De sangre mezclada, por padres y abuelos, póngame un poco de Galicia, unas gotas castellanas, un viento de levante, y un buen chorro de Sevilla, me cuesta mucho sacar a pasear mi galleguismo natal, y ejercer de señor prudente, apelando al horrible palabro "sentidiño" con el que Mamá Xunta de Galicia nos torturó en sus carteles sanitarios durante toda la pandemia, como si en lugar de un mastodonte burocrático sin alma fuera una adorable abuelita compostelana preocupada por sus netiños. Pero lo intentaré por una vez, porque me incomoda, me encrespa, y me pellizca la ansiedad, esta euforia reinante en el cosmos merengue a pocas horas de la final de la Champions. De la gloria a los infiernos hay solo un estrecho socavón, por el que desgraciadamente cabemos.
Yo entiendo que “Real Madrid” podría definirse en el diccionario como “equipo que gana las finales”, y pocos de los que sepan de fútbol, y no les ciegue el odio al blanco, se opondrían a tal definición. Pero, en medio de varias semanas de emociones, despedidas, euforias, y celebraciones, tal vez haya llegado la hora de poner los pies en la tierra y recordar lo elemental: faltan 90 minutos y una final de Champions es un partido de fútbol, no precisamente un trámite.
A saber. Tengo un amigo que se iba a casar y la novia no se presentó en la iglesia, y no estaba muerta, que estaba tomando cañas en Cancún. Tengo otro que vendió la piel del oso, y mandó a la mierda a su jefe deleitándose en todo lo que realmente pensaba sobre él, incluyendo valoraciones arriesgadas como “rata prepotente”, “sabandija apestosa” y “gordo pichafría”, pero lo hizo justo antes de firmar el contrato con su nueva empresa, que finalmente lo descartó, y desde entonces limpia los váteres de la compañía de la que tan felizmente creía despedirse. Tengo otro que llevaba los 15 en la Quiniela y a diez minutos de cerrarse la jornada me invitó a una botella grande de varios cientos de euros, uno de esos vinos del Olimpo, y al final, cuatro o cinco goles postreros después, tuvimos que pagarla a medias, porque la otra alternativa era dejarlo fregando platos en el restaurante.
Ahí nos espera el Dortmund con unas ganas locas de aprovechar su ocasión de oro y destronar al rey de las finales, y el factor sorpresa siempre resulta letal cuando se desata el virus del triunfalismo
El refranero español, siempre sobrevalorado, está repleto de frases bastante cansinas sobre la importancia de la prudencia, la prevención, y la templanza. No me siento particularmente cómodo con ninguna de ellas, por más que esta confesión podría invalidar el verdadero mensaje de fondo de esta columna, pero personalmente, no sé si por madridista o por mi espíritu suicida, al final siempre prefiero el sabio consejo de Horacio sobre el comedimiento: “Templa tu prudencia con un poco de locura”, clarísima alusión al espíritu de Antonio Rüdiger que tanta falta nos va a hacer el sábado.
Y es que creo que ahí es donde hemos de movernos. Después de una temporada en el que la superioridad del Real Madrid ha sido casi indiscutible en las citas grandes y pequeñas, incluyendo esa Liga que ganamos casi en la primera vuelta sin demasiado esfuerzo, es fácil caer en la relajación y, lo que es peor, es fácil que los nuestros se vean envueltos de ese clima contagioso de exceso de confianza. Pero ahí nos espera el Dortmund con unas ganas locas de aprovechar su ocasión de oro y destronar al rey de las finales, y el factor sorpresa siempre resulta letal cuando se desata el virus del triunfalismo.
Por si fuera poco, las casas de apuestas están disparando las expectativas del Real Madrid de conseguir su ansiada copa número 15, y veo en los comentaristas madridistas demasiadas exclamaciones complacientes sobre las pocas horas que faltan para volver a alzar otro título. Por supuesto, comparto tales deseos, pero –y ahora vuelve el señor gallego que sale con paraguas bajo el brazo aunque luzca el sol de agosto- a esta hora decisiva en que el equilibrio psicológico puede darte la clave de vencer o perder el partido más importante de la temporada, haríamos bien todos en contagiarnos un poco de aquel espíritu cínico que tan gráficamente acotó H. L. Mencken: “Un cínico es un hombre que, en cuanto huele flores, busca un ataúd alrededor”.
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Amén.
Desde la séptima, es la final que más factible veo perder. En ninguna de las anteriores éramos favoritos, y en esta sí. Espero que nadie en el club se deje llevar por toda esa sensación del ambiente madridista y antimadridista.
Sólo hace falta recordar la reciente final de Leverkusen VS Atalanta...o la más antigua de nuestro centenariazo.
Madridistas,hombres de poca Fe,como dijo Jesucristo a sus Apóstoles, vosotros que me habéis visto,resucitar a muertos,dar luz a ciegos,hacer caminar a tullidos.
Todavía dudáis.
¡Qué bueno!
Tengo una amigo , además de un tanto bocazas, que en cuanto le comenté mis reticencias a que se obtiene la decimoquinta en Wembley , hizo que todavía torciera yo más el gesto cuando me dijo: "Nada, esto es un 4-0 para el Madrid". Aparte de desear traernos para casa la orejona, está el pedir que los futbolistas no se hayan contagiado de ese exceso de confianza de no pocos aficionados madridistas. Ojalá los jugadores del Madrid tengan mucho hambre y no especulen. Hay que llevarse el partido para que tenga sentido haber eliminado anteriormente a dos equipazos superiores a los borussers.