Un verano cualquiera
Un verano cualquiera, el magnetismo de un enclave salvaje —casi ajeno a la voluntad del hombre— giró el rumbo de los hábitos veraniegos de Paco Gento. Una playa solitaria y recogida fraguada por el oleaje del volcánico Cantábrico. El lugar donde la frágil costa cedió ante su ímpetu auxiliado por la corriente mínima, en comparación, de la desembocadura de la ría La Canal. Entre ambas, la ría y la mar, desmenuzaron cualquier obstáculo hasta convertirlo en arena suave y mullida. Un lugar perfecto para camuflarse con el paisaje, un embudo que se abría en la marea baja invitando al paseante a caminar sobre las fértiles rocas que servían de hogar a nécoras, percebes y pulpos y cimentaban el acantilado que las sobrevolaba.
Junto a la fijeza de otras, ninguna tan duradera como el fútbol, Paco también fue hombre de pasiones pasajeras. Un ánimo propicio a los cambios bruscos de costumbres y aficiones, quizás siguiendo la pulsión interna de vivir la vida a su aire y alejado de los tumultos obligados del fútbol. Así, la playa de Galizano se convirtió en la de la familia, siempre dispuesta a seguir los quiebros del patriarca, afortunados que podíamos. En ella volvió Paco a uno de sus pasatiempos, la pesca, y los Llorente encontramos un centro de entrenamiento extraordinario. Aunque con franqueza, entonces éramos capaces de convertir cualquier elemento natural o artificial en una pista de atletismo, en un gimnasio, en una cancha de casi cualquier deporte.
Junto a la fijeza de otras, ninguna tan duradera como el fútbol, Paco también fue hombre de pasiones pasajeras. Un ánimo propicio a los cambios bruscos de costumbres y aficiones, quizás siguiendo la pulsión interna de vivir la vida a su aire y alejado de los tumultos obligados del fútbol
Ya corría por nuestras venas el veneno del deporte por el influjo de Paco, directo en las conversaciones, sensorial en los partidillos y competiciones que compartíamos aquellos veranos cantábricos. Más allá del fútbol, las carreras a pie y en bicicleta, las partidas de bolos y hasta las de naipes mostraron una persona volcada en el instante, con determinación de vencedor, que disfrutaba las victorias con risas sonoras, joviales, y comentarios prolongados durante minutos; a veces, durante horas, días y años. No contaba su trascendencia ni la longitud del proceso o del esfuerzo, sino el placer del suceso, el mero pero decisivo hecho de ganar.
Así que, mientras Paco acopiaba los aparejos tomando provecho de las mareas bajas, nosotros quedábamos en la playa dejando las pisadas más profundas en la arena: las huellas del salto y la carrera, del empeño en fortalecer nuestros cuerpos. En ocasiones, cuando consideraba que la situación no tenía peligro para un niño, acompañábamos al tío, siempre a la caza del percebe —o su plural, en ocasiones de fortuna— de cierto tamaño.
Mañana o tarde, conforme al ir y venir de la mar, sólo o con nuestra compañía, Paco se acercaba en busca del crustáceo preciado, más por ser el hecho de la captura, el objeto del empeño, que por su valor de mercado o por nuestro placer.
Esta pequeña historia podría haber tenido otro final o haberse detenido en unas líneas, de no haberme acompañado la fortuna, que me citó con un madridista de pro, un seguidor entre los millones de aficionados en el planeta que admiran el club y sus protagonistas. Humanos anónimos cuya individualidad es necesaria y su colectividad milagrosa para el telón de fondo del asunto que nos ocupa, pues sin ellos no hubiera sido posible la Historia centenaria del Real Madrid.
Más allá del fútbol, las carreras a pie y en bicicleta, las partidas de bolos y hasta las de naipes mostraron una persona volcada en el instante, con determinación de vencedor, que disfrutaba las victorias con risas sonoras, joviales, y comentarios prolongados durante minutos; a veces, durante horas, días y años
Sentados a la sombra de una cafetería en Astillero (Cantabria), hablaba con tono tranquilo y vivaz contándome sus recuerdos de infancia y juventud ligados a la figura de un vecino que marchó siendo casi un niño después de patear todos los prados y balones que existían en la comarca en los años 40 del siglo pasado. Palabras de veneración de quien veía, cuando era un chaval, a un semidiós, en esos años en los que la realidad se cruza con las leyendas en la exuberante imaginación infantil. Paco, ya figura mundial, seguía asomándose a la tierra de sus raíces para jugar partidillos en el estadio local que lo vio crecer, para jugar al bolo cántabro o para animar a la trainera de Astillero. Y José Manuel González, el buen delator de las andanzas del extremo observaba y absorbía con la pasión de las visiones puras.
Resultó, además, que nuestro amable relator, tenía primos pescadores a los que de vez en cuando visitaba en… ¡la playa de Galizano! Sin ser consciente de que lo hacía, me reveló detalles de quien contempla el escenario desde fuera que nunca percibí o que escaparon de mi mente. Mientras desgranaba sus recuerdos, los míos se presentaban más vivos que nunca, pintados por una visión ajena que me dibujó una sonrisa de emoción contenida: Paco también pescaba pulpos y se detenía a conversar con campechanía y buen humor con los pescadores que deambulaban en busca de alguna captura. En otro lado de la playa, los Llorente no parábamos de correr y jugar, según el testimonio desvelador de José Manuel, protegido por su anonimato.
Nuestro fanático pacífico me descubrió una nueva faceta, simple, sin trascendencia, pero una faceta desconocida de Paco. Recibí la novedad con una sonrisa que acentuó la memoria de unos años felices, protegidos por la inocencia de los pocos años y la voluntad de movernos sin cesar porque nos lo pedían las hormonas y la historia familiar.
Hoy, José Manuel despliega su madridismo con elegante artesanía en la que vuelca su sentimiento madridista y su homenaje íntimo a quienes durante tantos años le hicieron felices. Y lo siguen haciendo, porque el Real Madrid, hipocrático, nunca deja de fluir. Gracias, José Manuel, muchas gracias.
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La mar, la arena, las nécoras, los "bueus " de mar (cicatrices para siempre en los anversos de mis manos , consecuencia del topar con las rocas al capturar las piezas), los mejillones, las tallarinas (entre la arena del suelo marino... con el riesgo de encontrar el terrible "arpón" del pez araña ).Los entrenamientos playeros a base de " fartlek"... las titis en "top-less" ...
Recuerdos extraordinarios, fetenes .