David, Manuel: ya os podéis morir tranquilos
Es broma. Ni se os ocurra. Más bien al contrario. Reza el célebre epitafio de Jardiel: “Si buscáis los máximos elogios, moríos”. Sois, cada uno a su manera, una bonita anomalía en medio de la tesis del dramaturgo de la sonrisa. Vosotros ya habíais recibido la gloria. Tan merecida. Habéis visto colmadas, entre las tablas del teatro y las baldas de librería, las viejas aspiraciones de juventud. De hecho, por el talento que nadie os ha regalado, aún las veis rebosar en cada nueva ventura. Todo en orden, pensaréis. Sí y no, dicen en mi tierra. ¿Qué podía faltar?
Músico y escritor. Dos profesiones hermanadas, por lo bohemio y por lo hepático. La música está bien. Se puede bailar, se puede cantar, la gente llora con su canción. La literatura es también refugio, el trasmallo de los demonios del escritor. Los libros, las columnas, los placeres del lector. Supongo que todo eso da un sentido a la vida. Los premios, las columnas celebradas, los estadios llenos. De acuerdo, todo suma, todo encumbra, pero, ¿y el Real Madrid? Dime algo que aúne tu pasión más antigua, tu emoción más duradera, y tu razón última para dar voces, alzar los brazos, y chillar como un niño a la misma hora en la que músicos y escritores sin pasión merengue están componiendo canciones que desecharán o sumergiendo el hígado en whisky. Ah, amigos. Los Premios de La Galerna. La sombra de Gento, el madridismo más puro. Qué gozo: madridismo y sintaxis.
Hace ya algún tiempo tuve la fortuna de empezar a firmar aquí, en La Galerna, de tarde en tarde. Feliz ocasión de saldar así una vieja deuda pendiente, que era escribir sobre el asunto de las pelotas. Tantos años sentando cátedra sobre un montón de tonterías y había dejado para el final lo único importante: el lecho verde, ondeante el escudo blanco, las miradas brillantes que sueñan en los reflejos de ayer, la emoción al punto del silbato, ya sabes. Una razón para la literatura a corazón –blanco- abierto, y una ventana para que unos sufran, y otros disfruten, supongo, mi madridismo intransigente y feliz.
Además, de unos años a esta parte, la prensa deportiva estaba tan mal escrita que La Galerna me parecía un homenaje a la mejor ars poetica, la que no pretende cambiar el mundo, sólo festejarlo. Es cierto que las formas las reinventó Gistau, tal vez el primero que combinó madridismo y sintaxis en nuestro minuto de gloria de la historia, la excepción, que nuestro añorado escribía al primer toque, siempre con la cara interior y el cuerpo erguido. Pero, hoy por hoy, el madridismo que se exhibe aquí, que me perdonen los otros, es el más puro, el más elegante, el más placentero.
“La ventaja del Real”, escribió nuestro Antonio Escohotado en La forja de la gloria, “es un factor tan imponderable como el prestigio, que tras un siglo largo de existencia en la división de honor ha copado la cima en dos épocas, contribuyendo a que vestirse de blanco sea hace tiempo lo equivalente a armarse caballero otrora”. Así, los galardones que habéis recibido, Premio Viento de Galerna, David Summers, y Premio Antonio Escohotado, Manuel Jabois, son el final del camino emocional más largo, el cierre de los sueños más profundos de niñez, que es esa etapa en la que el madridismo brilla como un planeta en época de celo, amolda el corazón, nutre las virtudes que se harán forja en la vida, y anega de placeres todas las ilusiones primeras.
Celebro, en fin, como si fuera propio el reconocimiento de David y Manu, armados por fin caballeros blancos por La Galerna, también la grandeza institucional del Real Madrid, esa sonrisa de Butragueño con el trofeo, y el orgullo de que, entre las letras, las artes, y los goles, conformemos una suerte de hermandad de la que solo podamos despedirnos cuando sea para siempre, con gratitud y memoria, con la belleza de un Foxá diciendo adiós a su ciudad:
“Gracias, amigos: / en la noche de junio / corazón mano abierta: / la copa levantada / entre las rosas / violadas por el hierro de las verjas”.
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