El verano es muy aburrido, a menos que uno sea hijo de Beckham. Lo era incluso cuando éramos niños. Deseaba uno que llegara el colegio, con ansia viva. De adulto llega a veces hasta hacerse insoportable, por eso precisamos del fútbol. Entre otras cosas. El fútbol en verano suele convertirse en una cosa tan aburrida y anodina como la vida. Pero está el calciomercato, que es como ir a echarle pan a las palomas en el parque. Con el calciomercato pasa una cosa singularísima: los periodistas saben que una de cada cinco informaciones publicadas son mentira, y nosotros sabemos que lo son. Además, sabemos que ellos lo saben, y ellos saben que nosotros lo sabemos. Pero el juego continúa, retroalimentándose. El rumor, que es el antiperiodismo, ocupa el escenario principal, y todo el relato veraniego se articula en torno a murmuraciones, confesiones incontrastables, filtraciones interesadas y disparates de supuestos insiders. En todo caso, hasta los calciomercatos de antes parecen, al rememorarlos, todavía más divertidos.
Hace 17 veranos que Florentino ganó sus primeras elecciones. Aquello lo cambió todo, aunque mi generación ya tenía experiencia en culebrones seriales. Karembeu fue el primero. Me acuerdo de abrir el Marca y verlo en una foto que evocaba a Nelson Mandela: aquel mediocentro francés por el que se pelearon durante meses Madrid y Barcelona, moreno, de Nueva Caledonia, con el pelo rizado y la nariz chata, agarrado a una valla de la ciudad deportiva de la Sampdoria, a punto de llorar. En la época nos hacía gracia, pero hoy aquello, leído con la perspectiva del tiempo, es literatura: 12 años de esclavitud, o algo de eso. Anelka fue el segundo. Descubrimos que le gustaba mucho jugar a la Play, y paso a paso, el reportero enviado a Londres hurtaba la huraña seguridad privada del Arsenal, y hasta algunos hooligans hostiles, para darnos un corte del delantero según salía del entrenamiento. “Ojalá pueda jugar en el Madrid el año que viene”, o algo de eso. Siempre era lo mismo. Hoy podríamos considerarlo cumbres del costumbrismo periodístico del cambio de siglo.
Florentino trascendió aquel género, trasladando la tensión al verano e internacionalizando la expectación. Hizo de su yate, el Pitina II, una especie de Davos, un lugar de reunión secreta de los hombres más poderosos del fútbol mundial. Mis recuerdos son casi exclusivos de Marca porque, en aquel tiempo, todo el mundo lo consumía, al menos en mi entorno. No importaba que fuesen ediciones casi tan finas como el papel de fumar: 16 páginas de auténticas vaguedades, redundancias y rumores sin contrastar, puritito condicional. La era preYoutube y preTwitter aún respetaba la jerarquía informativa del mundo antiguo. Los periódicos todavía eran la única fuente de acceso al opaco planeta fútbol, y su autoridad seguía autorizándolos a colárnosla a placer.
El Marca, y el teletexto. La pasión febril por actualizar las webs de ahora, la adicción al F5, no era nada comparado con aquello. Hubo quien se aprendió de memoria el número de las páginas de los periódicos, y el de las noticias deportivas. En un entorno como aquel, donde los límites del receptor de la información eran evidentes y rígidos, Florentino construyó en torno a sí un personaje legendario: el verdadero hacedor, un mago. La generación que salió a la adolescencia con las tres Copas de Europa en cinco años, y que se tragó después la decadencia galáctica, Ronaldinho y el nacimiento de Messi, llegó a creer que Florentino podía convertir el agua en vino, y multiplicar los panes y los peces. El verano de Figo llegué yo a leer unas declaraciones fabulosas, en las que Florentino no descartaba acometer el fichaje, en el mismo verano, también de Zidane. Era como lo que decía también por aquel tiempo el Secretario de Estado de los EEUU, que podían hacerle la guerra a Irak y a Corea del Norte a la vez. A mí me alucinaba aquello, y por supuesto, le dábamos crédito.
Hubo una generación que llegó a creer que Florentino podía convertir el agua en vino
Se pospuso el fichaje de Zidane, "hasta el año que viene”, y todo el mundo concluyó que era lo razonable. Tal era el hechizo de un hombre que de la nada logró fichar a Figo, poniendo una cantidad de dinero sobre la mesa, que a los viejos de mi pueblo les parecía demoníaca. Con Ronaldo Nazario el embeleso alcanzó la cota más alta: reporteros del Marca alquilando falúas para acercarse al Pitina II y tomar la foto del verano. Moratti invitando a Joan Gaspart a una partida de póker kafkiana, y Valdano con Florentino, camisas remangadas, el fax echando humo, con una lucecita encendida en la fachada del Bernabéu la noche del 31 de agosto al 1 de septiembre.
Esos calciomercatos, como las golondrinas en otoño, se fueron para no volver. O quizá sea la edad. Cuando Florentino retornó en 2009 y puso de una tacada a Kaká, Cristiano y Benzema, culminó su propio estilo, pero llegó al manierismo. Se perdió la magia de los periódicos con cliffhanger al final de cada página, el embrujo del condicional periodístico. De alguna manera, el hombre todopoderoso, dios de los fichajes, finiquitó las contrataciones folletinescas. Llegó Twitter, los medios tradicionales perdieron su autoridad secular, desaparecieron las puertas y los controles profesionales de la información, y se jodió la mística de la distancia: nos gustaba más esto cuando sabíamos menos. Porque ya lo dice Camarón, cuanto más lejos esté el santo, más grande la devoción. Y ahora lo sabemos todo, hasta que todo es mentira.
Los fuchajes y traspasos tenian que ser como antiguamente antes de la presentacion del equipo