El relato de Hollywood se lo come todo gracias a unos altavoces enormes, potentes, manipulados y dirigidos para que la gente asuma premisas supuestamente inamovibles y sin, por supuesto, ninguna posibilidad de llevar la contraria, que eso es para gente que a veces se toma la libertad de pensar. ¡Qué peligro!
Katharine Hepburn no salía a actuar, sólo a ganar.
Mucho bombo con la enorme diferencia entre su primer Óscar, por ‘Gloria de un día’, y el último, por ‘En el estanque dorado’. 48 años de diferencia. No dicen, en cambio, que desde su primer Óscar hasta el segundo pasaron 34 años sin oler galardón.
Pero hay más datos para demostrar que el relato es solo eso, un cuento: desde que ganó su tercer Óscar por ‘El león en invierno’ hasta el cuarto pasó la friolera de 13 años. El resto es ficción, una ilusión comprada por tanta gente que da la sensación de haber sido real. Pocas verdades tan mentirosas como la de la actriz de Hartford, criada en Connecticut por padres reformistas y ¡de clase alta!
Fríos guarismos.
Después de 66 años en activo, la que fuese denominada ‘veneno para la taquilla’, la niña que no era tan fiera, Hepburn apenas era un frío número, víctima de su fuerte independencia y personalidad indomable, que nada tiene que ver con la esencia misma de la interpretación. La actriz dejó un día de divertirse con Howard Hawks para convertirse en una actriz madura que participaba en dramas, obsesionada con marcar una nueva muesca en el revólver.
¿Qué más da cuatro que tres? ¿O dos que uno?¿Importa algo? Es sólo un número, nada más que eso. Los números no importan. A los fans de Hepburn sólo les importa eso, nada más que eso, y lo reivindican con orgullo, felices de seguir burocratizando la conquista de un récord que, tarde o temprano, terminarán superando Meryl Streep o Emma Stone. ¿Existe mayor prueba de desprecio hacia el resto de actrices que celebrar esos cuatro galardones vacíos? ¿Puede haber un menosprecio tan evidente de quienes consideran a Hepburn la número uno de una competición que le importaba menos que su relación con Spencer Tracy? Katharine Hepburn es hoy sólo un número.
La farsante.
Ganar, ganar, siempre ganar. Ganar por encima de todo y cueste lo que cueste, justificando cualquier cosa que ocurra durante el camino porque el fin lo vale todo. Atrás queda ya olvidada, en las profundidades del cajón de la vergüenza, la nominación improductiva por Historias de Filadelfia. O el vacío que se le hizo por ‘De repente, el último verano’. Es imposible enumerar como hace siempre el fan de “la zarina” todas las situaciones de las que salió beneficiada. Pocos se acuerdan de las extrañas circunstancias en la que se impuso a Anne Bancroft, que brilló en ‘El graduado’, sólo porque la industria woke de Hollywood quería premiar ‘Adivina quién viene a cenar’.
¿Qué más da si su Óscar por ‘El león en invierno’ le fuese concedido en un raro empate con Barbra Streisand por ‘Funny Girl’? Todo eso y mucho más forma parte de un camino que Katharine Hepburn despreciaba, que recorrió asqueada porque, en el fondo, le molestaba recorrerlo. Y así era. Los Óscars son una competición que a Hepburn le resultaba un incordio porque lo único que le interesaba era seguir añadiendo un número más a esas estatuillas carentes de sentido.
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Absolutamente acertado. Por cierto, ¿Quién es Kate Hepburn? ¿Qué mérito tiene? Yo me quedo con mi Rossy de Palma, dónde va a parar...