Ídolos

Escrito por: Nacho Faerna3 septiembre, 2015

Atesoro dos autógrafos, uno del verano de 1990 y otro del verano de 2002. No me gusta pedir autógrafos, pero esos dos tenía que tenerlos. En realidad, el segundo no lo pedí, como luego explicaré. No me gusta pedirlos porque no me gusta molestar a la gente, y aunque siempre se dice que firmar autógrafos y hacerse fotos con los admiradores forma parte del trabajo de los deportistas y artistas famosos, eso no quiere decir que estén obligados a hacerlo en cualquier circunstancia. Comprendo que en actos públicos relacionados con su profesión tengan que atender a algunos de los que se agolpan vitoreándoles, pero si el famoso en cuestión está disfrutando de su tiempo libre no me parece bien que los fans se consideren con derecho a interrumpir la vida privada de nadie.

Dicho lo cual, en julio de 1990 yo casi me llevé por delante con mi bicicleta a Earvin Johnson Jr, más conocido como Magic Johnson, cuando lo vi salir del Pauley Pavilion de la Universidad de California Los Angeles. Yo volvía de clase y él, como me encontraba a punto de averiguar, de echar unas canastas con algunos jugadores del equipo de basket de UCLA. Magic iba solo y estaba recorriendo los pocos metros que separaban la puerta del pabellón de la del parking. Era mediodía y el sol caía a plomo. No había casi nadie andando por el campus; el curso regular había terminado y sólo quedábamos allí los alumnos de las summer sessions, la mayor parte extranjeros. Cuando lo divisé desde la distancia sólo distinguí a un negro muy alto al que dos chavales estaban pidiendo un autógrafo. Pensé que sería una gloria local, un miembro de la plantilla del equipo universitario. Conforme me fui acercando con la bicicleta me di cuenta de que aquel negro muy alto se parecía mucho a Magic. Pero mucho. Todos hemos visto sonreír a Magic, ¿verdad? Pues aquel negro muy alto sonrió y entonces no tuve ninguna duda. Era Magic. En julio del noventa yo estaba a puntito de cumplir veintitrés años, lo digo para contextualizar lo que ocurrió a continuación. Lo que ocurrió a continuación es que empecé a pedalear como un poseso mientras gritaba su nombre y le rogaba que me esperara, porque los dos chavales ya tenían sus autógrafos y él estaba a punto de desaparecer por la puerta del parking.

“No, Magic! Wait, Magic! Please, Magic, don’t go!”

Algo así.

Magic Johnson

Magic borró su sonrisa y se quedó paralizado mientras aquel energúmeno en bicicleta se acercaba a toda velocidad y conseguía pararse derrapando antes de arrollarlo. Los dos chavales también me miraban boquiabiertos. Antes de que Magic pudiera reaccionar le expliqué que no podía irse sin firmarme un autógrafo, que era su mayor fan y que venía desde la remota España (para que entendiera que aquella suponía una oportunidad única de tenerlo delante de mí en carne y hueso). Por un momento pensé que no me estaba expresando con claridad, que parecía que le decía que había venido desde España montado en esa bici, lo que me hacía parecer aún más desequilibrado de lo que mi sprint vociferante sin duda le había hecho pensar. Tiré la bici al suelo para tener las manos libres y buscar papel y boli. El esfuerzo físico y la excitación se reflejaban en mi tartamudeante inglés: “please, Magic, please”.

Entonces Magic habló: “Be cool!” Y lo dijo con su inconfundible sonrisa. Claro que me firmaría un autógrafo, añadió. Pero antes me recomendó que recuperara el aliento. Como vi que no se me escapaba, me tranquilicé un poco. Sólo un poco.

Que viniendo yo de clase no llevara encima nada con qué escribir (cuando la clase además era de guión) es un misterio que a día de hoy no he conseguido resolver. Afortunadamente, los dos chavales seguían allí y le arrebaté a uno de ellos el boli que aún sujetaba en la mano. El único trozo de papel que encontré en mis bolsillos (sí, lo sé, la gente va a clase con bolígrafos, cuadernos, algo para tomar nota; pues yo no, qué pasa) fue una factura del hotel del aeropuerto donde había tenido que pasar mi primera noche en la ciudad porque mi vuelo había llegado a una hora intempestiva. Ahí, en el reverso del papel con membrete del Hyatt at Los Angeles Airport, Magic se dispuso a estampar su firma con el boli requisado. Antes me preguntó mi nombre, como es menester. Yo se lo dije y él me miró con una cara de perplejidad que no me extrañó demasiado; la atribuí a lo exótico que les parece siempre a los extranjeros que me llame como un popular plato de comida mexicana (la madre de un amigo americano se empeñaba en llamarme siempre “Taco”). Así que asentí sonriendo. Él, imagino que curado de espantos a esas alturas de nuestro encuentro, se encogió de hombros y empezó a escribir. Yo estaba feliz. El más que probable ridículo que había protagonizado con el sprint y los berridos había merecido la pena. Tendría mi recompensa. Mientras me solazaba, miré lo que ponía Magic…

“No, Magic! I’m sorry, it’s Nacho… En-a-cee-aitch-o… Like the mexican food, you know?”

Lo que Magic había entendido, y explicaba perfectamente su cara de perplejidad, era que yo le había dicho que me llamaba “natural”, que pronunciado en inglés suena muy parecido a Nacho. Así que estaba dedicándole el autógrafo a “The Natural”, como si yo fuera el gurú sibarita de los cómics de Robert Crumb o, peor aún, el Robert Redford de la película homónima traducida aquí en España como “El mejor”. Un talento natural el mío, sí, pero para quedar como un imbécil (que es también una de las acepciones en inglés de “natural”, por cierto).

A Magic le entró la risa mientras tachaba lo escrito y lo reemplazaba por mi nombre. Lo escribió correctamente y antes de la rúbrica repitió por escrito las primeras palabras que yo le había oído pronunciar: Be cool!

Ahí sigue el autógrafo. Veinticinco años más tarde, la tinta del boli requisado se ha ido borrando y mucho me temo que acabe desapareciendo por completo, así que hace cosa de un año lo escaneé y un amigo me ayudó a devolverlo a su estado original con un programa de diseño gráfico que hizo resucitar el trazo como si Magic lo hubiera escrito ayer.

No acaba ahí la historia. Cuando Magic ya se iba hacia el parking se acercaron otro par de universitarios a pedirle más autógrafos. Él se excusó diciendo que tenía prisa pero dijo que al día siguiente a la misma hora tenía pensado volver al pabellón y que estaría encantado de atenderles. Y así fue. Veinticuatro horas más tarde, media docena de estudiantes disfrutamos viendo a Magic Johnson jugar un partidillo con la plantilla del equipo de UCLA. ¿Y saben quién estaba también? Scottie Pippen, que ese año había disputado su primer All-Star. Pero yo los vi jugar juntos, a Pippen y a Magic, en el mismo equipo. Cuando digo que los vi jugar, me refiero a que estaba sentado en el parqué, a pie de cancha, con la otra media docena de afortunados espectadores. Además de aplaudir y jalear las canastas les pasábamos la pelota cuando iba fuera.

Yo le he pasado la bola a Magic, sí señores. Muchas veces he pensado en incluirlo en mi currículum.

El otro autógrafo lo conseguí en Madrid exactamente doce años más tarde, en julio del 2002. Estaba cenando con unos amigos en el restaurante de otro amigo, colchonero para más señas (si eres madridista y sólo tienes amigos madridistas, o tienes muchos prejuicios o muy pocos amigos). No hago publicidad del local, porque lamentablemente ya no existe. El caso es que Manuel, que así se llama mi amigo colchonero, se acerca a nuestra mesa y me dice: “¿Has visto quién está ahí? Tu ídolo.” El retintín con el que pronunció la palabra “ídolo” no dejó lugar a dudas: se refería a algún jugador del Real Madrid. Pero si hubiera sido uno cualquiera, habría dicho “uno de los tuyos”, y si hubiera sido, pongamos por caso, Di Stéfano, no se habría permitido el retintín (tengo amigos colchoneros, pero no idiotas). Antes de girar la cabeza, ya sabía a quién me iba a encontrar. A mi ídolo, efectivamente. Sólo podía tratarse de El Buitre.

No me equivocaba. Butragueño estaba cenando con un amigo al otro extremo del local. Se había retirado cuatro años antes y hacía siete que no vestía la camiseta del Real Madrid, pero para mí seguía siendo un ídolo.

Cuando la gente discute quién es –o ha sido– el mejor futbolista de la historia, me sorprende que se pretenda objetivar el debate, como si de verdad tal cosa fuera científicamente demostrable. El otro día Luis Enrique comparaba a Messi con Usaín Bolt. Los mejores del mundo en sus respectivas disciplinas, vino a decir. Sólo que la afirmación de que Bolt es el mejor velocista del mundo es incontestable: nadie en la historia ha acreditado correr los cien metros más rápido que él. Eso no es posible medirlo en el caso de un jugador de fútbol. Y si puede hacerse, mientras no lo certifique Javier Vázquez de @RMadridDatos, que cada uno elija al que más le guste. Y a mí el jugador que más me ha hecho disfrutar en el campo ha sido El Buitre.

El Buitre

Butragueño era un futbolista cuántico, es decir, incomprensible y maravilloso, capaz de dilatar el tiempo y contraer el espacio. Yo no he visto a ningún otro hacer callar a cien mil almas que contenían la respiración cuando él se detenía en el área frente a un defensor. Nadie se queda quieto en el área, es el único sitio del campo en el que está prohibida la pausa, eso lo sabe todo el mundo. Pero Butragueño jugaba al fútbol como si acabara de inventarse y todavía no estuviera claro cuál era la mejor manera, la más sensata, de hacer gol. Él se paraba en el área y ofrecía el balón al defensor, que, como es lógico, se quedaba con la cara que se le queda a cualquiera cuando le explican lo del gato de Schrödinger. Hay que ponerse en su pellejo; cien mil personas mirándote, más los otros veintiún jugadores, el árbitro y los jueces de línea, todos callados esperando tu reacción. En ese silencio, seguro que oía las gotas de sudor resbalando por su nuca. El defensor finalmente se movía –porque alguien tenía que hacerlo–, entonces Butragueño dirigía el balón en la dirección contraria y sería una exageración afirmar que disparaba a puerta, porque lo que él hacía era empujar suavemente la pelota para que traspasara la línea de gol justo una milésima de segundo antes de que el portero pudiera alcanzarla. El Buitre anotaba a cámara superlenta cuando aún no existía Canal Plus. Espacio y tiempo volvían a Newton y las cien mil almas liberaban por fin el aire de sus pulmones y lo transformaban en un aullido orgásmico que sacudía la galaxia. La lógica del Buitre era la del País de las Maravillas. Si Earvin Johnson Jr. no hubiera sido ya una estrella, Julio César Iglesias bien podría haber apodado “Magic” a don Emilio. Y si la fortuna no hubiera sido tan injustamente esquiva con La Quinta (el mejor equipo de fútbol que servidor ha visto jugar) y hubieran conquistado la Séptima, si en el Mundial de México Eloy hubiera marcado ese penalti contra Bélgica después de que mi ídolo dinamitara con cuatro goles a la selección de moda (we are red, we are white, we are Danish dynamite, ¿recuerdan?) y Bilardo no hubiera pronunciado aliviado su “no jugaremos contra Butragueño”…

Ay, si…

Si las cosas hubieran sido sólo un poco distintas, no sería yo el único que colocara a El Buitre entre los mejores de la historia. Porque no siempre ganan los mejores. Eso lo aprendí en El Buscavidas. Fast Eddie Felson, que tiene la cara de Paul Newman, le dice a Minnesota Fats, que tiene la cara y la panza de Jackie Gleason: “Soy el mejor que has visto, Fats. Soy el mejor de todos. Y aunque me ganes, seguiré siendo el mejor.”

Aquella noche en el restaurante, mi amigo Manuel, el colchonero, me dijo que fuera a pedirle al Buitre un autógrafo, pero yo ya no tenía veintipocos años como cuando estuve a punto de arrollar a Magic con la bici, y no estaba dispuesto a molestar a mi ídolo mientras él cenaba tranquilamente. Ni siquiera me atreví a mirarle más que un instante, temiendo que pudiera resultarle incómodo el escrutinio. Al cabo de un rato, mi amigo Manuel se acercó otra vez y me dijo que era mi última oportunidad: Butragueño acababa de pedir la cuenta. Estuve a punto de levantarme, recorrer los pocos metros que me separaban de El Buitre y darle las gracias por tantas tardes de gloria, pero no pude. Simplemente no pude. Y se marchó.

Cuando Manuel nos trajo a nosotros la cuenta y nos invitó a una copa, a mí me entregó además un tarjetón del restaurante en el que estaba escrito: “Para Nacho, con afecto” y la firma de Butragueño. Mi amigo colchonero le había pedido el autógrafo en mi nombre.

Aún lo conservo, claro, y en un marco de plata. No ha necesitado de restauración alguna; la tinta y el papel son de mejor calidad y luce como el primer día. Esos dos autógrafos pertenecen a jugadores inclasificables, únicos, a los que he visto hacer cosas inverosímiles en el campo. Habrá quien piense que los ha habido mejores. Cada cual es dueño de elegir a sus ídolos. Los míos son estos y por eso guardo como un tesoro sus autógrafos. Eso sí, espero que Magic me entienda si confieso que habría dado lo que fuera por, en lugar de pasarle a él la bola en el Pauley Pavillion, haber tenido la oportunidad de hacer una pared con el Buitre en el Bernabéu.

Pero la vida es tan injusta a veces.

Número Tres

Nacho Faerna, el tercero de los Faerna, es guionista y novelista. O sea, que le pagan por mentir, pero tuitea gratis en @nachofaerna y @galernafaerna. Se toma muy en serio sus placeres. El Madrid es uno de ellos.

11 comentarios en: Ídolos

  1. He disfrutado muchísimo con tu artículo me ha resultado delicioso. Para mí también Magic y el Buitre han sido los mejores. De hecho no albergo duda alguna de que nosotros tenemos razón, por mucho que haya gente que prefiera no darse cuenta de esta evidencia. Supongo que de ambos jugadores me gustaban su forma de ir al contrario que todos los demás. El buitre se paraba donde todos se aceleraban y era sutil con el balón en las mismas situaciones que otros se dejaban la uña del dedo gordo del pie para chutar a puerta. Magic era base donde los demás eran pivots y miraba para la derecha cuando en realidad él ya había visto lo que iba a pasar en la izquierda un segundo después de que enviara alguna de sus mágicas asistencias. Dos genios.

  2. Comprendo su ilusión. Imagínese la de un niño de 11 años que va con su padre al Bernabéu a ver el Real Madrid 6- Anderlecht 1 con todo el estadio coreando el nombre del Buitre.
    Imagínese a un niño que se acuesta por la noche después de ver por televisión un Real Madrid- Nápoles y que se levanta por la mañana con la foto autografiada del Buitre en su mesilla, de aquellas que regalaban en la perfumería de su padre.
    Por siempre Buitre! Buitre!

  3. Lo que yo pude disfrutar con este hombre. Me crié siendo del Madrid de Juanito y nunca pensé que nadie podría reemplazar a aquel mito en mi particular Olimpo. No sé si llegó a tanto mi devoción por el Buitre, pero como me hizo disfrutar.

    Luego llegó otro que sí superó a los dos. Don Raúl González Blanco. No el mejor jugador que he visto de blanco pero sí el más grande.

    Disfuten con Don Emilio

    http://youtu.be/5rFYFUmqaJM

    PD: Busco el gol que marcó en la Nova Creu Alta al Sabadell en un 0-2. Impresionante volea a la escuadra contraria, tras prepararse el balón con la otra pierna. Un ELEGIDO.

  4. La remontada al Anderlecht, @delSuso ... Recuerdo las declaraciones de los belgas al final del partido, no sé si fue Scifo, diciendo que habían jugado contra un equipo de extraterrestres... Los tres goles del Buitre fueron el inicio de su leyenda.

  5. Perdon, por ponerlo, ademas es que no me gusta, cada cosa en su sitio, no se puede mezclar asi, no me gusta que se utilice esto para un video de futbol ..... ni que se hable de esto en una pagina de futbol. No se puede, si se me permite, mancillar de tal manera, porque ademas tambien terminas distorsionando el origen de la conversacion que es futbol, estas intromisiones me desagradan no se pueden mezclar asi las cosas..... como tampoco me gusta que se caiga en el exceso con continuas citas y referencias a cosas que para mi estan muy lejos del futbol como para bajar y ser nombradas en un mismo texto, cuando ya encima tocas ciertas cosas como la musica utilizada en el video se traspasa por mucho el limite de lo aceptable para mi al menos, de lo soportable a veces diria, pero bueno no se como lo vereis.

  6. Esto debe ser digno de estudio, lo siento amigo Nacho, no eres el único con respecto a estos dos.
    Mis dos jugadores favoritos en un artículo, cada uno ídolo en "mis" deportes. Envidia de la buena si es que se puede permitir.
    Dos grandes, ambos caballeros en el campo y cancha, con actuaciones con cierto aire de poesía y con un amor a la camiseta como pocos... Si dos grandes... Y un maravilloso artículo...
    PD: No entiendo como no estaría permitido poner en el CV la experiencia con Magic. Debería hacerlo.
    Abrazo fraterno.

Responder a Varoko Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

homelistpencilcommentstwitterangle-right linkedin facebook pinterest youtube rss twitter instagram facebook-blank rss-blank linkedin-blank pinterest youtube twitter instagram