Empieza la Copa de Europa, que es como decirle a un madridista feliz año nuevo. Siempre es una fecha esplendente que ilumina el triste mes de septiembre, que espanta la saudade del otoño. Y siempre es una página en blanco, con el maravilloso sentido de la plenitud que ello proyecta. Somos siempre algo más con la Copa de Europa por delante. Somos lo que seamos capaces de soñar, y eso fundamenta la fe en el Madrid de todos sus aficionados. Da igual el año, dan igual las circunstancias. Como en la víspera de Reyes, el hincha del Real se sienta delante del sofá para ver cómo debutan en Europa todos los rivales, sabiendo que tras la cabalgata vienen los regalos. Es el espíritu del prólogo, o la expectación ante los teloneros, como se ha dicho en esta casa.
Viendo el otro día repetida la final de la Décima, en Real Madrid Televisión, me quedé con algo. Cuando los jugadores pasaban recogiendo sus medallas en el palco, Gareth Bale saludó a Florentino. Uno de los locutores, exultante, comentaba el gesto cariñoso entre presidente y nueva estrella aludiendo "a todo lo que vendrá". Se refería al futuro brillante que él, como todos los madridistas, imaginábamos a Bale. Teníamos un buen precedente. La primera temporada del galés, marcada por varios hitos memorables, terminaba con uno de los goles de la Décima y la promesa razonable de más.
Si la Copa de Europa es la redención de un nuevo amanecer para el madridista, lo es aun más para sus jugadores. Especialmente para sus grandes jugadores. Lo amargo queda arrinconado en el recuerdo de la noche; cada vez que sale el sol, se renueva la esperanza. Desde Lisboa, a Gareth Bale no se le ha visto la grandeza que se le presuponía en aquella noche inolvidable. La cualidad más expresiva del jugador-nación, la más plástica, es ese arranque racial que recuerda al toque de corneta: partido apretado, o macho, como decía Hugo Sánchez, y el tipo al que todos aguardan pisa la pelota en el centro del campo y abre los brazos, como si fueran alas. Todo se despliega a su alrededor, incluso el estadio, que parece elevarse como si levitara sobre una nube de energía e hipnosis colectiva. La coge el bueno. Cuidado.
Esa sensación de liderazgo se la he visto poco a Gareth Bale. Sólo al final de la 2015-2016, cuando Ronaldo, lesionado después de pasarle por encima a Roma y Wolsfburgo, dejó vacío el trono. Bale encabezó la casi remontada en Liga, y metió al equipo en la final de Milán. Allí jugó un gran partido, sobre todo porque manifestó en carne y hueso la voluntad de vencer que llevó al Madrid hasta la copa.
Esas maneras de grandeza se le están viendo ya a Marco Asensio, y quizá no sea del todo bueno. Es demasiado pronto, aunque sus hechuras son de gigante. Bale vino al Madrid con la vitola, como decían los antiguos, de príncipe. Aquel jugador refrescante, estético, de zancada prodigiosa, puro vértigo, que mostró durante su primera campaña de madridista, ha desaparecido. Se ha fosilizado, probablemente por culpa de sus continuas molestias musculares. El Bale de ahora parece más fuerte, pero también más ancho. Lo peor es que parece más tímido, como si las lesiones y los pitos del Bernabéu le hubieran arrancado de cuajo la audacia que trajo de Londres. Los defensas terminaron por adivinarle el autopase, le llenaron de arena la pista de despegue, y en lugar de perfeccionar su juego interior (del que se le han visto suficientes gestos como para imaginarlo filón por explotar) se ha ido escorando hacia las esquinas del campo, como si fuera un barco que va perdiendo pie hasta embarrancar en la orilla.
La Copa de Europa, no obstante, es la tierra de Canaán. De Bale no sólo se esperan gotas de talento, sino torrente de fuerza, que coja el bastón de mando. Ahora que faltan los goles, las asistencias de Morata y James, ahora que de Cristiano se espera lo mismo en menos partidos, ahora que empieza otra Copa de Europa, el Madrid necesita que se quite la coleta de coronel y juegue como un mariscal.
Gareth Bale es un auténtico crack, pero no ha tenido suerte con las lesiones, además de la campaña contra él desde que llegó por parte de la prensa y los pitos de parte de la afición del bernabeu no ayuda a que acabe de superar la mala racha que lleva.
El jugador necesita el cariño y la paciencia de la afición, una afición en gran parte manipulada por la prensa antimadridista.
Propongo una ovación al jugador en el próximo partido que se dispute en el bernabeu, ya que necesitamos la mejor versión de los jugadores del equipo ya que este año va a ser muy difícil revalidar el título de liga debido a los arbitrajes que estamos sufriendo y los que quedan por venir, hala madrid y nada más!!!
Lo que me alegro cuando le salen bien las cosas al galés, el chaval se lo merece por la persecución de la que es objeto por parte de los medios y los madridistas de cartón piedra.