La meritocracia constituye uno de los más importantes pilares ideológicos de nuestras sociedades, si no el principal. Se trata de un elemento al que aluden muchísimos oradores cuando quieren reforzar la legitimidad de la postura que defienden. Del mismo modo, aquellos cuya intención es cuestionar lo establecido a menudo focalizan sus críticas en ella. Aunque, en este caso, resulta interesante resaltar que los críticos intentan limitarse a señalar sus sesgos e insuficiencias; es decir, no suelen ser capaces de confrontar la meritocracia directamente como virtud, sino que denuncian que, en muchas ocasiones, no está a la altura de sus propias exigencias. Por lo tanto, queda blindada como tronco vertebrador del pensamiento mainstream tanto por conformes como por críticos.
El ámbito de las competiciones deportivas, por supuesto, no es ajeno a lo anterior. La propia competición se establece sobre la base de intentar discriminar quién es mejor a partir de unas reglas —pretendidamente— iguales para todos. Por otro lado, la dinámica de los equipos favorece una competitividad interna entre sus integrantes: se trata de distinguir a los más destacados, los cuales nos permitirán sobresalir por encima del resto de oponentes. A estas alturas del texto, el lector quizá haya sufrido la tentación de abandonarlo por su cercanía a la perogrullada, pero he aquí la pregunta que motiva toda esta introducción: ¿qué hacer cuando la meritocracia, estrictamente considerada, se convierte en un problema antes que en una solución? Antes de que alguno se persigne y responda que tal circunstancia no es posible, le invito a que eche un vistazo a la situación existente en la portería del Real Madrid.
Acostumbrados a cierta dosis de exageración dramática, hay una parte de aficionados merengues que despachan rápidamente el asunto, incluso con condescendencia: “ambos candidatos al puesto no tienen el nivel adecuado”. Evidentemente, la sombra de Courtois —en mi opinión no solo el mejor guardameta del mundo, sino el mejor de la historia de nuestro club— es alargada, e influye de manera decisiva en la valoración. Pero conviene no dejarse engañar por la reconfortante contundencia del análisis superficial tan propio de los hinchas. Tanto Kepa como Lunin son dos porteros correctos, cada uno con sus características. El vasco tiene unos reflejos estupendos y una agilidad y elasticidad que podrían vincularlo a esa estirpe de arqueros felinos que tanto han gustado históricamente en el Bernabéu, independientemente de sus carencias en el juego aéreo. Por otro lado, el ucraniano, de planta más sobria, es menos amigo de espectacularidades y goza de mayor habilidad por alto, así como de un punto de aplomo a la hora de encarar la terrible hora de los penaltis. A priori, la teoría de la meritocracia concluyó que la competencia virtuosa estimularía el crecimiento de ambos. La realidad desmiente esta hipótesis: ambos se muestran inseguros, erráticos, con miedo al fallo, lo que contribuye a potenciar sus lagunas antes que sus dones.
Me atrevo a proponer una solución alternativa. Carlo debe elegir y mantener su decisión a despecho de lo que ocurra. Al menos, durante un número significativo de jornadas, suficientes para que el titular no vea los noventa minutos como un todo o nada
La de portero no es una demarcación equiparable a las demás. Bien lo sabe Ancelotti, quien ya en su primera etapa en el banquillo de Concha Espina hubo de afrontar una situación comprometida al respecto. En aquella ocasión, el duelo entre Diego López y Casillas venía manchado por una herencia en la que los motivos personales —y casi políticos— dificultaban un análisis desapasionado. La decisión salomónica de 2013 terminó con un final en falso, con el gallego saliendo por la puerta de atrás y con un mito debilitado, con el que un sector de la hinchada ha sido incapaz de reconciliarse una década después. El escenario actual no se halla tan enquistado como entonces, pero la incertidumbre en los roles está disminuyendo el rendimiento de los protagonistas y puede llevarse por delante algunas de nuestra opciones en esta accidentada temporada. Alguien dijo una vez que la historia primero sucede como tragedia, y posteriormente se repite como farsa.
Aun a riesgo de contradecir los sagrados códigos meritocráticos que inconscientemente tenemos tan asumidos, me atrevo a proponer una solución alternativa. Carlo debe elegir y mantener su decisión a despecho de lo que ocurra. Al menos, durante un número significativo de jornadas, suficientes para que el titular no vea los noventa minutos como un todo o nada. Se ha descolgar esa espada de Damocles que inevitablemente atenaza cualquier valentía y encadena la temblorosa figura a la línea de meta. Si posteriormente hay que efectuar un cambio, ya se verá. Aunque parezca contraintuitivo, hay veces en que el mérito no puede medirse con lupa, sino observando el panorama desde una perspectiva más amplia. Al fin y al cabo, cualquiera que haya jugado al fútbol sabe que hay otros valores, como la confianza, que no solo complementan el mérito, sino que son condición necesaria para poder demostrarlo. O acaso ni siquiera sea preciso haber jugado al fútbol, y quizá, ustedes me perdonarán, simplemente baste darse un paseo por la vida.
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Por lo visto hasta ahora me quedo con Lunin, Kepa lo veo muy inseguro por alto aunque ambos porteros juegan muy debajo de sus palos, puede que igual Kepa sea mejor de reflejos para hacer grandes paradas bajo palos pero hasta ahora por lo visto no compensa su inseguridad en las salidas por arriba.
Siempre he sido un defensor de Kepa. Me parece un gran portero bajo palos, mucho mejor que Lunin. Efectivamente, es un portero tipo Casillas o Keylor, con grandes reflejos pero problemas por arriba. Yo sinceramente pensaba que estaba mucho más maduro en los balones altos. De hecho creo que la alternancia propuesta por Ancelotti le ha hecho mella. El tema de salir por arriba muchas veces no es tanto de centimetros como de confianza y ahí creo que el entrenador se ha equivocado. Los errores de Lunin el otro día costaron el partido. Los tres goles son parables.
Buenos días, por alusiones como miembro de ese sector madridista que todavia no ha perdonado al Sr. Casillas, lo admito ni he, ni lo hare, perdonarle que se fuese a Oporto cobrando 2 años ddel Madrid no tiene perdón, aunque sólo se trate de dinero, pero lo que hizo con Arbeloa y D. Javier Alonso, dejándoles que el varcelonismo mandante en la selección y en la Federación les tratase como perros y echándolos del equipo nacional. Sin perdón
Saludos blancos
Tampoco perdonarás a Hierro o a Raúl entonces