Una de las tonterías más grandes del antimadridismo es esa de que el Madrid no es un club donde gusten los negros. Y digo negro y no moreno ni persona de color porque no estoy hablando ni de azúcar ni de personajes de atrezzo de una película. Además, el “negro” español viene del “niger” latino con el que los romanos distinguían el color “negro brillante” del mate, que para ellos era ater. De ahí que los europeos llamaran Níger al “río de los negros”, ese caudal infinito que nace en Sierra Leona y atraviesa ciudades fronterizas con el Sáhara de mitología fascinante como Tombuctú. Por supuesto, el negro del español no tiene la semántica retorcida y politizada del “nigger” con que el inglés americano describe desde al cimarrón que ansiaba emanciparse de la esclavitud en los Estados del Sur hasta al black panther afroamericanista y que también, muchas veces, se usaba (y se usa) como epíteto racista (la cultura popular hiphopera lo ha convertido en nigga). Cualquiera que vea sudar a Vinicius a la luz de los focos que alumbran el Bernabéu puede darse perfecta cuenta de lo bien que supieron los romanos diferenciar al negro que irradia, que brilla, del negro tenebroso del humo. La etimología está intrínsecamente relacionada con la vida y con la naturaleza, por eso el blanco madridista es el candidus con el que los romanos se referían a la limpieza moral, a la pureza y a la virtud sin mácula: al blanco radiante, “que brilla” como un incendio igual que el niger. Algunos siglos antes de que en the land of the free se obligase a los negros a sentarse en la parte de atrás de los autobuses, en Sevilla se instituían cofradías de negros libres para su amparo y socorro mutuo, pero estas cosas se han olvidado desde que nos convertimos en una colonia política, cultural e intelectual de los yanquis.
Una de las tonterías más grandes del antimadridismo es esa de que el Madrid no es un club donde gusten los negros. Y digo negro y no moreno ni persona de color porque no estoy hablando ni de azúcar ni de personajes de atrezzo de una película
La tontería cuajó durante un tiempo y se alimentó de los fracasos de fichajes como el de Freddy Rincón y más tarde el de Royston Drenthe. En realidad, lo que es una tontería de proporciones áureas es el antimadridismo, que no es otra cosa que la expresión furiosa de una frustración secular: una letanía de los amargados y una bandera de enganche de todos los rencorosos que habitan la faz de la Tierra. Pero hizo fortuna como hacen fortuna todas las gilipolleces y además tuvo algún eco en la prensa extranjera que, eso, en el Madrid, en el club, en su afición, donde fuese (cuando los antis dicen en el Madrid aluden en verdad, con esa alevosa pillería tan propia de los inferiores, a una perversa sinécdoque que abarca desde redactores cualquiera del MARCA hasta Manolo Lama o los kioskeros que venden bufandas en La Castellana los días de partido; es la traslación futbolera del Madrit de los catalanistas) no gustan los futbolistas negros. Por eso el que va a ser si no es ya el jugador franquicia del club de las catorce Copas de Europa es un dios de ébano, y por eso ese mismo club se está construyendo el esqueleto de su equipo del futuro con esculturas azabaches por las que se pelea medio mundo. En fin. Las cosas.
Hay que decir una cosa: no resalta mejor ni irradia más pureza y santidad el blanco nieve del Kilimanjaro de la camiseta del Real que sobre la piel zaína de un futbolista negro. Es una cuestión estética. El blanco candidus que el Madrid heredó del Corinthians de Londres a principios del siglo XX refulge como una candela en medio del campo en una noche de verano cuando la visten tipos cuya piel contrasta maravillosamente con la zamarra. Quizá el origen de la calumnia anti esté en esa anécdota apócrifa según la cual Bernabéu despidió con cajas destempladas a Di Stéfano cuando La Saeta vino a recomendarle el fichaje de Eusebio al grito de “en el Madrid, mientras yo viva, no jugará nunca un negro”. La verdad es que en el año 59, camino de la quinta Copa de Europa consecutiva, Bernabéu completó aquella portentosa escuadra en la que había sudamericanos, polacos nacionalizados franceses y húngaros del otro lado del Telón de Acero, con Walter Pereira Didí, una de las estrellas que habían llevado a Brasil a ganar, deslumbrando, la Copa del Mundo de Suecia el año anterior. Didí pasa por ser el primer negro de la historia del Real Madrid, un mago carioca que pasó demasiado frío en España. Su fichaje el único gran petardazo de don Santiago como manager. Entre traerlo y despedirlo, sin jugar por cierto ni un minuto de esa quinta Copa de Europa ganada en Glasgow ante el Eintracht, se gastó casi ciento cincuenta mil pesetas. Didí estaba acostumbrado al ritmo sudamericano. El fútbol total cuya génesis está en la cabeza de Di Stéfano le pasó por encima como un lenguetazo de nostalgia.
En realidad, lo que es una tontería de proporciones áureas es el antimadridismo, que no es otra cosa que la expresión furiosa de una frustración secular: una letanía de los amargados y una bandera de enganche de todos los rencorosos que habitan la faz de la Tierra
A lo mejor el primer futbolista negro que de verdad vistió la blanca del Madrid no fue Didí, a fin de cuentas un mulato caoba más que un príncipe niger comme il faut (el español, a diferencia del inglés, conserva estas maravillosas flexiones lexicosemánticas que abarcan con más pulcritud la complejidad de la vida, pues para la Academia de Hollywood Antonio Banderas es un actor de color) sino Laurie Cunningham. Cunningham, La Perla Negra, también fue el primer inglés en jugar en el Madrid desde los lejanos días de míster Robert Firth, el hombre que condujo al club, entonces despojado de la corona por el advenimiento de la república, a su primer Campeonato Nacional de Liga. Mucho antes, en el Antiguo Testamento, había habido un irlandés, Arthur Johnson, del que se dice primer capitán del Madrid Foot-Ball Club. Pero Cunningham fue el primer inglés que se vistió de corto en Chamartín y lo hizo además como el fichaje más caro de la historia del club hasta la fecha. Su perfil de ébano y su ritmo jamaicano enamoraron a una parroquia que llevaba tiempo habituada al famoso “pundonor” castizo y nacional de un equipo que ya no tenía dinero para competir por las grandes estrellas internacionales. Cunningham, sin embargo, con Stielike, fueron los dos extranjeros que acompañaron a aquel Madrid de Los García, Juanito, Santillana, Camacho y Del Bosque, hasta la final de París en el 81, donde los derrotó el Liverpool.
Desde estos dos primeros negros de raíz afroamericana (aunque Cunningham naciera en Londres y rompiera la barrera racial en la selección inglesa de su tiempo), la historia de los futbolistas negros del Madrid se parece mucho más a la de la Armée Coloniale de los franceses. Anelka, Makelele, Geremi, Adebayor, Mahamadou Diarra, Lassana Diarra, Camavinga, Thchouaméni, Mendy…la historia de la negritud en el Real está ligada a la Curva del Níger, esa región misteriosa de pasado tenebroso (la esclavitud) y de presente inquietante (terrorismo islamista, narcotráfico) que guarda la memoria de los fugitivos de Al-Andalus y del aventurero almeriense Yuder Pachá. De la vecina Camerún vino también Eto'o, un tipo que tiene un curioso mérito: el de haber cambiado la historia del Madrid sin haber jugado de verdad en él. Que no se le repescase en el verano de 2004 fue uno de los acontecimientos transformadores que de tanto en tanto ocurren en el fútbol. Se fue al Barcelona y el Madrid ahondó en su apuesta moribunda por los galácticos. Qué les voy a contar de lo que pasó a continuación.
Todos ellos tuvieron y tienen destellos memorables con la camiseta blanca. Anelka fue también el fichaje más caro hasta la fecha y como Didí, su viaje fue de ida y vuelta, un entrar por salir. A diferencia del brasileño, el francés sí participó en la Copa de Europa que su equipo ganó aquel año. Dos de los tres goles en competición oficial que metió de blanco los metió en la boca del lobo y valieron una final, otra vez en París, como la de 1981. Makelele fue la viga maestra del Madrid de Zidane y cuando se fue, el edificio entero se derrumbó. Geremi fue un estupendo peón de brega que trajo Lorenzo Sanz al final de su mandato. Le coló un pepinazo desde el quinto pino a Oliver Khan en la ida de cuartos de la Novena y aquello, hasta la Edad de Plata o Segunda Edad de Oro, fue lo mejor que hizo el Madrid en Munich ante el Bayern en 80 años. Ahora no se valora lo suficiente y aquel gol se cuenta como una anécdota graciosa: lo que han hecho Modric, Ramos, Cristiano y Benzema, que parezca más difícil visitar El Sadar que el Allianz Arena, es una cosa que un día habrá que explicarle con paciencia a los niños nacidos a partir de 2007. Adebayor jugó sólo seis meses que valieron por seis años. De los Diarra, el mejor sin discusión fue Mahamadou, Djilla, un coloso nubio que vino de Francia ahíto de comerse ligas como si fueran pipas con el Lyon y que aquí se llevó dos por delante regalando a la posteridad un cabezazo memorable (algún día habrá que escribir la serie de los cabezazos que cambiaron la historia del Real) para la primera y una cabalgada de elefante cartaginés contra los liliputienses del Osasuna para la segunda.
Makelele fue la viga maestra del Madrid de Zidane y cuando se fue, el edificio entero se derrumbó
La historia de Mendy, Camavinga y Tchouaméni todavía está por escribir. Sobre todo la de los dos últimos. De Tchouaméni se cuentan maravillas y seguramente con razón porque el Madrid ha pujado fuerte con el Liverpool y el Peseyé para llevárselo, pero Camavinga ya ha realizado unas cuantas. Mendy es un guardia de corps, una pantera que abarca con su zancada alucinada praderas infinitas. Su manera de defender recuerda a los phântoma que penetraban como relámpagos, sin ser vistos, en las trincheras enemigas durante la Primera Guerra Mundial. No es posible hablar de negros madridistas sin recordar a Essien, un centrocampista formidable, ghanés, que vino sólo un año y demasiado tarde, para jugar generalmente de lateral derecho justo antes de que llegara Carvajal para quedárselo para siempre, pero sobre todo a Seedorf. Clarence Seedorf es uno de los medios más elegantes, modernos y versátiles de la historia contemporánea de este juego. Es otro de esos tipos que estuvo demasiado poco en el Madrid. En apenas dos años conformó con Karembeu y Redondo la médula de la Quinta del Ferrari que por fin se trajo la Séptima, dejó uno de los goles de todos los tiempos en la Liga, al Atlético, y se fue a Milán a seguir ganando Copas de Europa. Lass Diarra tenía el cuerpo de un velocista, los pies de Seedorf pero la cabeza de René Higuita. Su aire ausente y un poco místico hicieron completamente verosímil aquel bulo que lo situaba dejándolo todo y alistándose al ISIS cuando empezó la guerra de Siria.
Ahora han llegado Alaba, cuyo padre es nigeriano, y Rüdiger, alemán, sí, pero hijo de exiliados de Sierra Leona, donde nace el Níger.
En Vinicius no hay un potencial Balón de Oro: hay otra Edad de Oro, la tercera. Él ha formado parte de los rescoldos de la segunda, se ha hecho hombre a hombros de Modric, Casemiro y Benzema
De la Iberosfera, además del malhadado Rincón, vinieron Edwin Congo y mucho más tarde, Vinicius, que llegó para redimir a los otros dos y convertirse en el rostro del futuro. En Vinicius no hay un potencial Balón de Oro: hay otra Edad de Oro, la tercera. Él ha formado parte de los rescoldos de la segunda, se ha hecho hombre a hombros de Modric, Casemiro y Benzema. Está preparado para todo lo que venga, es un tipo que no tiene techo. Brasil primero parió a Pelé, que se bautizó con tres Copas del Mundo, y luego a Ronaldo, que ganó dos, aunque en realidad sólo pueda atribuírsele una, tiene de nuevo a un príncipe que puede ser rey. En eso reside todo el interés del Mundial del oprobio y el crimen que está organizando el emirato qatarí, en ver si Vinicius puede consagrar su juventud desaforada levantando los siete kilos de oro macizo del nuevo trofeo Jules Rimet. Antes se dijo, durante mucho tiempo, que el futuro del fútbol era africano. Pues eso ha terminado integrando, también, el Madrid dentro de sí, en su propia universalidad: el horizonte negro del balompié, una negritud mestiza y llena de Europa pero que conserva gracias a Dios las virtudes únicas de todos esos territorios que para bien o para mal continúan viviendo más allá del orden y de la disciplina, es decir, del sistema. Hablo de la libertad, de la imaginación, de la fuerza espontánea y salvaje, del entusiasmo y de la alegría. El Madrid, que se llena de portentos azabache para seguir ganando, sigue demostrando además que por encima de toda la farfolla propagandística su pragmatismo sabio y su tradición abierta, crisol de culturas futboleras, lo mantiene arriba del todo, en la vanguardia de un juego bicentenario.
Getty Images.
¡ Que decir! ,cómo siempre……., ¡IMPRESIONANTE !.
Antonio Valderrama, El Evocador. Maravilloso artículo.
Grandísimo artículo.
Ahora escucha la historia de mi vida
de cómo del opus dei cambié de movida
Al oeste de Barcelona crecía y vivía sin hacer mucho caso a la policía
jugaba en un parque sin cansarme demasiado porque por las noches fumando chinos me quedaba colgado.
Cierto día, unos tipos del barrio me metieron en un lío
y me dieron de hostias que me dejaron como a Messi pechofrio
y mi madre me decía una y otra vez :
A doblar el lomo en la vendimia te tengo que ver.
Me metí en un autobús y cuando se acercó
su molona matrícula me fascinó
quería saber qué clase de trabajo era vendimiar y me fui alli
¡con aire sonriente!
Ahora vivo en Catalunya y mi piso huele a cuadra
y Pedrito Sánchez me da una paga
y aquí estoy escribiendo todo el día
porque no sirvo para nada
Oh yeah!!!!!
No sé qué narices meten estás personas en el color del Real Madrid . Siempre encuentran una escusa . Andan rebuscando por el color del dinero.El color de la piel les pone nerviosos también. Antes era el color de las televisiones, decían que el Madrid era un equipo de Telefunken.
Ay qué recuerdos, gracias, Señor
He leído el magnífico artículo en relación a los negros del Real Madrid, en el se menciona a Distefano, yo era socio del Madrid en el año 1942, entonces el Madrid era un grande como Sevilla, Valencia, Barcelona, Atleti o Bilbao partir de la llegada de Distefano el Madrid dejó de ser un grande para convertirse en el más grande. Distefano es o fue el más grande de la historia por encima de Pele, Maradona, Messi, Cristiano etc.... y Pedri. Y lo demás son gilipoyeces.
Yo he vivido en Birmhingan, Alabama, y allí hasta para defecar había que elegir baño. España y el Madrid en particular es el paraíso de los negros.