El niño que soñaba con un balón de reglamento
Las ilusiones de Paco llegaban más lejos que su imaginación y la realidad. Su pueblo era uno de los muchos que se esparcían por una región que resistió con tanto ahínco al Imperio Romano que hasta Augusto tuvo que presentarse para dirigir el asedio. El pasado glorioso no aliviaba el presente de carestía de una posguerra sin Plan Marshall, en la que no sobraban bienes, ni alimentos, ni comodidades. En Cantabria no sobraba nada. Sólo las típicas explotaciones familiares con alguna hortaliza sembrada, un pequeño corral con gallinas, quizás un cerdo y las vacas lecheras, aseguraban la manutención y permitían algún dispendio, en cuya lista no entraba ni por asomo un balón de reglamento.
Los sueños siempre son exagerados, porque ni siquiera un balón esférico —fuera reglamentario o no— estaba al alcance de los niños de Guarnizo. Jugaban con retales apelotonados que recordaban a una pelota, parcheado el amasijo con trapos, cartones y cualquier elemento que no hiciera papilla un pie al golpearlo. Para Paco y sus vecinos envenenados por un juego mágico sólo existían balones esquinados, protuberantes, que apenas rodaban en el verde y que se atascaban sin remisión en el barro de los terrenos de juego —y nunca sería más apropiado el término.
Para Paco y sus vecinos envenenados por un juego mágico sólo existían balones esquinados, protuberantes, que apenas rodaban en el verde y que se atascaban sin remisión en el barro de los terrenos de juego
Lo que para muchos podría ser un infortunio, para quienes tienen la voluntad atrapada por un deseo ingobernable termina por convertirse en una bendición del destino. Paco siempre encontraba alguien con quien jugar a la salida de la escuela, a la entrada o mientras la maestra cantaba las lecciones y se preguntaba dónde estarían los ausentes. ¡Como si no lo supiera! ¿Desde cuándo un sistema educativo puede sentar a un niño? Jugaban en las calles, en los pastos, entre animales o muy cerca de ellos. Y, por supuesto, en los caminos por donde, de cuando en cuando, transitaba un vehículo motorizado.
De tanto jugar y tanto correr detrás de una pelota de trapo y delante de un padre que le reclamaba seriedad en la vida, sus piernas cuajaron en acero elástico. La pretensión de don Antonio, tan cabal y cumplidor, tan trabajador de sol a sol se cumplía sólo de tanto en cuanto, cuando ataba en corto al zagal —cual lateral sin compasión— para que segase el verde u ordeñara a las vacas. Mientras, en sus evasiones, los músculos de Paco tomaban forma y volumen, alimentados por un entrenamiento natural que sólo regulaban los días y las noches. Y aun ni la falta de luz frenaba su ímpetu, y llegaba a casa queriendo esconderse en vano entre las sombras, embarrado hasta las pestañas, para recibir la regañina paterna y las caricias consoladoras de doña Prudencia, la madre del héroe, que contemplaba con orgullo la habilidad y la fuerza que ella tenía y que apenas pudo desarrollar. Hasta para las diosas eran otros tiempos.
De tanto jugar y tanto correr detrás de una pelota de trapo y delante de un padre que le reclamaba seriedad en la vida, sus piernas cuajaron en acero elástico
Así pues, Paco encontró la fortuna en el barro que le cubría los tobillos, en los balones irregulares que lo sumergían una y otra vez en el lodo espeso, envolvente, que se pegaba a las alpargatas con las que empezaba aquellos simulacros en un Bernabéu imaginario, y terminaba por fraguarse en torno a sus pies descalzos. La piel, resbaladiza primero; pétrea al cabo del rato, mientras el muchacho no detenía su carrera ya se cruzase un colega, un conejo, una gallina o una vaca. Y así, de forma íntima y misteriosa, como evolucionan los seres vivos, el barro notorio y la voluntad invisible forjaban un futbolista de leyenda. Lejos de la atención de cualquiera, mucho más de la del propio interesado, inclinado a pensar de forma fatalista que aquello de perseguir el balón esquivando personas terminaría un día, más pronto que tarde, cuando la rudeza de la vida le obligase a sentar la cabeza, antes que a sentar las piernas.
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Gracias por ofrecernos historias de una leyenda. Abrazo
Precioso don Llorente. Espero que tenga continuidad.
Es una belleza de artículo. Real,auténtico. Como periodista,como admirador del gran Paco Gento -sin duda,el mejor extremo zurdo de la historia- me siento feliz al leer estas líneas y,por supuesto, aplaudo a su autor.
¿A dónde hubiera llegado Gento con la preparación de hoy?
Precioso relato, rebosa humanidad.
Es posible que en la personalidad del niño subyaciera una especie de obsesión que,debidamente canalizada, le llevara a alcanzar la gloria. Ese tesón por correr tras una especie de balón ,sorteando todo tipo de obstáculos, posiblemente le llevó a lo más alto. El hombre ya contaba con un poderío genético extraordinario. Si le añadió el factor del ahínco y el tesón ...
Gracias por tan bello escrito.
No volverán a parir otro como GENTO, ya no hay jóvenes que corran por los prados, detrás de la vacas, ni niños que jueguen en el barro, con una pelota de trapo, ahora se juega el fútbol en tapices impecables donde reina la dictadura de las tácticas y el postureo, GENTO era un autodidacta formado a si mismo a base de correr y correr, hasta perfeccionar su técnica poco a poco hasta llegar a ser el mejor extremo ido de todos los tiempos, siempre te veremos correr en nuestros recuerdos, no te olvideramos.
Ejemplo de tesón, ejemplar comportamiento y gran calidad humana. De los más grandes de la historia del fútbol.
Hala Madrid.
Gracias Sr. LLorente, su aporte ha sido exquisito.
EL MEJOR EXTREMO IZQUIERDA DE TODOS LOS TIEMPOS, Y EL MEJOR JUGADOR ESPAÑOL DE TODOS LOS TIEMPOS!!!!!!!!