Me gustó mucho la pancarta en recuerdo de Ángel Nieto que sacó ayer la Grada Fans de mi amigo Manuel Matamoros. Una cosa importante y sencilla y elegante. Bien hecha. En el Madrid todo está hecho con gusto. Con sentido y sensibilidad. Allí donde miras ves una cosa sublime, eso que decía Umbral que había que ser siempre.
Uno va recorriendo la sublimidad general como si fuera Disneylandia y va encontrando sublimidades pequeñas. Sublimidades como pellizcos, como muletazos, como pedazos de arte que provocan el olé. Eso es muy raro de ver lejos de una plaza de toros, incluso en el mismísimo Bernabéu.
Es muy raro y muy precioso. Yo me lo voy a guardar como un niño sus tesoros en una cajita de galletas para desenterrarla muy despacio en los días lluviosos desdoblando con cuidado el plástico protector antes de dejar salir de nuevo esa primera parte (una foto en blanco y negro de una mujer desnuda, una miniatura de un coche antiguo, un mechón de pelo, una carta, un click de Famobil, una navaja...) o tan sólo los minutos que van desde el veintimuchos hasta el cuarenta y pocos.
Diez minutos largos de esencia cuyo aroma fue demasiado turbador para almas sensibles. Yo estuve a punto de desmayarme como la damisela que soy tras el amago de Kovacic; ese gesto decadente, élvisco (de Elvis), sin balón que engañó al Barcelona en bloque como si fuera el salón de Top Secret. Nick Rivers zarandeando jugadores culés como a señoronas berlinesas de gala estilo años treinta.
Luego vinieron encadenados un tórrido puñado de quites en un ambiente de largo y cálido verano, el delirio: verónicas, navarras, delantales, faroles... Respingo tras respingo ante la belleza que pocas veces antes tuvo tanta respuesta elogiosa no sólo por lo visto y ocurrido sobre la yerba sino por el eco que produce. El eco, por ejemplo, de la locución. Una locución rendida.
Ayer vi el partido en la televisión y Carreño, el conductor (el Manolo, sí), casi parecía conducir el autobús de una peña madridista con Camacho al lado tocando la tuba a pleno pulmón. Luego sintonicé la COPE, donde se manejaba el otro (el otro Manolo), y aquello no era el autobús de una peña madridista sino todo un convoy, una caravana de colonos extasiada ante las bondades de la tierra.
No pregunten por qué arriesgué mi integridad de forma tan temeraria dos veces en una misma noche, pero sabía que este Madrid puede conseguir cosas increíbles como que todo el mundo se deshaga ante la irresistible presencia sudorosa del Paul Newman faulkneriano que es este equipo. Una presencia y una precisión llena de subordinadas a cada cual más esperanzadora.
Cuando salieron Theo y Ceballos, y yo a la vez miraba a ese banquillo pletórico y sonriente lleno de hombres felices, sentí lo mismo que al ver nacer esas flores de los documentales a cámara súper rápida. Sentí como que la vida se abría camino a toda velocidad en medio de la disneylandáutica sublimidad mirase uno donde mirase, como si por el Bernabéu le fueran saludando Mickey, Donald, Goofy y todos esos (entre los que está Zidane) mientras al final se ganaba la Supercopa de España como flotando.
Faulkneriamente precioso. Asensio Snopes.
🙂 Gracias.
Entre Faulkner y Hemingway, sin antagonismo y con matices del arte de la tauromaquia de Lorca, Ud realza el Madridismo y el periodismo deportivo. Enhorabuena D. Mario, siempre hala Madrid!!!
Oleeeee que cosa más hermosa de artículo