Homenaje a mi padre

Nos citaron a toda la familia a las ocho en la entrada del Bernabéu, y en seguida nos llevaron a una de las antesalas que sin duda abundan en los entresijos del nuevo recinto, aún en obras. No solo estábamos allí los familiares directos, sino también varios profesionales que jugaron en el club mientras mi padre fue presidente. Estaban allí para portar las copas que se ganaron bajo su mandato en el homenaje previsto a pie de campo. A todos los nietos, diecisiete, los colocarían en la grada para que pudieran presenciar todo el tributo, todos juntos ataviados con trajes impecables, expectantes ante el acto dedicado a su abuelo.

“Siempre presente, Lorenzo, siempre presente” se oía cantar entre los aplausos, un cántico que le dedicaron desde la grada y que no hace más que reconocer esos méritos que mi padre se ganó, a base de trabajo y esfuerzo, en unos tiempos complicados

Nos saludamos con todos. Pedja, Fernando Hierro, Fernando Morientes, Iker, Manolo Sanchis, Amavisca, Guti... Junto a los de baloncesto (Alberto Angulo, Arlauckas y Antúnez) departíamos tranquilamente hasta que Emilio Butragueño, maestro de ceremonias, nos reunió como en un corro de los que hacíamos en las charlas antes de los partidos. Así nos contó en qué iba a consistir el procedimiento del homenaje. El Buitre, uno de mis ídolos de la infancia, se maneja en estos actos como lo hacía en el área, ¡qué tío!  Mientras esperábamos, conseguí poner el final del baloncesto en mi móvil, al que se acercaron muchos para ver cómo nos proclamábamos otra vez campeones de la Supercopa, remontando 19 puntos al Barça en el tercer cuarto.  ¡Lo de este equipo es increíble!

Tuvimos que hacernos un test de antígenos antes de salir, protocolo indispensable para poder saltar al césped.

Tras los preliminares empezó la acción, que no era otra cosa que dirigirnos hacia el túnel de salida al estadio, donde en una mesa al lado izquierdo estaban colocados todos los trofeos que se iban a sacar, desde la primera copa, la eterna Séptima que sacarían Pedja y Manolo, a la última que sacaríamos Angulo y yo. Como si de un partido se tratase, había nervios previos y charlas escuetas entre todos para intentar soltar esos nervios. Pronto Carmen, otra de las personas que se encargó del protocolo, como muchos años la he visto encargarse del palco de honor, nos indicó que nos fuéramos colocando en el orden en el que iban a salir todas las copas. Uno a uno, pareja de jugadores a pareja de jugadores, fueron saliendo los trofeos, y oíamos desde dentro cómo sonaban esos aplausos en una ovación continua. Me imaginaba a la gente respondiendo a todos y cada uno de ellos.

La Séptima con Pedja y Sanchis, madre mía, vaya momento de reconocimiento a ese gran título que nos devolvió a la cumbre de Europa después de tanto tiempo. Luego la Octava con mi cuñado Michel Salgado e Iker Casillas, la copa que certificó que volveríamos a mandar en Europa. Después, la Liga del inicio del proyecto de mi padre con Hierro y Guti, la Intercontinental con mi hermano Fernando y Morientes y la Supercopa con Chendo y Amavisca. Finalmente llegaría el turno de las de baloncesto: la Recopa que ganamos en Chipre, que viví también en primera persona, con Antúnez y Arlauckas, y por último la famosa Liga del Palau en el 2000, la de Djordjevic levantando los brazos, que trasladamos al campo Angulo y yo.  La última vez que salí al campo en circunstancias parecidas fue con el resto de mi equipo y con la Recopa que he mencionado antes, unos cuantos años atrás.

Al salir, miraba la inmensidad del estadio y toda la gente que había.  Es cierto que es una pena que con estas restricciones y la obra no pudiese estar el estadio lleno, pero las circunstancias son las que son, y todos lo entendimos perfectamente.

Tras las Copas saldría mi madre junto al resto de mis hermanos y sus parejas, para ponerse en el centro y recibir la ovación final.  Sentía cómo se emocionaba mi madre, con esas lágrimas que brotaban de sus ojos. La emoción la superaba, pero estaba bien arropada por mis hermanas y por todo un estadio que no paró un segundo de aplaudir y ovacionar.  “Siempre presente, Lorenzo, siempre presente” se oía cantar entre los aplausos, un cántico que le dedicaron desde la grada y que no hace más que reconocer esos méritos que mi padre se ganó, a base de trabajo y esfuerzo, en unos tiempos complicados.

Nos juntamos luego todos para la foto de familia, mientras ya salían los dos equipos del partido que se tenía que disputar, Celta y Real Madrid. Antes del mismo se guardó un minuto de silencio por todos los fallecidos en este tiempo en circunstancias parecidas a la de mi padre. Ya he resaltado en las redes que nos solidarizamos con todos y cada uno de ellos, porque sabemos por lo que han podido pasar todos sus seres queridos. Asimismo, se mencionó a todos los exjugadores y exentrenadores fallecidos en este tiempo.

Después nos llevaron hasta el palco para disfrutar de un partido que se complicó por momentos pero que, como no podía ser de otra forma, ganamos en parte gracias a todos esos antes mencionados, con mi padre a la cabeza. No iban a dejar que se escapara un triunfo en nuestro templo y en esas circunstancias. Reconozco que, en varios momentos, se me fueron los ojos en dirección a los asientos que ambos, él y yo, solíamos ocupar en los partidos, y me emocioné muy intensamente.

Quise agradecer a nuestro presidente tan bonito gesto del club con mi padre. Además le dije: “Somos la hostia, no solo hemos hecho un precioso homenaje sino que además hemos ganado la Supercopa de baloncesto remontando, como en este partido de fútbol”. Por actos como este, ya no solo por lo deportivo, somos el mejor club del mundo.

Fotografías Imago.