“Alemania va ganando y, en otro orden de cosas, la lluvia moja”. Así rezaba un tuit que colgó el ex futbolista Gary Lineker durante el partido de octavos de final entre la selección germana y Eslovaquia. Aparte del chiste, la sensación que planeaba en el estadio era exactamente esa: Alemania iba a ganar, pasara lo que pasara. Lo sabía el público y, lo que es más grave, lo sabían los jugadores eslovacos, que encararon el partido con una singular dosis de resignación. “Si hay que jugar se juega, pero jugar para nada es tontería”, parecía expresar el rostro de Skrtl cuando cometió un penalti tan obvio como inexorable sobre Mario Gómez.
Los teutones salieron con una alineación que, de pronto, pareció de gala. Löw se ha encontrado con el equipo y en él no está Göetze. Sí Draxler, que ayer hizo uno de esos partidos que son un cheque al portador. En portería, Neuer. La defensa la forman ese mini-Lahm llamado Kimmich, Boateng, Hummels y Hector. En el centro del campo, Kroos, jefe y origen de todo. Junto a él, Khedira, hiperactivo y útil, aunque se retirará sin que sepamos qué tipo de jugador es. Lo hará con Mundiales y Champions a sus espaldas como titular, eso sí. Özil debe poner la sutilidad; Müller, ese je en sais quoi que le hace indetectable y Draxler, el dinamismo y el desborde.
Durante los primeros 40 minutos, Eslovaquia no hizo ni una sola jugada de ataque. No es que no chutaran, es que no tuvieron ni una posesión con intención ofensiva. Alemania marcó pronto gracias a un chutazo que enganchó Boateng en la frontal del área -no había un eslovaco en ese mismo código postal- y pareció valerles el 1-0. Quizá soñaban con aguantar el resultado hasta el minuto 89 y marcar un gol a la desesperaba. Özil (que está haciendo una Eurocopa notable) les ayudó tirando uno de esos penaltis tan suyos como de princesa desmayada. Lo tiro flojito y a media altura, con esa carita de asco de doncella decimonónica. Kozácik lo paró.
Cuando los eslovacos, capitaneados por Hamsik, se atrevieron a hilar un par de jugadas, con ocasión y paradón de Neuer incluido, Draxler respondió con una jugada de 1970: desborde en banda y pase de la muerte para que Gómez, con su patosa gracilidad, metiera en la portería. Y es que los partidos de Alemania parecen inevitables, extrañamente sencillos. Es lo que tiene tener a Kroos en tu medular, claro: el rubio ordena y, como por arte de magia, todas las piezas a su alrededor se colocan de manera que siempre hay un pase que dar. Si no lo hay, mete un cambio de orientación de 60 metros (Boateng también consigue romper líneas de esa manera) y listo. Como ya hiciera Xabi Alonso, se desplaza a la izquierda para tener mayor rango de pase.
La segunda parte empezó algo más movida, con Eslovaquia animada, teniendo más posesión y atacando con cierta ilusión. La liberación de Hamsik, tras la sustitución de Weiss ayudó. Pero eran balas de fogueo, escapadas locas para lucir maillot a sabiendas de que el pelotón te va a engullir. Alemania se lo tomó con tranquilidad y dejó para más adelante desvelar la duda sobre si hará aguas en defensa (regresan del ataque poquísimos) cuando se vea genuinamente exigida por delanteros y equipos de más nivel.
Draxler coronó su partidazo con el 3-0 definitivo: tiene desborde, aparece en cualquier zona del ataque, llega a gol y todos sus movimientos son con sentido. El del Wolfsburgo hizo una de las grandes demostraciones individuales del torneo, apenas un rato después de la de Griezmann y unos minutos antes de la de Hazard.
El paso lento pero seguro de Alemania parece firme. Están en cuartos y no se han despeinado -hay un corte de pelo así cortito por los lados que es casi obligatorio en el equipo. Capaces son de llegar a la final y ganarla de la misma manera.
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