta de tres minutos de ambos partidos, los blancos perdían (2-1) mientras el Barcelona vencía (2-1 también). El vuelco parecía imposible de evitar. La tragedia sólo podría esquivarse con dos goles… o con un gol en cada estadio. Primero marcó Van Nistelrooy, que entró en la historia del equipo al anotar durante siete jornadas seguidas. Había que anotar otro como fuera, y ese como fuera lo consiguió Tamudo 18 segundos después. Indescriptible. Fue el giro de los acontecimientos más dramático y vibrante que nunca se había vivido en la Liga. La felicidad era plena, sin cortapisas, con Calderón incluso atreviéndose a pisar el césped de la Romareda. Las dos desgracias de Tenerife parecieron cobrarse con el Tamudazo.
Quedaba el partido definitivo, en el Bernabéu y contra el Mallorca. Ganar era obligado para conseguir el alirón. Fue el choque más importante del equipo en los últimos años y, quizás, uno de los más sufridos, como no podía ser de otra manera esa temporada. Los bermellones comenzaron por delante y un escalofrío recorrió los cuerpos de los aficionados, que veían cómo la remontada tendría que hacerse sin el mejor soldado, Van Nistelrooy, que se marchó lesionado. Fue la noche de Reyes y Diarra, que pasada la hora de juego marcaron los tres goles que llevaron al Madrid a conquistar la Liga más espectacular, por angustiosa y meritoria, que jamás haya ganado un equipo. La Liga de las remontadas”.
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El mejor Club del mundo Hala Madrid
Recuerdo bien esa liga, la de la cofradía del clavo ardiendo se le llamó, el partido en casa contra el Nástic es el único que he visto en el Bernabéu (creo recordar que los dos goles fueron de Robinho).
Ese partido en casa contra el Español del robalona es un claro ejemplo del villarato-negreiril, con aquel gol de Messi con la mano que el árbitro dió por legal y que como castigo le dieron arbitrar la final de copa de esa misma temporada que se jugaría poco después de ese partido, ni si quiera aplicaron una mini-nevera simplemente hasta la siguiente temporada que nada les hubiese costado, lo hacían a la vista de todos con total impunidad, años después los culers encima se mofaban con la palabra villarato "tenemos Villa para rato", su nivel de desfachatez no tenía (ni tiene) límites.
Solo un gol fue de Robinho, el segundo lo marcó David Haro en propia puerta tras un centro de Salgado, si no recuerdo mal.
El partido que ilustra perfectamente el Negreirato fue contra el Racing en el Sardinero, cuando Turienzo Alvarez pitó dos penaltis a favor del Racing. Uno inexistente de Diarra y segundo, muy dudoso, de Cannavaro. Perdimos 2-1.
Gratísimo recuerdo de la liga de nuestras vidas.
De los partidos desgranados en este artículo el que recordaba peor es el del Madrid contra el Nàstic. Lo que sí recuerdo del mismo es que fue duro de pelar el rival tarraconense. Todos los demás mencionados los recuerdo nítidamente.