Hasta aquí hemos llegado

Quizás, como me decía tras el partido contra el Sevilla Jesús Bengoechea en YouTube, ya nos tiene que dar igual la liga. No hay nada que hacer. Es remar contra corriente con una canoa en un mar revuelto con olas de seis metros y con una tormenta perfecta.

Perfecto entonces. Dejémoslo todo. Como si fuese un funcionario, el Real Madrid se va a tomar una excedencia. Como si fuese un alto ejecutivo de un bufete top de abogados, nuestro equipo va a disfrutar de un año sabático. O de dos.

Nos quitamos de en medio. Dejamos las competiciones oficiales —alguno como el amedrentador Ceferin arde en deseos de borrarnos del mapa por un periodo—, y hacemos, como los Harlem Globetrotters, a los que yo vi en los años 70 en el Palacio de los Deportes madrileño, una gira mundial.

Ya es hora de que el Real Madrid descanse de todo este bochorno arbitral, de un VAR controlado por los Clos Gómez y los González González (qué poco nos quieren los colegiados apellidos repetidos), de una liga a la que damos la vida pero de la cual, de boca de su presidente Tebas (y del siniestro jefe en la sombra Roures, a la sazón avalista de Laporta, un sindiós único en el mundo), recibimos insultos y vejaciones a diario, insultos también de una prensa que defiende su pesebre y que no se dedica a cuidar a sus potenciales clientes, y menos aún a quien más le da de comer, el propio Real Madrid.

Es sabido que nuestro club no deja a nadie indiferente: muchos lo adoramos, el resto lo detesta, lo aborrece, pero no puede vivir sin él.

Pues que se queden un tiempo viéndolas venir: nosotros nos vamos de gira mundial, como los Rolling Stones en sus buenos tiempos. Con Mbappé, con Haaland y con quien haga falta, por supuesto.

Ya es hora de que cientos de países y ciudades, hora de que millones de fans de todo el mundo, puedan ver en directo a su Real Madrid, al que se adora más allá de lo que muchos piensan.

Visitemos Brasil, Perú, Costa Rica. Hagamos un tour inolvidable por Indonesia, por Corea, por Bangladesh, allá donde no estén Velasco Carballo ni los De Burgos, Cuadras Meleros y Munueras.

Qué ganas de ir a Montreal, a Chicago, a Monterrey, a Melbourne, a Yakarta, a Delhi. A recibir el cariño de los madridistas por el mundo, unos aficionados que sufren tanto como los de nuestro país, pero que viven siempre esperanzados, eufóricos, entusiastas, y para quienes el club es como un tótem mágico, un dios perfecto e inmaculado por el que sienten devoción y al que no despellejan piperisticamente cada día (“soy muy del Madrid, PERO...”).

Imaginemos esos estadios llenos en Ghana, en Senegal, en Egipto, en Nigeria, en Argelia. Las calles de Nairobi, de Ciudad del Cabo, de Casablanca (¡Casablanca!), de Antananarivo, engalanadas con nuestros colores, las niñas con sus camisetas, los niños con sus bufandas al viento, escoltando nuestro autocar para abarrotar el estadio nacional de turno, 75000 personas embelesadas para ver la exhibición del equipo de sus sueños ante una selección o el campeón local.

La conquista del mundo, en definitiva. Salir de este infierno, de este valle emponzoñado de envidias y de trapicheos. Dejar de escuchar impertinencias de Ceferines e hipocresías de Rummenigges.

Y no, queridos lectores, no se preocupen por nuestro palmarés. Aun con sus competiciones corruptas y sin los nuestros participando, todavía seguiríamos reinando con nuestras 13 orejonas por mucho que estuviésemos dos o tres años dando alegrías por el planeta Tierra: jugar en Groenlandia, o en Siberia, un cuadrangular en Tierra de Fuego o una exhibición en la Gran Muralla de China.

Que nos echen de menos.

Que pidan perdón.

Ya está bien.

Hasta aquí hemos llegado.

El atraco —enésimo atraco a VAR armado— ante el Sevilla no puede quedar impune.

Que se la queden los amiguetes, los paniaguados, los trompeteros, los que amedrentan a las familias de los árbitros, los que, por acción o por omisión, han convertido mi deporte favorito en un vertedero de triquiñuelas y de corrupción, propia de tahúres y estultos.

Ya estamos tardando.

Fotografías: Imago.