Clos Gómez abrió la puerta de la sala que ya se había convertido en su despacho y que, desde hace unos días, la prensa y el resto del mundo habían descubierto que era la supuesta sala VOR secreta o B. Tras la puerta esperaba un Gil Manzano al que sólo le faltaba morderse las uñas para terminar de expresar su evidente nerviosismo.
—Pasa, pasa. Tranquilo, que no muerdo —dijo Carlos en un tono tranquilizador—. Adelante, siéntate.
Jesús casi tropezó al acercarse a la silla en la que se sentó, quedando justo enfrente de la del jefe del VAR, situado al otro lado de la mesa.
—Medina está de atasco, como de costumbre, así que me temo que me toca a mí comunicarte esto —comenzó Clos en tono amable.
—Le juro que yo no sabía nada de esta segunda sala, señor —se apresuró a decir Gil Manzano.
Carlos sonrió, divertido. La prensa creía que lo había pillado con aquello de la segunda sala VOR, pero la verdad era que habían errado totalmente el tiro. Su verdadera sala VOR estaba en el reluciente maletín plateado que reposaba en el tercer cajón de su mesa.
—Tranquilo, Jesús. Esto no es un interrogatorio. Estás aquí para que te comunique que has sido designado para arbitrar el Clásico de esta semana.
Gil Manzano dibujó una mueca extraña en su cara, como si no supiera si sonreír o no acabara de entender lo que acababa de oír. Acabó decidiéndose por lo segundo.
—¿Acaso te sorprende la decisión del Comité de Designación? Al fin y al cabo, eres el colegiado español con mejor reputación internacional.
—Y aun así es sólo mi tercer clásico —se lamentó Jesús, no sin atrevimiento. Casi al momento se debió de arrepentir porque intentó arreglarlo a continuación—. Lo que me preocupa es que se os echen encima por haberme elegido a mí para evitar que se diga que habéis elegido a un árbitro no investigado y así evitar echar más leña al fuego.
—El comité de designación no tiene en cuenta tales minucias a la hora de realizar sus elecciones —dijo con voz gélida un Clos Gómez, que se removió incómodo ante la mención de la investigación de la Guardia Civil—. Si el CTA te ha elegido es porque confía en tus capacidades. Tanto como en la de cualquiera de tus compañeros, pero sobre todo en tu experiencia para partidos de este calibre.
—No es que no esté agradecido… —empezó Jesús—, pero quizá sería mejor que arbitrara otro. Mis errores serán juzgados con una lupa mayor que los de otro compañero que…bueno… que no esté en el ojo del huracán. Desde Barcelona dicen que soy madridista y desde Madrid me recuerdan cada dos por tres los penaltis del partido contra el Valencia. ¡Como si fueran sólo culpa mía! El VAR debió…
—Todos estamos en el ojo del huracán, por si no te habías dado cuenta —le cortó en seco Clos—, pero el CTA no es un conjunto de colegiados. Es un equipo. Me gusta decir que, en cierta manera, cuando arbitra uno arbitramos todos, jeje. Si te equivocas tú, nos equivocamos todos. Pero no lo vas a hacer.
—No voy a hacer ¿el qué? —preguntó Jesús, confundido.
—Equivocarte, claro está —repuso su superior con naturalidad.
—¡Pero eso es imposible! —exclamó el árbitro.
“Con esa actitud de mierda, desde luego.” Pensó Clos con mordacidad. Pero la paciencia se impuso y cuando habló lo hizo con su habitual tranquilidad.
—¿Sabes, Jesús, cuál es el parásito más resistente del mundo?
La cara de incredulidad del colegiado le indicó que la respuesta era negativa. Clos Gómez continuó:
—¿Una bacteria? ¿Un virus? ¿Un gusano intestinal? —preguntaba el jefe del VAR mientras Gil Manzano permanecía en silencio—. Una idea. Resistente. Muy contagiosa. Una vez que una idea ha arraigado en el cerebro es casi imposible de erradicar.
Gil Manzano continuaba sin comprender nada, pero mientras Clos seguía con su perorata preparada, el extremeño se iba haciendo a la idea de que le tocaba el marrón de pitar el Clásico.
—La única idea que necesitas tener bien arraigada en la cabeza es que ninguna de las decisiones que tomes va a ser errónea… —Gil Manzano ya estaba abriendo la boca para protestar ante la imposibilidad de semejante afirmación cuando escuchó lo que seguía diciendo Carlos— … porque las decisiones que tomes durante el encuentro van a ser las que tomaríamos cualquiera de nosotros.
—¿Nosotros? — Preguntó Jesús, cada vez más perplejo.
—Medina, Undiano, López Nieto, Fernández Borbalán… Todos nosotros.
—¿Está… está hablando de dirigirme desde la sala VOR secreta, señor? —preguntó el extremeño.
—No me digas que tú también te has creído esa patraña. No dirigimos a los árbitros desde aquí —repuso Clos—, sino desde aquí —dijo señalándose la cabeza—. No tienes que preocuparte por nada. Sólo tienes que irte a casa, descansar y prepararte para el partido relajado con los tuyos.
—No sé yo si voy a poder relajarme mucho. Ahora me sacarán un vídeo en la televisión del Real Madrid —se quejó amargamente Gil Manzano.
—No lo veas. Ni que los viera nadie. Bueno, más bien, ni que le importarán a nadie más que a ellos. Ven, tómate esto —dijo amablemente Clos Gómez ofreciéndole una bebida de un turbio color gris.
—¿Qué es? —preguntó con cierta desconfianza Gil Manzano.
Clos sonrió.
—El secreto de mi éxito. Un tónico para los nervios. Yo también era algo escéptico con estos mejunjes, pero el caso es que a mí me funciona. Lo usaba antes de cada partido y siempre me iba bien.
Esta vez Gil Manzano supo mantener la boca cerrada y no comentó que disentía bastante de aquella última afirmación.
—Tómatelo y cuando llegues a casa me cuentas si te ha funcionado como a mí. Si es así, te puedo dar la receta.
Gil Manzano, algo más seguro, cogió el vaso que le ofrecía Clos Gómez y se lo bebió de un trago. Falta le iba a hacer para afrontar un clásico tan caliente como el del sábado. Clos lo fue acompañando a una puerta a la que nunca llegó, pues se derrumbó inconsciente a medio camino de la misma.
Medina Cantalejo, López Nieto, Undiano Mallenco, Fernández Borbalán e Iturralde González entraron por la puerta apenas unos segundos después. López Nieto se quedó observando el cuerpo del murciano.
—Madre mía, ¿qué compuesto has usado?
—El de Negreira —contestó Clos con serenidad.
—¿El que hacía con la carne esa podrida de su bar?
—El mismo que viste y calza, sí.
—Eso puede tumbar a un hipopótamo… —apuntó Nieto con cierta preocupación.
—Necesitábamos un sedante potente para acometer cuatro capas de sueño. Ahora mismo es el árbitro más independiente del CTA. Hay muchos conceptos que reforzar de su arbitraje —terció Medina Cantalejo.
—¿4 capas de sueño? ¿Por qué tantas? Esperad, ¿vamos a tener que usar todos el mismo sedante? Yo no vuelvo a probar esa mierda…
Medina ignoró las quejas de su subordinado y contestó a las primeras preguntas:
—No, si te parece usamos sólo una capa de sueño para preparar un clásico con tanto en juego y tanta tensión como este.
—¿Repasamos el plan? —le instó Carlos impacientemente a Medina, que asintió con la cabeza—. Muy bien. Cuatro capas de sueños. Primera capa: reforzar el recuerdo de Javier Enríquez en el taxi camino al Camp Nou, que la preferencia por el club quede bien clara desde la primera capa. Segunda capa: usaremos la táctica del señor Charles. Le revelaremos que está en un sueño en el que alguien le está intentando introducir conceptos erróneos del arbitraje para reforzarle los nuestros.
Undiano levantó la mano.
—¿Estás seguro de usar la táctica del señor Charles? Porque yo no lo veo…
—Ya la he usado antes —contestó rápidamente Clos Gómez.
—¿Con quién? ¿Con Mateu? Como salió tan bien…
Carlos estuvo a punto de contestar de malas maneras, pero decidió morderse la lengua. Era cierto que lo de Mateu no había cuajado mucho y siguió siendo ese espíritu libre que parecía que iba flotando dentro del CTA, ignorando (o eligiendo ignorar) cuanto acontecía dentro del comité. Además, aquello le dejó una extrañas secuelas que no afectaron a su arbitraje sino a su forma de dirigir los partidos: iba saludando a los jugadores en mitad del partido, preguntándoles que qué tal sus hijos como si fueran viejos conocidos que no se veían desde hacía largo tiempo y hasta una vez tuvieron que callarlo desde la sala VOR porque en lugar de explicarle una tarjeta a un jugador, le estaba comentando una receta de cocina. Incluso una vez le pidió un selfie a Messi antes de lanzar una falta. “Menos mal que aquel audio nunca se filtró. A ver qué explicación hubiéramos dado entonces”. Pensó Clos.
—Seguimos adelante con el señor Charles —impuso Clos con autoridad—. Tercera capa de sueño: avivamos la competitividad dentro del CTA en su cabeza. Sólo uno puede pitar la final de Copa y recordamos qué errores tienen mejor acogida en el comité de puntuación para que no penalicen o incluso multipliquen el índice corruptor…
—Corrector —le corrigió enseguida Medina.
—Eso —dijo rápidamente Clos, rojo de la vergüenza por ese lapsus—. Cuarta capa del sueño: especificidad. Fijamos en su cabeza la jugada que queremos que arbitre exactamente el sábado, pero no se la ponemos de frente en el espejo, sino que hacemos que sea él el que llegue a ella. Que la idea surja de él, no de nosotros. ¿Alguna duda?
Sólo Undiano se atrevió a hablar:
—¿Ante semejante tautología? No, ninguna.
—Pues yo tengo una: ¿qué hace él aquí? —dijo el director del VAR señalando sin reparo a Eduardo Iturralde González, que ni se molestó en hacerse el ofendido.
—Me equivoqué al mandarle el whatsapp a Nieto y se lo mandé a Itu por error —se disculpó Medina—. Además, nos va a ser útil en la tercera capa del sueño.
Clos se acercó a Itu con la mano extendida.
—El móvil. Y luego la boca cerrada en los medios, ¿eh?
—Ya se lo he dado a Medina antes. Ni que fuera mi primera vez.
Clos pareció satisfecho con aquello. Miró a los demás, cogió el maletín y empezó a sacar el equipo de sedación y creación del sueño.
Primera capa del sueño. Soñador: López Nieto
Clos Gómez se encontraba junto a Undiano Mallenco protegiéndose de un intenso diluvio en una parada de taxi. Afortunadamente, no tuvieron que esperar mucho, pues enseguida llegó López Nieto a recogerles. El problema fue en lo que vino.
Clos Gómez y Undiano se quedaron anonadados ante la furgoneta que conducía el colegiado malagueño.
—¿Es en serio, Nieto? Tú eres el soñador, ¿este es el “taxi” que has elegido para llevar a Gil Manzano al Camp Nou? —exclamó Undiano indignado.
La furgoneta no podía ser más hortera, de colores azul y rojo algo más chillones que los de la camiseta blaugrana y con las palabras “La Xavineta” ilustrando los laterales.
—¿Cuál es el problema? Soy fan de Xavi y esto es un sueño. En un sueño, estas extravagancias no es que tenga una gran relevancia en el sujeto cuando está soñando…
—¡Hasta que se despierte y de lo único que se acuerde sea de tu estúpida Xavineta! —Undiano estaba casi fuera de sí.
—¡PERO SI FUISTE TÚ EL QUE PRECISAMENTE LE PITÓ A XAVI AQUEL DESMAYO CONTRA EL ESPAÑOL! —se defendió, casi igual de indignado Nieto.
—¡Y NI AUN ASÍ SE ME OCURRIRÍA USAR ESTE CACHARRO PARA UN TRABAJO COMO ESTE!
Clos Gómez levantó una mano y los calló a ambos.
—Suficiente. Buscamos otra furgo.
Nieto puso los ojos en blanco.
—Pero…—empezó, mas al ver la expresión del jefe del VAR, se resignó—. Joder.
Diez minutos después estaban en una furgoneta blanca recogiendo a Medina, Iturralde y Borbalán.
—¿Por qué habéis tardado tanto? —se quejó airadamente el presidente del CTA.
—Eso. ¿Por qué hemos tardado tanto? —preguntó Undiano con sarcasmo mirando hacia Nieto, que conducía la furgoneta.
—Nos hemos retrasado. Ya está —zanjó rápidamente Clos—. Jesús está esperando el auto de Enríquez con sus linieres en la tercera calle a la derecha desde aquí. Nieto, este es tu sueño, prepara el cambio de aspecto.
López Nieto los miró desde el retrovisor y luego desvió la mirada. Cuando volvió a mirar, no era su rostro sino el de Javier Enríquez el que los contemplaba. En los asientos de atrás y de copiloto estaban los linieres y cuarto árbitro habituales del árbitro de Badajoz. En los asientos más traseros permanecían Medina e Itu, también con aspecto cambiado. Un minuto más tarde, Jesús Gil Manzano entraba en la furgoneta.
—¿Os podéis creer este tiempo? Vamos a tener un partido pasado por agua. Como si no fuera ya difícil de por sí arbitrar un clásico.
Clos Gómez ignoró el comentario y miró a López Nieto, que se dio rápidamente por aludido, apartó su mirada por un momento del atasco en el que se hallaban y se apresuró a enlazar su frase:
—Bueno, vosotros ya sabéis: aquí tranquilos —dijo López Nieto.
“Al menos la voz es igual.” Pensó Carlos. “Pero sonríe, joder, con esa sonrisa bobalicona que tanto conoces.”
Casi pareció hacerle caso mientras continuaba su tarea:
—El Barcelona se juega mucho esta noche y no os puede temblar el pulso. Vosotros vais sobrados. Sabéis perfectamente lo que tenéis que hacer.
Clos Gómez miró con un deje de nerviosismo hacia Gil Manzano, que asentía con algo de extrañeza.
“Bien. Se está acordando y está reforzando y asentando el recuerdo. Perfecto. Vamos al sueño dos”
—¿Queréis un poco? —preguntó Clos ofreciéndoles lo que parecía unas botellitas de bebida isotónica de color azul eléctrico mientras López Nieto usaba estérilmente el claxon de la furgoneta, que llevaba ya un par de minutos sin avanzar siquiera.
Todos aceptaron, de modo que Gil Manzano cogió también la botellita y bebió un rápido trago sin darse cuenta de que era el único que lo hizo. Volvió a caer en redondo.
—Pan comido. Vamos al cuartel cerrado y preparamos el segundo —dijo Medina.
—Me parece que no va a ser pan comido del todo —le contrarió Nieto señalando al frente.
—¿Qué diantres es eso? —preguntó Clos extrañado.
A pesar de que el tráfico tenía parados a todos los coches de la calle, al final de la misma empezaba a advertirse un movimiento generalizado de la tierra seguido de una especie de zumbido que iba aumentando de intensidad paulatinamente hasta imponerse al ruido de la lluvia.
—Yo diría que su subconsciente no es de los tranquilos —dictaminó López Nieto, mirando con seriedad a través del cristal empapado.
—Pues se suponía que lo era, ¿no? —preguntó Medina mirando directamente a Clos Gómez.
—Yo mismo lo revisé. Se supone que no ha recibido entrenamiento defensivo onírico, salvo que lo haya recibido en secreto de la UEFA…
—De puta madre, llamaré a Mourinho para que actualice tu lista de errores —repuso Medina con mordacidad.
Clos no tuvo tiempo ni de sentirse ofendido o avergonzado, pues por la mitad de la calle en la que seguían atascados avanzaba en ese momento una marabunta de personas corriendo como si les fuera la vida en ella. Carlos entrecerró los ojos, tratando de distinguir sus caras.
—¿Esos son…? —musitó atónito.
—Iturraldes González. Y Pávels Fernández —terminó Undiano Mallenco.
El tráfico seguía bloqueado, dejando a los colegiados atrapados en aquella furgoneta. Uno de los Pávels agarró el brazo de Fernández Borbalán, que se apresuró a intentar cerrar la ventanilla.
—¿Os he hablado ya del fuera de juego psicológico? —preguntaba con los ojos bien abiertos, como un auténtico poseso.
Borbalán luchaba por soltarse, pero ese demente de ojos idos le agarraba con tal firmeza que le resultaba imposible.
—¡Ayuda! —suplicó a Clos, desesperado.
—¿Para qué cojones tenías la ventanilla bajada? —Clos Gómez optó por la vía rápida: cogió una de las pistolas que habían guardado en los asientos traseros, apuntó y disparó dos veces a la cabeza de Pável.
—No le habrás hecho daño a su subconsciente, ¿no? —preguntó Iturralde con preocupación.
—No, no, sólo son proyecciones —respondió despreocupadamente Clos. “Aunque no por ello deja de ser satisfactorio”. Pensó con malicia.
—Ese cabrón me tenía bien agarrado el brazo —se lamentó Borbalán tras subir la ventanilla, a la que ya había pegados unos cuantos Pávels y otros tantos Iturraldes.
Uno de estos últimos pegó la boca a uno de los agujeros que habían dejado las balas y, con una voz completamente ida, dijo:
—En realidad te lo estaba sujetando. ¿Todavía no sabéis la diferencia entre sujetar y agarrar? Venid aquí fuera y os la explicamos.
Undiano miró a Nieto con preocupación.
—¿Y ahora qué hacemos? Estamos…
—Estoy pensando —le cortó López Nieto.
En ese momento, surgió un tren por la mitad de la calle que se llevó por delante a cuantos coches y colegiados se encontró en su camino.
—Vaya, qué original —soltó Undiano.
—Las sutilezas nunca fueron mi fuerte, ya lo sabes. Aprovechemos ahora y salgamos de aquí.
Mientras Nieto transitaba por la calle que acababa de despejar el tren, Borbalán comentó:
—Menudo subconsciente tan agresivo tiene este. Esto ha de ser algo más que entrenamiento.
—El cabrón ha debido de leer o escuchar todas las gilipolleces que dicen estos en las radios —explicó Clos.
—¿Cómo que gilipolleces? —repuso Itu indignado.
—¿Diferencia entre sujetar y agarrar, Itu? ¿En serio?—intervino Undiano con sorna.
—¿Y qué querías que dijera? Tengo que justificar todas vuestras cagadas y a veces me toca improvisar…
—¡SILENCIO! —los calló Medina—. Llegamos al cuartel, nos resguardamos de las proyecciones de Jesús y bajamos al siguiente sueño. Y todo esto calladitos.
Segunda capa del sueño. Soñador: Undiano Mallenco
—Dos Coca-Colas Zero, por favor —pidió un Gil Manzano algo retraído. Estaba en el hotel de concentración previo a pitar uno de los clásicos más calientes que se recordaban, especialmente tras las palabras del portavoz de la junta directiva del Barcelona insultando a Vinicius. Se giró para cederle una de las bebidas a su compañero en la barra cuando se dio cuenta de que era el mismísimo jefe del VAR, Clos Gómez—. Ah, pero si eres tú, Carlos.
—No soy Carlos. Soy el señor Charles, ¿recuerda?
—¿El señor Charles?
—Soy miembro del equipo seguridad de su subconsciente. Estoy especializado en un tipo de seguridad muy específico: la seguridad de su arbitraje psicológico.
Gil Manzano lo miró con una sonrisa, pero no se atrevió del todo a reírse.
—Vaaale. Como broma, deja bastante que desear. Aparte de que no te pegan mucho las bromas…
—No hay tiempo siquiera para bromas. Tiene un clásico dentro de poco y alguien está invadiendo su sueño para intentar influir en su arbitraje.
—¿Pero de qué está hablando? —preguntó Jesús, confundido—. Para empezar, ¿cómo voy a estar soñando si estamos en el hotel de concentración…?
—Se lo demostraré. ¿Puede decirme cómo ha llegado hasta este hotel?
Jesús pensó detenidamente unos segundos, algo confundido. Mientras recordaba, le empezó a doler la cabeza.
—Estaba… estaba… me acababa de recoger Javi en su coche. No, en su furgoneta. Estaban mis asistentes y…
—Se da cuenta de que Javier Enríquez no está activo desde el caso Negreira, ¿verdad? —expresó Clos.
Gil Manzano lo miró incrédulo.
—¿Dónde estamos? ¿Realmente estoy soñando?
—Está usted soñando. Doblemente, al parecer —le confirmó Clos—. Y por lo que me ha contado y el hecho de que su subconsciente me haya hecho aparecer, me da la sensación de que está usted en peligro. ¿Qué es lo último que recuerda antes de esto?
El de Badajoz se quedó pensando un rato, pero no parecía conseguir recordar nada. Por detrás de él, fueron apareciendo algunos miembros del grupo. Vio a Undiano y Clos le hizo un leve gesto que Jesús pasó inadvertido, instándole a intervenir. En la pantalla que había sobre la barra se cambió el canal y apareció un partido de fútbol entre el Real Madrid y el Barça. Gil Manzano se quedó mirándolo un segundo y de repente le vino a la cabeza.
—¡Me acababan de designar para pitar el próximo clásico!
—Eso es. Esto está sucediendo justo después de su designación para el Clásico —asintió Clos—. Escúcheme atentamente. Le han secuestrado. Por eso está en la parte de atrás de una furgoneta. Y me juego el cuello a que alguien está tratando de influir psicológicamente en su arbitraje.
—¿Alguno de los clubes? —sugirió Gil Manzano.
—No, esto huele más a alguno de sus compañeros. Alguien con influencias interesado en que usted no arbitre como le gusta al alto mando del CTA. Por eso esto se está llenando de exárbitros y miembros del comité. Mire detrás de usted.
El colegiado echó un vistazo. En la sala del hotel, empezaron a poblar los sofás y sillones de enfrente de un gran televisor Undiano Mallenco, Iturralde González, Medina Cantalejo y Fernández Borbalán. Volvió la vista hacia Clos.
—¿Y qué hacemos? Si me suicido, me despierto y fin de la historia, ¿no?
—No. No sabemos quién está detrás de esto, pero si creen que el plan de influirle ha fallado volverán a intentarlo. Es mejor dejarles creer que han logrado su objetivo.
—¿Y cómo vamos a hacer eso?
—Mírelos, no parecen muy sutiles. Apuesto a que su plan consiste en comentar erróneamente las jugadas que van a aparecer para influir en su subconsciente. Sentémonos con ellos y demuéstreme que usted no es de los que se deja influir. Tómeselo como un entrenamiento. Vamos a demostrarles de verdad lo que es el arbitraje psicológico.
El árbitro extremeño y el jefe del VAR fueron a sentarse con el resto y efectivamente en la televisión apareció Real Madrid TV y uno de sus ya clásicos vídeos sobre supuestos errores arbitrales de partidos de años anteriores. Empezaron con el penalti de Mascherano a Lucas recién empezado el encuentro.
—¡Menudo penalti se comió ahí nuestro compañero…! —bramó Fernández Borbalán.
Gil Manzano se removió incómodo, pues fue precisamente Clos Gómez el que no pitó nada en esa acción. El resto de árbitros comentaban con mofa la acción. A Jesús también le parecía penalti, pero si aquellos individuos cuyo objetivo era confundirle también se lo parecía, entonces significaba que estaba equivocado. Se acercó al oído de Clos y le susurró:
—Yo tampoco lo hubiera pitado, señor.
Carlos sonrió:
—Ni yo, pero recuerde que no soy Clos, soy el señor Charles —contestó, con media sonrisa.
La siguiente jugada fue incluso más difícil, pues Jordi Alba le dio una patada tremendamente clara a cámara lenta a Marcelo. El resto de árbitros así lo vieron y comentaron entre ellos burlándose de Hernández Hernández, que fue quien pitó aquel día. Gil Manzano tuvo que hacer un enorme esfuerzo de autoconvencimiento para hablarle de nuevo al señor Charles:
—Marcelo ya se estaba cayendo, ¿verdad? —preguntó dubitativo.
Clos asintió.
—Me alegro de que te hayas percatado por ti mismo.
La siguiente jugada fue el gol de Messi en el que Suárez cometió una falta grosera sobre Varane. En Real Madrid TV incidieron en el aviso del cuarto árbitro a Hernández y en cómo el canario se llevaba el pito a la boca para señalar la falta, mientras el resto de árbitros seguían descojonados por aquel arbitraje. Uno de ellos incluso se había puesto una peluca pelirroja y aplicaba la ley de la ventaja con los brazos extendidos, haciendo las delicias de sus compañeros de juerga. Gil Manzano miró a Clos sin saber bien qué decir ni cómo justificar lo injustificable, así que, con el mayor acto de fe que había hecho en su vida, se limitó a musitar:
—Gol legal.
—Impresionante. No se ha dejado influenciar por las opiniones de esos fanáticos madridistas disfrazados.
La duda de Gil Manzano se fue disipando, sustituida por un orgullo que le henchía el pecho. Apareció entonces un gol de Bale de cabeza superando en altura a Jordi Alba. El extremeño hizo caso omiso de las protestas de sus compañeros y dio por buena la anulación del gol por parte de su colega canario mientras Clos asentía con satisfacción. A continuación, casi sacó él mismo la roja que Hernández Hernández le mostró a Ramos en ese partido.
Clos dirigió sus ojos a Medina y una mirada cómplice bastó para saber que su trabajo en la capa dos estaba hecho. Miró al camarero y pidió otra ronda de bebidas para todos. Gil Manzano iba a echar un trago de la suya cuando Clos le sujetó (¿o agarró?) el brazo. El resto de árbitros quedaron profundamente dormidos casi de inmediato.
—Ahora vamos a ser nosotros los que jueguen con su subconsciente —le sonrió el señor Charles.
—¿A qué se refiere? —preguntó Gil Manzano sin comprender.
—Vamos a entrar en el subconsciente de alguno de ellos para descubrir sus verdaderas intenciones y entender cómo se espera de usted que arbitre el clásico. Al ser nosotros los que preparamos el sueño, no se enterarán de nada de esto cuando despierten ¿Está conmigo?
Gil Manzano le tendió una mano, asintió y se tragó el contenido de su vaso.
Mientras se iba durmiendo Gil Manzano y Clos Gómez preparaba el tercer sueño, vio que Undiano se incorporaba y le guiñaba un ojo.
Tercera capa del sueño. Soñador: Iturralde González
Clos Gómez e Iturralde González se encontraban esquiando en mitad de una nevada, dirigiéndose hacia el hospital en el que, según el vasco, se encontraba Gil Manzano.
—¡Vaya sitio has elegido para llevar a Gil al fisio! En mitad de una montaña. ¿Seguro que no es tu primera vez en esto?
—Encima de que te llevo de esquiada…Vamos, el hospital está ahí delante.
Cuando entraron al recinto, el extremeño estaba recibiendo un baño de contrastes mientras Medina y Fernández Borbalán intercambiaban opiniones airadamente.
—Ya, y por eso yo he pitado dos finales de copa y tú sólo una, siendo del mismo Comité —se jactaba el andaluz.
—La segunda te la regalaron porque te retirabas. Fue más un homenaje que un premio por tu temporada —dijo Fernández Borbalán acusándole con el dedo.
—Ja, otro que se traga esa chorrada que soltamos para que la gente tuviera de qué hablar aquellos días. Si me dieron dos finales es porque siempre supe moverme en el CTA mucho mejor que tú. Mira por dónde, ahí viene Itu, que tampoco se movía mal precisamente —dijo Medina saludando con la mano a los dos árbitros que acababan de entrar. Gil Manzano no perdía nota de lo que decían los colegiados.
—Pero si Itu no pitó ni una mísera final de Copa del Rey —se rio Borbalán.
—¡Porque el Madrid me vetó! —saltó Itu al instante como un resorte.
—No le hagas caso, Itu, ya lo sabemos. Y ya que has venido, explícale al amigo cómo funciona verdaderamente el CTA, que para llevar media vida, parece que no se enteró muy bien.
—¿Otra vez tengo que explicar lo mismo? —se quejó amargamente Itu—. Si hasta lo conté públicamente. No puedes aspirar a ser internacional o pitar los clásicos, derbis y finales de Copa o Supercopa únicamente aplicando el reglamento con rigor. Ganamos mucho dinero, pero al final ese dinero te resta independencia. Yo puedo pensar que una falta es amarilla, pero si desde arriba me dicen que es roja, pues no vamos a ser nosotros los que lo discutamos, ¿no? Al menos si queremos ascender y arbitrar esos partidos. Ahora, si me disculpáis, tengo que atender a mi abuelo.
Iturralde se dirigió hacia una cama de hospital en la que se encontraba un convaleciente Iturralde Gorostiaga que no dejaba de murmurar una sola palabra: decepción.
—Lo sé, abuelo —musitó Itu con ternura cogiéndole la mano—. Sé que fue una decepción para ti que te quitara el récord de derrotas del Madrid en el Bernabéu.
—No. No, no, no, no, no —alcanzó a decir su abuelo—. Fue una decepción… que no me doblaras el récord. Pudiste haberlo dejado en diez, por lo menos.
Una solitaria lágrima recorrió la mejilla de Iturralde, mientras el resto del grupo ponía su mejor cara de circunstancias.
Clos Gómez observó cómo Gil Manzano seguía asintiendo para sí mismo serio y pensativo. “Bien.” Pensó el jefe del VAR. “Está conectando la explicación de Itu con las jugadas que ha aprendido en el sueño anterior. Perfecto. Un poco más para asentarlas y acabamos con la última capa”.
Miró a Medina, haciéndole un gesto para que este continuara. El presidente de los árbitros, ágil como el zorro, lo pilló al vuelo.
—No hay más que irse a los ejemplos para comprobar cómo hay que arbitrar en España. Mira a Clos, que lo tenemos aquí mismo. Lo designaron para un derbi en 2008. Anuló 3 goles (legales) al Real Madrid, no pitó un penalti para los blancos, expulsó a Van Nistelrooy…¿Resultado? Tres meses después fue nombrado internacional y elegido mejor árbitro de España.
Clos hizo un gesto con la mano como quitándose importancia mientras miraba de reojo a un Gil Manzano que parecía estar tomando notas mentalmente. Medina, mientras tanto, seguía:
—O fíjate en Rodríguez Santiago. Después de conceder un gol con la mano a Messi ante el Español, designado para final de Copa de ese mismo año. Igual que Mejuto, unos pocos años antes. Pitó un penalti a favor del Barça cometido fuera del área ante el Atlético y también le valió una final de Copa. Una pena que no pudiera pitarla por lesión. O recuerda cuando Teixeira le sacó dos amarillas a Busquets sin expulsarle. ¿Adivinas quién pitó la siguiente final de Supercopa? Buah, aquello fue legendario. Ahí tocó techo. ¿Lo ves, David? Cuestión de tendencias.
Borbalán le siguió el juego y negó con la cabeza dubitativamente.
—¿No me crees aún? Pregúntale a Oliva qué tal le fue después del penalti que le pitó a Raúl contra el Valencia en 2004. Desapareció del mapa del arbitraje. O Daudén Ibáñez, que le anuló un gol al Atleti en un derbi madrileño y sólo pitó dos partidos más de las catorce jornadas que quedaban en aquella temporada. O a Pérez Burrull, que no pitó un penalti a Osasuna contra el Madrid y se tiró también una buena temporada en el congelador, jeje.
Clos se acercó discretamente en ese momento a Gil Manzano, que permanecía atento a la escena mientras el masajista terminaba su tarea.
—Ya ves cómo funciona esto, Jesús. Creo que podemos calar a Medina y descubrir qué espera de ti en el Clásico. Si entramos en su subconsciente, no habrá más que buscar su “caja fuerte” y este año la final de Copa será tuya.
Jesús Gil Manzano, en su día el árbitro más prometedor del panorama español, reconocido más internacional que nacionalmente, miró con orgullo y ambición al señor Charles y asintió con la cabeza.
Clos metió la mano con un pañuelo en uno de los botes del masajista y se la puso en la cara a un desprevenido Gil Manzano, que cayó dormido en escasos segundos.
—Buen trabajo, señores. Una más y habremos terminado. Vamos a tu sueño, Luis.
Cuarta capa del sueño. Soñador: Medina Cantalejo
Un imponente edificio medio derruido se extendía ante Clos, Gil Manzano y Fernández Borbalán. En la fachada del edificio, casi a punto de derrumbarse, se encontraban tres letras negras gigantescas: CTA.
—Dentro deben estar tanto Medina como su caja fuerte con las claves del arbitraje del Clásico. Puede que haya seguridad ahí dentro. Poneos esto —dijo Carlos tendiéndoles un pasamontañas a cada uno.
—Ah, como en los viejos tiempos… —suspiró nostálgico Borbalán pegándole a Clos con el codo.
—Calla, hombre —murmuró Clos Gómez, exasperado. Por suerte, Gil Manzano no lo había oído.
—A todo esto, ¿estamos en el subconsciente de Medina? —susurró Borbalán.
—No, no. Sigue siendo el suyo. Sólo se lo he dicho para que no sea consciente de que seguimos invadiendo el suyo y siga sin haber proyecciones de seguridad —aclaró Clos—. En marcha, vamos.
El edificio se encontraba vacío, no había nada que delatara la presencia del presidente del CTA. Fueron subiendo plantas hasta llegar a la cuarta, en la que el pasillo principal sufría una trifurcación. Los tres árbitros se miraron entre sí y comprendieron. Cada uno siguió un pasillo diferente. Gil Manzano avanzaba nervioso, con el corazón en un puño hasta que llegó a una sala oscura. La luz se encendió nada más llegar él al centro de la habitación, debía de haber un sensor de movimiento. Al fondo de la sala había una puerta metálica blindada. Cuando intentó asirla para abrirla, la luz volvió a apagarse y sobre la puerta se proyectaron diferentes luces e imágenes. Gil Manzano retrocedió para poder distinguirlas. Eran jugadas de diferentes partidos.
La voz de Medina Cantalejo surgió entonces de las sombras:
—Si quieres alcanzar lo que hay detrás de esa puerta, vas a tener que arbitrar de verdad.
Jesús miró la pantalla y se dio cuenta de que las jugadas que aparecían eran de los dos clásicos anteriores que había arbitrado él mismo. La primera jugada mostrada era un roce mínimo de Mendy a Braithwaite. Recordó que en su día no sólo no consideró aquella jugada como penalti, sino que incluso le hizo gracia que se lo protestaran como locos los jugadores culés. Ahora, sin embargo, se dio cuenta de que era el tipo de jugada de la que se reirían los árbitros del hotel en el que estuvo con Clos. Ni corto ni perezoso, sacó un silbato y señaló el penalti. La segunda fue similar: un leve agarrón de Marcelo a Neymar en el Clásico de 2015 que aquella vez ni consideró pero que las estadísticas que acaba de aprender por boca de Medina le ayudaron a discriminar como penalti. Así lo señaló y pareció satisfacer a su presidente, del que oyó:
—Ahora sí lo pitas bien, ¿no? Anda, anda…Llamarte rata es aumentar la calidad de lo que eres.
Una nueva jugada apareció en pantalla. Carvajal se adelanta a Neymar y despeja el balón pisando levemente al jugador brasileño. Aquella vez sólo pitó la falta, pero ahora Jesús se sentía más confiado en su arbitraje y sabía lo que Medina esperaba de él. Sacó de su bolsillo una tarjeta roja para determinar la expulsión.
—Eso es. Bien arbitrado. Pero ándate con ojo el sábado en Montjuic. Si metes la pata, vas a la calle deshonrado. Si metes la pata, pídele a Dios que no te coja porque te espera lo mismo que a Daudén Ibáñez, Oliva, Pérez Burrull y otros tantos. Anda, pasa a mi caja fuerte.
La puerta se fue abriendo con un fuerte chirrido que le producía dentera dejando ver una sala prácticamente vacía excepto por un par de pequeños objetos que se hallaban en el suelo. Gil Manzano se acercó a ellos lentamente y se agachó a observarlos. El primero de ellos era una tarjeta roja con una pequeña inscripción: la fecha del Clásico, “28/10/2023”. “Casi le falta poner el minuto en que voy a sacarla”. Pensó Jesús, que entonces reparó en el otro objeto: una pequeña libreta con imágenes de penaltis cometidos por el Barcelona en diferentes clásicos que no fueron señalados. Mascherano, Umtiti, Jordi Alba, Lenglet y su bota sobre el muslo de Varane.
Con el reglamento en la mano, todos eran penaltis claros. Pero con el reglamento en la mano no se llegaba a ningún lado en la CTA. Si algo había sacado en claro Gil Manzano de lo acontecido en esas horas era eso. Él, árbitro élite de UEFA que ya estaba rozando con los dedos arbitrar una final de Champions o de Mundial, no estaba igual de asentado en la élite española que en la europea por un buen motivo. En la élite española, si se quería estar bien considerado, no se arbitraba con el reglamento en la mano sino con el libreto que estaba en su mano en ese momento. Estaba en su mano impresionar como nunca lo había hecho en un clásico al CTA. Horas después, cuando Jesús Gil Manzano despertara, se sentiría más preparado que nunca para arbitrar un Barcelona-Real Madrid.
Getty Images.
Muy agudo. Así trabajan, tan subrepticia, como demoledora y cínicamente. Grandísimos "fills de meuques o negreiras".
Excelente artículo, la parte del pasamontañas ha sido excelsa. Mis felicitaciones más rotundas al autor.
Muchas gracias, caballeros. Me va a usted a matar, pero tenía bien clara esa escena del pasamontañas y cuando estaba escribiendo el texto, casi se me pasa incluirla. Un abrazo y hala Madrid.