La pasión por el fútbol (sala) de los Gento
La pasión por el fútbol cautivó el ánimo de sus vidas. Más allá de su profesión, los Gento jugaron al fútbol con amigos en cualquier modalidad y superficie. Cuando no había verde jugaban en las suaves arenas cántabras, y cuando las fuerzas dejaron de ser suficientes, se embarcaron en modalidades sinópticas del fútbol. Tanto extendieron su vocación, que la hicieron coincidir con la de sus sobrinos, apenas adolescentes que rezumaban energía y buenas maneras, quizás aprehendidas, en parte heredadas.
La frecuencia con la que Paco se añadió a las pachangas cántabras no cesó al convertirse en una estrella mundial. Sus hermanos Julio y Toñín imitaron a su modelo, siempre dispuestos a un encuentro amistoso – o no tanto - en los intervalos de su actividad oficial. Más al retirarse, pues salvo disgustos emocionales latentes, la tendencia habitual convierte el gusanillo en boa en el momento de la retirada, y nada atrae más a un ser humano que aquello que empieza a quedar fuera de su alcance.
Así, en las vocaciones coinciden la pulsión del jubilado con la del aprendiz. De esta forma, se unieron para jugar en el mismo equipo los tíos y los sobrinos de nombre idéntico por la insistencia familiar en calcar bautizos: mis hermanos Paco y Julio Llorente se unieron a las carreras de sus tíos, ya cortas por el impecable paso del tiempo, el que nunca falla.
Siendo igual el empeño, el contraste del ímpetu mostraba la crudeza de la existencia, el funcionamiento de la programación genética. Este cronista tuvo el placer de contemplar algunos de aquellos partidos con protagonistas tan dispares – pocos, por desgracia, porque ya andaba enredado en mis cuestiones baloncestísticas - y puedo dar fe del llamativo contraste. Por un lado, la extrema habilidad de Toñín Gento, capaz de encadenar caños y sombreros, y el regate corto y la picardía de su hermano Julio. Por otro, dos chiquillos bullendo incansables, sudando a chorros, mostrando trazos de conocimiento avanzado para su edad, pero insuficientes ante la veteranía que los rodeaba.
“Jugaba con ellos por el placer de verlos”
Mi hermano Julio, Llorente para que no nos despistemos, recuerda con detalle estos partidos, en los que, a veces, se quedaba estático, asombrado – aún hoy - ante la clase de sus tíos. “Jugaba con ellos por el placer de verlos”, me cuenta ya en otro siglo.
En cambio, no recuerdo a Paco vistiendo la camiseta del local de su hermano, Mesón Toñín Gento. Aunque no sólo hay una instantánea que da fe, sino las palabras de un testigo que compartió con ellos estos momentos. Ramón Fernández Cayón – cuya nieta Sofía es una destacada y educada baloncestista, que conserva la pasión por el deporte de su abuelo - fue uno de los integrantes de aquel equipo, un partícipe de los múltiples pachangas y partidos que jugaban los Gento después y durante el ejercicio profesional del fútbol. De alguna manera había que mantener la forma, pues entonces ni había entrenadores personales ni se estilaba el entrenamiento gimnástico hoy tan de moda.
La peña emocional, sin nombre ni actos jurídicos de por medio, se reunía a jugar al fútbol y a disfrutar después de barra o mesa y mantel y lo que se pusiera sobre ellos, aunque el motivo principal seguía siendo el mismo. Ahora hablaban de lo sucedido y de lo que hubiera podido suceder, tan tendentes estas conversaciones a las elipsis y las hipótesis.
Mientras escribo, los testimonios de quienes lo vivieron abren las vías de mi recuerdo, del conocimiento de los personajes, los lugares, los aromas. Y sonrío, sereno
También se reunían para ver jugar a Paco, quizás el epicentro involuntario de tanto alboroto giratorio en torno a un balón. Cuando los cuerpos se adormecen y las obligaciones aprietan el ánimo, el fútbol también se convierte en centro de reunión social y evocador. El Mesón Toñín Gento fue la sede de los encuentros de fin de semana con un único tema del día: hablar de fútbol y comer muy bien. La cocinera, Feli, la mujer de Toñín, de carácter tranquilo y bondadoso como su marido, podía conseguir que un lord inglés se chupara los dedos.
Allí veían jugar a Paco y al Real Madrid, y comentaban y reían hasta que la madrugada avanzaba. Y cuando al término del curso llegaba el primogénito de la estirpe se convertía en uno más de ellos, jugando, comiendo, riendo y hablando.
Así lo cuenta Ramón, que conoció primero a Toñín Gento en el campo de la Cultural de Guarnizo, y luego a Julio y Paco. Personas magníficas y de buen corazón que dejaron huella en su vida.
Mientras escribo, los testimonios de quienes lo vivieron abren las vías de mi recuerdo, del conocimiento de los personajes, los lugares, los aromas. Y sonrío, sereno. Con la voluntad atrapada, la emoción de los afectos me invade con suavidad, fluye imparable por las células que me conceden existir. Fue una fortuna para todos, pues el congeniar les regaló cientos de horas de gozo en torno a un balón, en torno a una mesa. ¿Qué más se puede pedir a la vida?
Así me lo contó Ramón. Y tal como lo hizo, tal lo cuento. Y, por ello, le estaré agradecido hasta el infinito.
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Me encanta cómo escribe, es un placer leerle, no sólo por lonque cuenta, sino por cómo lo hace. Muchísimas gracias. Y a seguir.
¡Qué manera de expresar las experiencias de vida! Siempre serás un Plumilla.
Se agradece.