Muchas veces, los actores y actrices que interpretan papeles secundarios hacen que la película merezca la pena. En los films de John Ford, ya de por sí superlativos la mayoría de ellos, la importancia de los intérpretes secundarios es
tan notable que hacen que joyas del cine se transformen en obras maestras indiscutibles.
Por ejemplo, Jane Darwell en “Las uvas de la ira” o Sara Allgood en “¡Qué verde era mi valle!”, ambas en sus roles de madres coraje, engrandecen dos películas ya de por sí excelentes, junto a Donald Crisp en esta última.
Soy un entusiasta de “La diligencia”, que cada vez que la veo me parece mejor y ya la habré visto más de veinte veces. Posiblemente, no hay mejor reparto en la historia del cine, desde los protagonistas Claire Trevor (magnífica como Dallas) y John Wayne - en su primer gran papel estelar -, hasta el último de los secundarios, que logran elevar la calidad de la película hasta para mí una de las tres mejores de toda la historia.
En fútbol, la mayoría de la gente se fija en las grandes estrellas. De hecho, muchas veces, vemos en redes sociales que hay aficionados que siguen más a jugadores que a clubs, y que, sin ningún pudor, pasan de ver todos los partidos de Cristiano en el Madrid a no ver ninguno y sí los de la Juventus, simplemente porque lo que les gusta de verdad es Cristiano, su figura y su halo, y no tanto el Real Madrid.
A los jugadores que hacen equipo y que complementan perfectamente una plantilla no les sigue tanta gente. Pero cuantas veces son imprescindibles en los éxitos de los clubs. ¿Acaso no fue importantísima la breve interpretación de Lucas Vázquez en Milán marcando el primer penalti de la tanda al Atlético, como lo fue el trabajo de Barry Fitzgerald como Michaleen Oge Flynn en la espléndida “El hombre tranquilo”? Por ejemplo, cuando Maureen O’Hara le pregunta que por qué no mezcla su whisky con un poco de agua y le contesta Michaleen: “cuando bebo whisky, bebo whisky, y cuando bebo agua, bebo agua”.
La semana que termina hemos visto asombrosas interpretaciones de futbolistas absolutamente inesperados. Auténticos actores revelación. Hace siete días, pocas personas habían oído hablar del belga Origi, del suizo de origen albanés Shaqiri, del holandés Wijnaldum o del joven inglés Alexander-Arnold, habitual suplente de Trippier en la selección inglesa como lateral derecho. Como poco se recuerdan hoy en día a los secundarios fabulosos del reparto de “La diligencia” como George Bancroft (el sheriff), Andy Devine (el conductor del carruaje), Donald Meek (el comerciante), Berton Churchill (el banquero) o Louise Platt (la mujer embarazada del capitán de caballería). Alguien aún sabrá quién son los más conocidos John Carradine (el jugador de cartas) o Thomas Mitchell (el doctor borrachín); éste último logró aquel año de 1939 el Oscar al mejor actor secundario compitiendo contra él mismo en su otro gran papel como padre de Escarlata O’Hara en “Lo que el viento se llevó”.
Todo el mundo conocía al célebre tridente Salah-Firmino-Mané, pero el pasado martes 7 de mayo Jürgen Klopp tuvo que recomponer a su dolorido equipo, huérfano del egipcio y del brasileño, para tratar de remontar el engañoso 3-0 que encajó su Liverpool en Barcelona 6 días antes. Ni corto ni perezoso, Klopp tejió una trampa mortal sobre el flanco izquierdo del equipo culé, y Shaqiri, pese a fallar un pase en cada escena, poniendo en valor sus carencias futbolísticas, se pudo merendar plácidamente a Jordi Alba con un incansable esfuerzo físico, que desquició al habitual gran lateral piscinero, que padeció una noche infernal. A Jordi Alba, cuyo histrionismo es más propio de las películas de los hermanos Calatrava, le remató Alexander-Arnold en sus incursiones en el segundo tiempo, con el gol que hacía el 2-0 de los Reds a pase suyo, tras sustraer el balón al lateral zurdo culé y dejar retratado a Rakitic - que debía de estar pensando en la caseta sevillana de la Feria -.
El último gol fue una genialidad del lateral inglés, digna de Thomas Mitchell en “La diligencia”, por lo inesperado de su hazaña: el córner dejó tan boquiabiertos a los jugadores culés como Mitchell, completamente ebrio, y encarnado a Doc Boone, dejó boquiabiertos a sus compañeros de viaje al asistir perfectamente al parto del personaje de Louise Platt.
Previamente, el torpe Shaqiri (quizás como Andy Devine, el patoso conductor de la diligencia), había logrado un centro espléndido desde la izquierda que puso en la cabeza del inesperado Wijnaldum, héroe de la noche por accidente como también lo es en la obra de Ford el jugador de ventaja interpretado por el gran Carradine.
El otro héroe silencioso, Divock Origi, habitual suplente de Lukaku en la selección belga y de Firmino (e incluso de Sturridge) en el Liverpool, cumplía con su papel de sheriff aseado y preciso (como George Bancroft), disparando dos tiros mortíferos que acribillaron al gran meta Ter Stegen, que había empezado el partido como protagonista y lo acabó de recogepelotas de tantas veces que tuvo que caminar hasta el fondo de la red.
El papel desagradable del banquero (Berton Churchill), que al principio de la película parecía ser el ciudadano ejemplar, íntegro, recto y honesto, se lo llevó sin duda en la segunda parte Luis Suárez, que, aparte de protestar y poner malas caras, reveló su verdadera cara con desidia y nada de solidaridad con sus compañeros. Messi, directamente, no intervino en la película, ni siquiera como figurante, si acaso como un cactus en Monument Valley. Hay una imagen genial de Movistar en la que se percibe que Messi ni está mirando cuando marca su último gol el Liverpool. Lio se entera que está, una vez más, fuera de Europa, al escuchar los rugidos de “This is Anfield” - más acongojantes que los de la marabunta de la película de Charlton Heston y Eleanor Parker - cuando Origi anota el cuarto tanto de la noche.
Recomiendo encarecidamente que vean “La diligencia” a los que no la han visto y que la repasen los que la vieron en su momento. Es como una lección de vida, en la que lo que se nos muestra al principio va evolucionando fotograma a fotograma. Los personajes van madurando paulatinamente y lo que se ve al final tiene poco que ver con el inicio, cuando los pasajeros montan en la diligencia en la población de Tonto, Arizona (se llama así el pueblo, no sean mal pensados), en dirección a Lordsburg, Nuevo México. Los secundarios de la película son tan magníficos que casi llegan a hacer olvidar al gran John Wayne (también pasó en Anfield: casi nadie tuvo que acordarse de Salah).
Grande John Ford. Grande Dudley Nichols, su guionista. Y Grande Jürgen Klopp al haber sabido leer a la perfección el guión y hacer de su equipo una verdadera piña con varios objetivos: divertirse, divertirnos y, además, cometer una enorme heroicidad. Vean “La diligencia”: además de épica, es francamente divertida. Como lo fue la noche del 7 de mayo de 2019 en Anfield Road.
Magnífico, Sr. Dumas, aquí emoticonos de aplausos.
Celebro además los paralelismos con lo ocurrido en Anfield y con la obra maestra de Ford "La diligencia", un título que nos viene muy bien para lo que está por venir. En el original el título es "The stagecoach", y ahora mismo nos tiene a los madridistas preocupados quiénes llevará nuestro coach a ese stage de pretemporada, si vendrán los nombres que esperamos y alguno más, o se mantendrán algunos que creemos que deberían salir (eso sí, algo mejor parados que los hermanos Plummer del filme).
Respecto a la importancia de los actores de reparto, siempre pienso en ese tipo que hace bien su trabajo, sin ser brillante pero sí correcto y sin grandes alardes, ese cuya mejor virtud es que solo por estar ahí mejora el conjunto y a veces lo mejor que hace es desaparecer en apariencia y solo acompañar a los principales. Sus iniciales son S.B., como Sergio Busquets, pero este tiende además a la sobreactuación y el exceso como ese otro para el que también vale todo lo dicho y cuyas iniciales son las mismas: Steve Buscemi.
Muchas gracias, Barney! Excelente lo del coach y lo del stage. Un fuerte abrazo.
Procuro leer la mayor parte de artículos de la Galerna. Y le quisiera decir que es usted uno de los autores que leo con mayor interés. Desde luego, el nivel de exposición -en general -es elevado, lo cual se agradece , principalmente, con la lectura. Aunque , lo que sobre todo quiero decirle es que entre las opiniones de los articulistas de la Galerna hay algunos cinéfilos que por su condición observan y retienen detalles que otros no. Sin embargo, el no opinar al respecto, no significa falta de interés. Simplemente, no tenemos tantos datos y es difícil. entonces, comentar al respecto.
Muchas gracias por sus palabras, amigo Floquet de Neu (como el mítico Copito de Nieve que pude ver en Barcelona a finales de los 70, si mal no recuerdo). Yo solamente le diría que viese esta excepcional película, tiene tantos detalles a primera vista, a segunda y en sucesivas, que es una verdadera obra de arte a la que hay que volver - como hago yo - cada dos años como poco. También le digo que no soy tan detallista con películas que no me llaman la atención, por supuesto. Un fuerte abrazo.
Señor Dumas, muchas gracias por su muy acertado artículo.
Hace ya unos años que vengo meditando en lo que se parece una temporada de fútbol a un partido de basket. O por lo menos en cuán parecida es la receta del éxito en cada uno de ellos.
Así, es muy difícil ser auténticamente competitivos sin una defensa de mucho nivel, una defensa en la que estén implicados todos los que están en el campo, con movimientos muy trabajados, implicación absoluta y una vocación que lo lleva a uno a "divertirse defendiendo". En fútbol se suele repetir el tópico de que un buen ataque gana partidos, una buena defensa gana campeonatos.
Pero al hilo del artículo, está claro que en un partido de basket, vale de poco tener un quinteto titular espectacular, si después en las rotaciones te hundes, y tus hombres del 6 al 12 están muy por debajo de los del otro equipo. Podrás ganar ante equipos de menos calidad y presupuesto, pero estarás lejos de competir con los realmente buenos.
Es la profundidad de banquillo la que marca la diferencia.
La corriente social del equipo no ayuda, puesto que se suele criticar a todos aquellos que no sean "cracks" como jugadores no válidos para el Madrid, contribuyendo a crear un ambiente de inestabilidad que en nada ayuda. Un ejemplo lo tenemos en La Galerna y la actitud de Quillo Barrios hacia Lucas Vázquez, excelente secundario donde los haya. Hay quien no entiende que se puede ganar al Rayo Vallecano en casa sin necesidad de poner 2.000 millones sobre el campo (o se debería poder). No pretendo censurar a Quillo, tiene todo mi respeto para opinar como quiera.
A mi juicio, Zidane lo hizo muy bien la temporada del doblete en el segundo aspecto (rotaciones) pero no tanto en el primero. Me explico, ganábamos muchos partidos que se nos ponían en contra con goles en los minutos finales, y eso hablaba de una plantilla muy extensa y de mucha calidad. Teníamos a James, Morata, y otros jugadores enchufados y marcando. Pero habría que preguntarse por qué en tantas ocasiones era necesario hacer eso, por qué llegábamos en tantas ocasiones a esa situación. Y esto tiene que ver con lo primero, con esa tensión competitiva que debería convertir en un infierno (psicológico, eh?) cada intento del equipo contrario de acercarse a nuestra área.
Muchísimas gracias por su texto, amigo Juan A. Mi colega Quillobarrios, si lo cree oportuno, le contestará sobre lo que usted comenta. No soy yo quien para contestar en su nombre. Pero ya sabe usted que en La Galerna, comentando con respeto y criterio, como hace usted, cualquier opinión es más que bienvenida. Gracias de nuevo. Un saludo.