Sucedió tras el enésimo tarascazo por detrás a Vinicius de un jugador del Bilbao. El 20 del Madrid se revolvió como un toro de lidia cuando le ponen un par de banderillas, harto de la violencia y del chuleo. Se iba a encarar con el marrullero vasco, otra vez, pero Carletto, que estaba a su lado en la banda, “al liquindoi” como se dice en Cádiz, es decir, ojo avizor (traducción macarrónica del Look and do it con el que los marineros ingleses se pedían entre ellos estar al quite de que no les birlaran nada mientras el práctico les atracaba el barco en el siglo XVIII), lo llamó como un padre hasta que captó su atención. “Habla conmigo, habla conmigo”, le ordenó el italiano. Vini respiró un segundo, asintió con la cabeza y se fue de la jugada. Ancelotti ganó la partida.
El Madrid conservó un rato más sobre el campo a su futbolista más desequilibrante, no ciertamente en su mejor partido. Al ser sustituido por Rodrygo, su compadre brasileño aprovechó que Vini tenía fritos a sus marcadores después de 70 minutos de trote largo; deshizo las marcas con un eslalon elegante e inteligente por el centro y movió todo el tablero de Ernesto Valverde hacia el otro lado. Allí, justo en el hueco que Vini había estado escarbando por su banda todo el partido, se encarnó Kroos, que también estaba fresco, para enviar a la red uno de sus “pases de gol” que ya tienen categoría artística propia dentro de la cultura contemporánea. Partido finito, Carletto vincente.
Ancelotti ha resuelto con sabiduría ancestral el embrollo de esta semana. Que, la verdad, pintaba fatal. Tras la Supercopa de Riad el mítico banderillero Blanquet, que podía oler la muerte, habría dicho que atufaba a cera. La temporada del Madrid apestaba a 2015, sino de tragedia, pero Carletto, como es un zorro viejo con muchos tiros pegados, mantuvo “la cabeza sobre los hombros cuando todos los demás la perdían”, que recitaba Kipling. Ha surfeado la tormenta apoyándose principalmente en lo más potable que tiene en su banquillo, sacándole un jugo francamente inesperado pero que sabe a gloria. Su particular brigada de refresco, que no obstante queda muy lejos del Equipo B que le ganó la Liga a Zidane en 2017, todavía cuenta con recursos importantes. Camavinga, Nacho y Ceballos, sobre todo, pero también Asensio, con el que Ancelotti da la impresión de querer llevar a cabo una reconversión industrial a trescuartista semejante a la que apuró de Di María el año de la Décima, su torrente de talento más puro. Lidiando como los toreros sabios, conociendo el paño, don Carlo ha puesto en el ruedo a gente que estaba pegada al banquillo como un chicle; a gente que había pasado la primera parte de la temporada un poco al margen, sin protagonismo y en el limbo opaco de las expectativas frustradas. Ha puesto a los muchachos con mayor o menor proyección dentro del club (Ceballos y Camavinga) por delante de tótems sagrados insustituibles (Modric y Kroos), les ha dado paso en mitad de un torbellino, llevando con ellos el cambio mientras el equipo subía una cuesta difícil, con su propio prestigio como entrenador en el filo de una cuchilla. Todo ello, como es su estilo, de forma absolutamente natural, como suele hacer las cosas este maestro del fútbol con alma de artesano paciente que transforma los contratiempos en oportunidades.
A Vinicius no le respetan ni los rivales ni los árbitros ni los hinchas rivales, y Carletto puso pie en pared en la sala de prensa de San Mamés, proclamando que el Madrid, que su equipo, quiere que se le respete
Pero lo mejor de todo lo que ha hecho Ancelotti esta semana, seguramente la clave de que su equipo le haya respondido a lomos de los jóvenes en campos duros y ásperos como La Cerámica y San Mamés, ha sido la confianza. La confianza dimana de la autoridad, y la autoridad se sostiene demostrando que se cree en los muchachos, cargándolos de responsabilidades. Pero no sólo alineándolos. También, y esto es importante, protegiéndolos públicamente como un auténtico paterfamilias. Especialmente, a Vinicius.
Con Vini y ahora con Camavinga pasa que todo vale en España. Esto no es nuevo, ocurrió muchas veces antes, la última, por ejemplo, con Cristiano Ronaldo. La fiesta, con el brasileño, dura desde el año pasado. En realidad, desde que aterrizó en España, pues en su primer partido con el Castilla hubo un gañán del Atlético de Madrid B que le pegó un bocado en la coronilla por que sí, e hizo mucha gracia en los ambientes. La fiesta con Vinicius incluye patadas, puñetazos, desplantes, mofas, recriminaciones, provocaciones e insultos. De estos, los hay por supuesto individuales, que quizá se disculparan por el fragor de la batalla, pero además los hay colectivos, que son los peores. Estos incluyen descalificativos racistas que las autoridades españolas han legitimado últimamente: para la Fiscalía de Odio, lo del Metropolitano del otoño pasado fue “inimputable”. Caso cerrado. A Vinicius no le respetan ni los rivales ni los árbitros ni los hinchas rivales, y Carletto puso pie en pared en la sala de prensa de San Mamés, proclamando que el Madrid, que su equipo, quiere que se le respete. Con Camavinga pasa algo parecido, en otro sentido. En la misma liga en la que Gavi martiriza tobillos por doquier cada fin de semana, con la inveterada impunidad que da, naturalmente, en este país y desde antiguo, el vestir de azulgrana, Camavinga ha heredado en cambio la presunción de culpabilidad arbitral que cada lustro pesa sobre un jugador del Madrid, porque esto también es inveterado y viene de largo. Antes fue Pepe, luego Casemiro. Ahora que Casemiro no está parece que es Camavinga. Todo lo que vista de blanco es, de primeras, culpable, así que Camavinga, y más cuando juega de 5, sólo tiene que pisarle la sombra a alguien para ser amonestado. El francés tendrá que hacerse a sí mismo mediocentro con plomo colgando de las botas, a diferencia de lo que sucede con cualquier petimetre que salga de La Masía, que camina por una alfombra roja en España desde que da cuatro pases seguidos. Así también pasa luego, claro, lo que pasa cuando salen a las fauces abiertas de la Copa de Europa, pero esa es otra historia.
Vini y Camavinga representan una superioridad física apabullante sobre sus rivales, la superioridad broncínea en que el Madrid ha cifrado el futuro inmediato de su equipo. Es de tal calibre la cosa que el castigo, en tobillos y en tarjetas, es la respuesta más eficaz para anularla. Vini y Camavinga representan el futuro arrollador e insultante en un campeonato degradado que se sudamericaniza a ojos vista, pero también representan el esfuerzo noble y la lid honesta (lo que antes se llamaba “en buena lid”). Lo que ambos encarnan con tanta pureza (con su piel oscura de dioses antiguos bajo la camiseta blanco nieve del Real) contrasta radicalmente con la sucia pillería de Gavi, que tan buen público tiene en España. Vini sufre el ratio de faltas sobre un mismo jugador más alto de las cinco grandes ligas europeas, pero como escribe Manuel Jabois en El País, “el debate se ha desplazado hacia la defensa que el jugador tenga que hacer de sí mismo para salir del campo con las dos piernas”. La cosa resulta obscena pero en España nos hemos acostumbrado a convivir ricamente con la obscenidad. Vini debe callar y no quejarse. No destacar, como decían los que mandaban durante el franquismo. No levantar la cabeza, no hacer como Cristiano en su día y responder a insultos relativos a su país o a su raza (lo que ahora es racismo con Vinicius, con Cristiano fue la xenofobia de campos enteros, empezando por el Camp Nou, cantando “ese portugués, qué hijo de puta es”). Vini debe pedir perdón, además de por ser el mejor, por ser también negro, joven, guapo y rico. Por encima de todas las cosas, Vini debe pedir perdón por ser el jugador de pasión más honesta que hay hoy en España.
Todo lo que vista de blanco es, de primeras, culpable, así que Camavinga, y más cuando juega de 5, sólo tiene que pisarle la sombra a alguien para ser amonestado
Así las cosas, la intervención directa de Ancelotti responde a la necesidad de proteger a los suyos y al equipo. De autogestionar la situación a la vista de la completa desprotección y complicidad de periodistas, árbitros, rivales y órganos reguladores. Es la intervención directa de la familia cuando falla la superestructura; la respuesta directa y patriarcal cuando fallan todas las demás respuestas. El Madrid, que es un Estado-nación dentro del Estado español (que es a su vez cada vez más Estado y cada vez menos nación) acude a sí mismo para solventar sus propias papeletas, pues está claro que como casi siempre, de fuera sólo va a recibir desprecio, desdén y rechazo. Hace tiempo ya que lo único que se puede hacer con el tema Vinicius es disciplinarlo mentalmente, convertirlo en yunque y en martillo. Para esa labor, gracias a Dios, el Madrid cuenta con el mejor de los hombres posibles. Y se está notando.
Getty Images.
D. Antonio enhorabuena por su excelente artículo.
Al respecto decir
Tanto a Vinicius como a Camavinga o a cualquier otro hay que defenderlos, pero no solo desde este Foro y su entrenador sino por sus propios compañeros en el campo y sobre todo por lo a Institucion, que brillan por su ausencia
Y respecto a los jugadores recientemente emergentes decir que el cuerpo técnico siempre los ha tenido ahí y solo cuando las lesiones han hecho mella en el equipo de ha acordado de ellos y hoy en día por el motivo que apunto y por su baja forma física los suplentes de los renacidos deben ser Kroos, Modric, Rudiguer y algún otro
Buenos días