El famoso cementerio de Sad Hill, el de la escena final de El bueno, el feo y el malo está en la provincia de Burgos, a unos seis kilómetros del pueblo de Carazo, al final de un precioso valle al que se llega después de una caminata sin ninguna dificultad y en el que, si el tiempo y la autoridad lo permiten, puede uno llenar el espíritu de paz y el zurrón de hongos.
La semana pasada, después de merodear por la Sierra de la Demanda, acabé sentado en el centro de este famoso camposanto. Teniendo en cuenta que iba con un amigo y que yo, por aquello de ser mucho más cinéfilo que él, me otorgué inmediatamente el papel de "el bueno", decidí darle a elegir entre ser Lee Van Cleef o Elli Wallach, elección que rechazó amablemente por no considerarse ni malo ni feo. Y aunque por un momento vi en su cara que estaba tentado de reclamar también para sí el papel de "el bueno", creo que adivinó que bajo ningún concepto estaba yo dispuesto a dejar de ser “el rubio”, y mucho menos cuando me vio separarme de su lado totalmente decidido a repetir el duelo de la escena final y meterle un tiro en el entrecejo.
En esas estaba, bien imbuido en mi papel, con la cámara de Sergio Leone buscando a Sentenza, cuando asomó una herradura entre las tumbas; bueno, para ser más exactos, la herradura asomó en una tienda de souvenirs de Covarrubias pero para el caso es lo mismo. La herradura asomó y yo la recogí (compré) después de luchar (regatear) con un salvaje indio Navajo (dependiente) incapaz de entender mis motivos para conseguirla exactamente por siete euros aunque costase cinco.
Al día siguiente llegué a casa, la colgué en la pared de la sala, comprobé una vez más que tenía siete pequeños agujeros y respiré tranquilo ante la perspectiva de que el Málaga iba a ser más vapuleado que “Tuco” cavando tumbas. Ya sabéis, eso de “el mundo se divide entre los que tiene herraduras y los que cavan; tú cavas”.
Y algo pasó. Algo. O la herradura extrañó el cambio de residencia y se encontraba desubicada, o el dependiente me coló una falsa de burro malagueño.
A veces estas cosas pasan, uno se encuentra tranquilo, relajado, en su entorno de toda la vida, rodeado de dedales, postales, imanes, ceniceros, gafas y figuritas y de repente te llevan a una casa extraña, te cuelgan en la pared entre fotografías de gente desconocida y encima cada poco tiempo aparece un tipo en calzoncillos que te toca siete veces de forma compulsiva.
Yo creo que a mi herradura extraña le hace falta un poco más de cariño, entrar a formar parte de mi hogar, saber que la que tiene a la izquierda es mi sobrina con la cara llena de chocolate y que el que tiene a la derecha es Cary Grant colgado del monte Rushmore.
El caso es que la herradura (amén de mis calzoncillos) no funcionó como yo esperaba, así que cuando llegó el día del partido contra el Malmö la descolgué de la pared y le enseñé mi hogar como si hubiese venido de visita la mismísima Scarlett Johansson.
Luego le llevé al aperitivo, eché la siesta con ella y por último volví a colgarla, pero esta vez le di la vuelta, ya que me dio la impresión de que la primera vez la había colgado del revés y había conocido mi casa de cara a la pared.
Y esta vez sí, esta vez la cosa funcionó, no tanto como yo esperaba pero sí lo suficiente para saber que iba por el buen camino. Dos goles, histórico récord de Cristiano y la portería una vez más a cero.
¿Y cuál es la diferencia entre tirar 31 veces al Málaga y no meter un gol y tirar 21 al Malmö y meter dos? La suerte. La diferencia es la suerte. He leído decenas y decenas de explicaciones (algunas excelentes) a la falta de gol en el partido del Málaga y la mayoría olvidan que la suerte (buena o mala) también juega. Vale, sí, sí, de acuerdo, la suerte hay que buscarla, hay que ser efectivo, hay que jugar bien, hay que tener pegada, hay que tener todas esas cosas y luego hay que tener… un poco de suerte. A veces las cosas salen bien y a veces salen mal.
¿No generó ocasiones suficientes el Madrid para vapulear al Málaga? ¿No lo acogotó lo suficiente como para que se llevase un saco? ¿Puede uno pensar que la suerte no existe cuando se es aficionado del mejor Club del mundo?
Woody Allen -que de suerte sabe un rato- ya os lo explicó en la maravillosa Macht Point y yo, por si queda algún despistado que ha tenido la mala suerte (¿veis como aparece por cualquier lado?) de no ver esta joya, se lo recuerdo:
“Aquel que dijo más vale tener suerte que talento, conocía la esencia de la vida. La gente tiene miedo a reconocer que gran parte de la vida depende de la suerte. Asusta pensar cuántas cosas se escapan a nuestro control. En un partido hay momentos en los que la pelota golpea el borde de la red y durante una fracción de segundo puede seguir hacia adelante o caer hacia atrás. Con un poco de suerte sigue hacia adelante y ganas, o no lo hace y pierdes”.
Y eso pasó: Kameni fue a Covarrubias, compró una herradura más grande que la mía y en lugar de tirar el anillo al Támesis lo usó para pedir matrimonio a alguna bella corista.
Si me gusta el fútbol es porque esas cosas pasan. Porque no todo está escrito. Hay veces en las que no todo se puede tener bajo control, hay veces en las que la pelota entra y veces en las que la pelota se pasea por la línea de gol y acaba golpeándote en la cara.
Yo por si acaso, por si la posesión y los disparos a puerta y la pegada y los contraataques y todas esas cosas no son suficientes para ganar, seguiré frotando mi lámpara mágica, seguiré acariciando mi herradura y seguiré buscando la buena suerte.
Mientras tanto he pensado dejar de ser “el bueno” y darle el papel a quien más lo merece, a alguien que era bueno en la vida y bonísimo en el campo, a alguien honesto, noble, fuerte, religioso, navarro y Madridista: a Ignacio Zoco Esparza.
¿Acaso no fue una suerte que jugase en el Real Madrid?
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