Me esperaba cualquier cosa en vez de lo visto, calculando que para el Getafe significaba mantenerse cuarto, con billete a Champions, y para el Real mucho menos. Pero se me olvidaba que hace honor al apelativo de indomable con harta frecuencia -sin perjuicio de jugar a veces torpe o muy torpemente-, y el juego puso las cosas en su sitio con una alineación inédita por completo, que funcionó de modo coordinado e incluso creativo, a lo largo de ambos tiempos.
Atribuyámoslo en primer término al desempeño de Casemiro, de quien partieron pases propios de crack, cortes medidos y apoyo providencial a Varane y Nacho por alto, cuando el balón parado es una especialidad del Geta, y tuvo quince o más. Llevaba tiempo impreciso, y felicitarle no obsta para reconocer que la zaga se vio eficazmente apoyada por Carvajal y Reguilón, este último cada vez más maduro. Navas solo intervino en el segundo tiempo, confirmando su condición felina, y Valverde completó el bloque de contención con amplio fuelle, y entradas infructuosas como las de Llorente antes de empezar a ver puerta. Echaríamos de menos a este último, de no ser por el partido imperial de Casemiro, y lo cuando menos prematuro de juntar a los tres.
Con el ataque ya fue otra cosa, dada la noche gris plomo de Benzema y un Bale que sorprendió por diligente, autor de un centro pésimo y varios estupendos. Un par de ocasiones, que no fructificaron por poco, le ayudaron a preservar su condición de superclase, y ser el elegido para irse prematuramente –en lugar de Benzema- podría sorprender al neófito en fútbol, pero a nadie más. Brahim, por su parte, empezó poniendo de relieve que tiene una velocidad adicional, como Vinicius, y quitarle la pelota pasa por hacer falta, si bien en un porcentaje no despreciable de casos él mismo se encarga de cederla. Son cosas propias de los muy jóvenes, y es una gran noticia tener dos jugadores capaces de recibir y arrancar eléctricamente, ganando siempre metro y medio, por más que tanto en su caso como en el de Vinicius falte criterio al finalizar.
Isco, en cuyos pies estuvo una de las ocasiones más clamorosas, no abusó del regate y se diría recuperado del bache, sin por ello alterar lo que su temporada deja a título de sensación general. Como Asensio, es un hacha capaz de cortar mucha leña y también de ser afilada, si bien a su caso se añade la necesidad de pedir perdón, pública e incondicionalmente, del desplante exhibido en su día. Todos nos equivocamos, pero el error se torna malicia cuando renuncia a depurarse con arrepentimiento expreso.
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Isco no, por favor.
Isco fuera del Madrid, por favor.