Un hombre llega a su casa. Es de noche. Muy tarde. Sus hijos duermen. Su mujer, también. Él se quita la chaqueta, la cuelga en una percha, se sienta a la mesa de la cocina. Luz blanca y fría. Tan fría como la cena, tapada con papel albal. Dos hamburguesas de pollo. Sin pan. Hay que hacer dieta. Se levanta y abre la nevera: saca el ketchup, la mostaza, la salsa barbacoa. Que se joda la dieta. Se sirve una cerveza y mira fijamente la pared de enfrente, donde un plato de adobe labrado malamente luce una frase: Estuve en Villaconejos de Arriba y me acordé de ti.
—Lo que hay que hacer para vivir, rediós.
El hombre, pelo negro, ancho, barrigudo, cierta papada, sin barba, nariz quizá porcina, mira apesadumbrado el plato. Hay que pagar las facturas, se dice, a pesar de todo. Está cenando solo porque viene del quinto coño, de una peña: otro acto más, otra peña más. Estoy harto de hacer el primo, se dice. La gente ya no me tiene respeto, se repite. Salvo esa gente, claro. Los peñistas. Qué grande eres, Tomás, le dicen. Tomás, eres un fenómeno.
Tomás se sienta en un butacón. Abre el Mac. Lista de reproducción: música clásica aleatoria. Cierra los ojos. Por un momento, se deja llevar por los suaves compases. Olvida el griterío de la peña, las caras desencajadas, el olor a aceite y a jamón. Se sirve una copa de vino. Vino francés. Vino viejo. Le encanta Francia. Los Campos Elíseos, el Sena al atardecer, el Pont Neuf. Ah, qué lejos estaba París de aquellas peñas en las que tenía que pasar los fines de semana, embutido en una camiseta vieja con el 7 a la espalda y la publicidad de Zanussi remarcándole la lorza. Francia, Francia. Con lo que me den por llevar al Txistu a la próxima peña de Los Palillos del Zorzal que venga a la Champions, me escapo al Loira un fin de semana. Eso le hace recordar: tengo que tuitear. “Los gabachos nos tiran la fruta pero nosotros tenemos a Zizou. ¡Viva España, franchutes”. Cien retuits en un momento. Sonríe, sardónico. ¿Por qué tengo que vivir así? La respuesta está sobre la mesa del salón: facturas del teléfono, facturas de la tele por cable, facturas de la luz, facturas del gas, facturas del colegio de los niños. Mi mujer se ha gastado este mes 500 euros en un bolso de Loewe. Joder, joder. Tendré que seguir escribiendo. ¿Cuál era el tema de mañana? Ah, sí. Alfredo me ha pedido algo contra Florentino. Con tu estilo, Tomás. Campechano, franco y directo. Ponle algo de lágrima, sentimiento. Eso, eso. Un saludo, mostro.
“Florentino, ¿es este nuestro Madrid? ¿Es este el Madrid que queremos? ¿Es el que dejaremos a nuestros hijos? Florentino, escúchame: con el corazón en la mano te lo pido, como madridista de quinta generación, cuyo tatarabuelo ya vendía turrón y piñonates en la calle Padre Damián los días de partido, te pido, que escuches a tu pueblo. ¡Florentino, escucha a tu pueblo! ¡Más españoles y menos de fuera! ¡Menos dinero y más cojones! ¡Menos giras por China y más Carranzas! No olvides el sentir de tu Madrid, de los madrileños, de tu gente. ¡Florentino, estamos perdiendo la esencia!".
El cursor parpadeaba. Era tarde. Mañana, domingo. Otro partido. Otra comida con peñas. No las soportaba. Su estómago, menos. Tanta grasa le estaba provocando una úlcera. Y sin embargo…¿en qué momento él, un joven que amaba el periodismo, que quería cambiar el mundo, que quería hacer literatura y desentrañar el demiurgo que mueve el destino del fútbol, se había convertido en lo que era? ¿Hasta cuándo, Tomás? Se decía, pensativo, triste. Lúgubre, incluso. Se sentía una Jezabel. Miró su estantería, repleta de libros clásicos, de filosofía. Amaba a Kant, pero la razón pura tendría que esperar. Además del artículo, debía tener algo preparado para un ciclo de conferencias que la Peña El Moro de España tenía previsto en primavera. Se comprometió a hablar de Raúl, el Gran Capitán: corazón madridista. Madre mía, Tomás, se dijo mientras apuró de un trago la copa de vino. Estaba cansado. Exhausto. Pero, pero. Hasta el final, vamos Tomás.
Señor Valderrama, excelente mini relato con retrogusto a novela negra (Pepe Carvalho antes de quemar libros en la chimenea, por ej.) o una de Scott Fitzgerald.
Aunque dudo mucho que el tal Tomás en la vida real tenga la capacidad de autoanálisis del Tomás personaje de su relato y de que, por supuesto, se haya leído a Kant.
Qué bueno. Estamos tan acostumbrados a que la prensa deportiva nos envilezca, que olvidamos que a los primeros que envilece es a los que la hacen. Pido un artículo en la misma línea sobre otro periodista llamado, por ejemplo, Diego.
Muy bueno! hehehe. Yo quiero leer algo sobre Relaño.
Por cierto, el que ha elegido la "afoto" de la bolsa del RM es un genio. Madridismo y caspa bien combinados.
Ya sabemos que Roncero (y tantos otros periodistas) si no sirve a su amo (en el As o en el Chiringuito o donde se tercie siempre que haya cheque) no tendría trabajo... pero yo creo que ya está tan acomodado en su ridículo papel, que no tiene ningún cargo de conciencia...
Para mí el quiebro, la prueba de lo que digo, fue lo de ouija al espíritu de Juanito.. por muy payaso que sea, si conservara algo de madridista (muy en el fondo) nunca se hubiera prestado a eso. Sólo por respeto a la persona fallecida y a su familia... Roncero es forofo de quien le pague. Y ya.
Ojalá lo del tal Tomás fuera sólo una pose. Me refiero a su Landismo . No hay nada que me cabree más que él quiera dar esa imagen del madridismo. Es como si ser del Madrid te convirtiera en Caspa. Y el colmo es cuando nos quiere vender que para ser madridista hay que amar a La Floja sobre todas las cosas.
Pues yo creo que el autor del artículo se equivoca. Para mí que el tal Tomás está encantado con su vida y con su trabajo. De menos nos hizo Dios y peor sería tener que trabajar de verdad.