Ya el título alude indudablemente al Real Madrid; la película es, a todas luces, un homenaje al equipo. Cuando William Wyler rodó “The big country” en el año 1958, el Real Madrid empezaba a dominar Europa, pero aún no podía sospecharse lo grande que llegaría a ser, sesenta años más tarde. Wyler lo intuyó y acertó a plasmar los rasgos esenciales del Real Madrid del siglo XXI con medio siglo de antelación en una de esas obras que todo el mundo conoce, la haya visto o no (como conocemos el Quijote, la Biblia, la rendición de Breda y la novena de Beethoven, aunque podamos no haberlos leído, visto o escuchado).
Para comprender hasta qué punto la película constituye un homenaje a nuestro club de principio a fin, echémosle una ojeada, seguramente ociosa, pero que difícilmente puede causar enojo:
La acción se desarrolla en Texas, país de inmensos ranchos y espacios abiertos (el título de la película bien podría haberse traducido por ‘Horizontes tejanos’), que son el orgullo de sus habitantes. Son estos, por lo común, unos tipos elementales, rudos y pendencieros, que no conciben un mundo más allá del suyo ni ven mucho más lejos de sus ganados, sus tierras, sus querellas y sus ombligos: así el inflexible mayor Terrill, epicentro de un orbe limitado en el que se mueven sus hombres (dirigidos por el gran Charlton Heston, fiel capataz) y donde brilla su insufrible hija Patricia; enfrentados a ellos, los Hannassey, casi paleolíticos, y en un discreto plano, Julie Maragon, maestra de escuela, delicada y deseada (por ella o por sus terrenos, ricos en agua), interpretada por una preciosa Jean Simmons.
En ese mundo apartado e impermeable, cerrado y ufano, viene a caer como un meteorito el capitán McKay (Gregory Peck), marino, prometido de la joven Patricia, al que reciben con una mezcla de paternalismo y suficiencia, como haciéndole un favor. Su carácter (discreto y poco dado a buscar camorra) es opuesto al de los texanos, que pronto le ven como un cobarde, un hombre que rehúye la pelea, que no es capaz de valerse por sí mismo; la mayoría le desprecia o se avergüenza de él; sólo Ramón acierta a conocer la tenacidad y el valor real del capitán, cuando lo ve domar al potro irreductible.
Yo, qué quieren que les diga, pero veo ahí retratado, en dos pinceladas, al Real Madrid. Frente a la altivez de los ingleses, que inventaron el fútbol, el Real Madrid domó la Copa de Europa como se doma un potro salvaje que nadie ha sido capaz de montar; frente a los ejércitos alemanes del Bayern y a los tulipanes holandeses del Ajax, que asolaron Europa en los años 70, dejó un 0-4 en Munich (y varios resultados similares en Ámsterdam); a la bella Italia, que miró a todos por encima del hombro desde Milán y Turín, le bajó los humos definitivamente en Cardiff (y en la propia Roma o en Turín dejó clara su superioridad). También los “parvenus” de París han probado la medicina madridista, como todo aquel que ha desafiado al discreto capitán Real McKay.
Párrafo aparte merecen los equipos españoles. El Valencia llegó crecidísimo a la final de París el 24 de mayo de 2000, mirando al Real Madrid por encima del hombro, como quien piensa que ese señorito del este se va a perder en este gran país, y vamos a tener que salir a buscarlo; Morientes, McManaman y Raúl tiraron de brújula y les dejaron vacunados para los restos.
El Atlético de Madrid, esos entrañables vecinos en quienes es imposible no reconocer a los Hannassey, creyó poder conjurar la maldición del 74 cuarenta años después, en Lisboa; les costará otros cuarenta superar el cabezazo de Ramos (y los goles de Bale, Marcelo y Cristiano, no los olvidemos). Dos años más tarde, la herida se reabrió y recibió una dosis abundante de sal; alguien se debe de estar dando aún cabezazos contra un poste. Algunos seguidores colchoneros creían que seguían vivos, cuando sólo estaban mal enterrados. Desde entonces, no hay nada ahí: cambiaron su sede a las inmediaciones de Coslada, donde esperan la copa que el fútbol les debe, pero su ubicación correcta está entre las ruinas de Cartago. Los escipiones no podemos entenderlo.
El Barcelona ha tenido la suerte de no cruzarse con el Real Madrid en Europa durante estos años de imperio. Ello les ha permitido ganar una vez la liga de champiñones (el año que perdonamos) y fanfarronear, a cuenta de las numerosas ligas españolas que ellos ganan (no entraré a juzgar las ayudas al respecto, que no es ése el asunto de estas letras) y nosotros no. Wyler retrató su actitud en una secuencia de la película, que resume en dos líneas lo que es sacar pecho y que te lo partan de un ladrillazo:
“Y ¿qué le parece Texas? ¿Ha visto algo más grande?” pregunta un texano, orgulloso de lo suyo, como quien restriega a otro unas ligas en las que no te pitan penaltis en contra.
“Un par de océanos” contesta Gregory Peck, como si señalase las últimas copas de Europa (en las que no ha habido rivales de fuste, eso sí).
Ya conocen el final: McKay se lleva a la chica, con su rancho y su río, y deja a los menguados con un palmo de narices, que disfruten de su gran país, de sus espacios abiertos y sus mentes cerradas.
Madridismo cien por cien.
Y sintaxis, claro.
Gran artículo.
¡Y cómo lucía Gregory Peck su camisa blanca en medio de los andrajos de los demás!
Para hacer lo de Gregory Peck hay que ser muy macho alfa. Si luchas contra todo y contra todos fuera de una película lo más normal es que te partan la cara.
Sobre todo si encima el guión de la película lo escribe Roures... por eso las películas en España son una mierda últimamente. Pero en Europa el Real Madrid es el macho alfa, y al final se ha llevado 13 veces al catre a la chica, jajaja!
"Algunos seguidores colchoneros creían que seguían vivos, cuando sólo estaban mal enterrados"
Im-presionante
Lo mejor que he leído en todo el día
Impresionante, Sr. Lurker. Un gran wéstern, el Real Madrid y la elegancia de Gregory Peck destacando sobre los rednecks texanos, ¿quién quiere más?
"Un par de océanos" sirve también como metáfora de muestra diferencia con el resto, ¿para qué presumir de ello, verdad?
Ay, lo que me he reído! Muy divertidas las comparaciones. Un saludo madridista