Tigre, tigre, fuego que ardes
en los bosques de la noche.
¿Qué ojo o mano inmortal
pudo idear tu terrible simetría?
William Blake
(Es el minuto 89:53. Vinicius está en el pico del área. Exhausto tras haber intentado, por enésima vez en la noche, un regate salvador y definitivo, opta por enviar un centro templado al corazón del área.)
La vuelta de las semifinales responde a las expectativas previas: una jungla cuya espesura está constituida por una maleza de cuerpos subiendo y bajando, contactos frecuentes destinados a minar fluidez y confianza. Los papeles se reparten según lo esperado. El Madrid domina con autoridad a su rival, aunque no consigue abrir la lata. El Bayern se asienta desde el comienzo: prietas las filas atrás, y en ataque a tratar de aprovechar los espacios que dejen los merengues, dispuesto a exprimir su inmenso talento ofensivo como nunca antes.
(El balón va al punto de penalti y Bellingham y Camavinga hacen un esfuerzo por alcanzarlo. Es el francés el que peina suavemente la pelota, casi sin fuerza, en una prolongación que más parece una súplica antes que un remate, hacia territorio controlado por los centrales del Bayern.)
Al equipo blanco no le entran los disparos, con lo que la producción ofensiva de sus delanteros no puede imitar los atajos del primer encuentro, en el que se llegó al gol antes que al juego. Rodrygo se va desquiciando poco a poco, pues a la impotencia en ataque se le suma el recuerdo de todas aquellas otras noches en las que la primera pelota tampoco entró, como si su ánimo -y, por ende, su rendimiento- estuviera condenado a depender del acierto de su primera acción. En la otra banda, Vinicius ofrece alternativas mucho más claras, pero unas veces el poste y otras unos escasos milímetros impiden que se consume la felicidad. El Bayern, por su parte, tiene las ideas perfectamente asimiladas. No hay cuartel. Los defensas se abalanzan ante cada disparo, y el armazón bávaro, perfectamente engrasado, intenta enfriar el ritmo cuando consigue la posesión. Neuer conserva su flemática estampa con la que continúa percutiendo sobre la salud mental de sus rivales, sumiéndolos en un monólogo interior repleto de dudas existenciales cuando lo ven hacerse grande bajo los palos.
(El despeje de Kim Min-jae es defectuoso, al punto de penalti, y por allí aparece la taciturna figura de Nacho, quien estira su pierna izquierda para controlar el esférico. Al verse presionado por la defensa, el alcalaíno se da la vuelta para proteger el cuero, quedando de espaldas a la portería; acaso confundido por su espíritu de zaguero, que seguramente le insta a alejar los balones todo lo posible de la línea de gol.)
El Madrid tiene más arreones tras el descanso, e incluso llega a obligar a unas cuantas intervenciones de mérito de Neuer, gracias a otra serie de disparos de los brasileños. A esas alturas Vinicius Júnior, regate a regate, genialidad tras genialidad, ha ido construyendo un partido glorioso en el que se centran todos los focos. Por desgracia, supone un espejismo: a la ofensiva merengue se responde con un par de contras, hasta que finalmente llega el hachazo cruel. Alphonso Davies aprovecha el hueco que deja la subida de un homérico Carvajal para encarar a Rüdiger, que le da la salida por dentro esperando una ayuda que nunca llega. Gol. La selva se cierne en torno a los madridistas, quienes para entonces ya han comenzado a desordenarse en busca del pandemónium. Ancelotti intenta cambiar el rumbo del encuentro con la entrada de Modric y Camavinga por Kroos y Tchouaméni.
(En un alarde de inspiración, Nacho se gira y da un pase soberbio para Rüdiger, que deambula por el lateral del área grande buscando cómo compensar el gol con el que Davies le ha marcado la piel. Mientras ve venir el balón raso, se perfila para propulsarlo hacia el área pequeña, el lugar donde suceden las cosas importantes.)
A falta de menos de cinco minutos el Madrid pierde y está eliminado, e inicia una serie de cargas a la desesperada, con Brahim y Joselu como últimos intentos de agitar la coctelera. El VAR ha anulado justamente un gol de rebote por falta previa de Nacho, gracias a las quejas de Kimmich al recibir un impacto en la cara cuya auténtica fuerza solo conoce él. Los jugadores del Bayern se tiran al suelo, fingen lesiones, arañan muchos segundos al reloj. No parece suficiente tiempo para un nuevo milagro, pues restan 3 minutos y el electrónico aún muestra un inclemente 0-1. En ese instante, el único fallo del guardameta alemán en toda la eliminatoria deja un balón muerto a Joselu, el jornalero del gol, un depredador en su hábitat natural. La mirada del tigre arde en sus ojos, y el canterano no perdona. Por mí y por todos mis compañeros, pero por mí primero. Un empate con el que soñar. Una vida extra. Cuándo ha necesitado el Real Madrid algo más.
(Rüdiger juega la pelota de primeras, sin apenas pensarlo, fuerte y duro. Se diría que el pase es una metáfora de él mismo: un regalo tan valioso como contundente, que hay que saber aprovechar. Y a la frontal del área pequeña se asoma el tigre, que ha evitado inteligentemente el fuera de juego a pesar de que el VAR quiera aportar algo de suspense. La puerta de la gloria está abierta, vacía, expedita. Joselu coloca la pierna y el cuerpo en una posición casi histriónica: la espalda encorvada y saltando a la vez que impulsa el balón. No es especialmente bonito. Únicamente es el gol más importante de su vida.)
El partido adquiere el tono épico y trágico de tantas noches europeas en el Bernabéu. Los alemanes, hasta el 2-1 fabulosos intérpretes de múltiples dolencias, de repente claman por un añadido generoso. El árbitro pierde la cabeza y no solo les concede nueve minutos, sino que alarga de forma incomprensible hasta el 115. Las postrimerías se ensucian de manera absurda por un dudoso fuera de juego posicional, por el que Marciniak anula un último centro a la desesperada en lugar de dejarlo seguir. Con los jugadores del Madrid parados por el pitido del colegiado, y tras varios cabezazos y despejes, De Ligt acaba la acción metiendo el balón en la portería de un Lunin que desiste de actuar, puesto que todo ha sido invalidado. Tuchel, cuya expresión de amargura confirma el cliché de las caras como espejo del alma, encuentra un -ficticio- clavo ardiendo. Una anécdota menor en medio del éxtasis del Bernabéu.
Algunas conclusiones debe sacar el equipo de Ancelotti de este segundo acto de la semifinal. La telaraña germana fue efectiva durante demasiados tramos del desarrollo del juego, y los blancos estuvieron a rebufo más de lo que sus méritos exigían. Si quiere conquistar la Champions en Londres, el Real Madrid deberá llevar el encuentro a sus intereses y bien hará en disputarlo, si no en campo abierto, al menos no en la oscura jungla a la que, por momentos, se vio abocado anoche. Aunque con la tranquilizadora certeza, eso sí, de que, aún en los peores escenarios, casi siempre tendrá un comodín salvador.
(Joselu Mato, fuego que ardes en los bosques de la noche. Qué ojo o mano inmortal pudo idear tu terrible simetría.)
Siendo sincero, a día de hoy aún nadie me ha desentrañado el enigma que envuelve al Real Madrid.
Pero mientras se resuelve el enigma, disfrutaré de la felicidad que me aporta.
¡¡¡ Hala Madrid!!!
Me alegro por muchas cuestiones. Resumiendo. por los madridistas , especialmente por Joselu y por mí, y por los antimadridistas .
Las estrellas nuestro destino.
Existe el Cielo, no lo dudéis a parece en gloriosas ocasiones en la Calle Concha Espina n° 1