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Guardarredes ilustres: Ricardo Zamora

Guardarredes ilustres: Ricardo Zamora

Escrito por: Manuel Matamoros10 noviembre, 2020
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I. Una disculpa previa. Alguien a quien nunca vi parar

En su función editorial, ideó Jesús Bengoechea una serie sobre nuestro portero favorito, y en los ritos del reparto, Alberto Cosín, el que mejor escribe del fútbol pasado, me devolvió al Ricardo Zamora que le había tocado. Sé bien que el motivo fue su generosidad, y no mi edad, o cualesquiera otro azar capaz de inspirar ya compasión, ya temor reverencial. Con arreglo a mi propia inteligencia del encargo de nuestro editor, lo que sigue va de mi relación con la visión de Ricardo Zamora que he ido modelando a lo largo de la vida. O sea, de lo único que es capaz de explicar que alguien a quien nunca vi parar sea mi portero favorito.

 

II. Zamora, una evocación devota, cuando nieto

Mientras no podemos saber que se extingue la Edad de Oro del Madrid, porque nuestro equipo detenta el monopolio en Liga, y pelea siempre la exclusiva Copa de Europa, de la que pronto nos traerá la Sexta, los colchoneros buscan revancha hasta en las chapas. Los partidos de fútbol no son de la pandilla, como las vueltas ciclistas. Suceden en una intimidad morosa que facilita el acceso al conocimiento esotérico, que nos llega siempre de las fuentes familiares más autorizadas, padres, o hermanos mayores. Zamora pertenece entonces a esa clase reservada de saber.

Cuando aún ignoro que la vida son muchas vidas, no identifico al Zamora fabuloso con ese tipo que viste abrigo de lana y sombrero, de la edad y el aspecto de mi abuelo —la generación que va más o menos con el siglo, como el propio Real Madrid—, que entrena al Español. En fin, tampoco sé todavía que aquellos descampados, que abundan en el barrio, y acogen generosos nuestros partidos de verdad, serán un día autopistas urbanas, negándose a los que vengan, en nombre del sacrosanto desarrollo, pisar, siquiera, la tierra que hoy es campo sembrado de sueños infantiles que muchos atardeceres lanzamos a boleo, con prodigalidad, simientes de un futuro improbable. En esas lides, entreverado de ingenuas fantasías que son como amapolas del trigal, el saber acaba empapándonos a todos, y aunque puedas pedirte ser quien quieras, ya a nadie se le ocurre pedirse ser Zamora.

 

Zamora, a esas alturas, es melancolía de un mito. Una añoranza. Nadie le ha visto parar. Ninguno lleva en su cartera de cuero, perdida entre cuadernos y lapiceros mordidos, una chapa con la imagen de Zamora. Y sin embargo, como ese aroma a madera de cedro, que escapa, invisible, cuando destapas el plumier, allí viaja Zamora. De casa al colegio, y del colegio a casa, nos acompaña en nuestras aventuras. Uno a cero y Zamora de portero. Es esencia. Es misterio. Incumbe al espíritu del fútbol. Un héroe legendario. El inventor de la zamorana, parada que ninguno hemos visto practicar a ningún portero actual, porque debe ser una suerte imposible. Zamora es un dogma de fe: El único español, quitando a Franco, del que todos sabemos que es el mejor del mundo en lo suyo. El mejor guardameta del mundo. No de entonces, de antes de la guerra, que no me explico bien. De entonces y de ahora, porque después de Zamora no ha habido otro mejor.

Zamora, a esas alturas, es melancolía de un mito. Uno a cero y Zamora de portero. Es esencia

Vendrá el gol de Marcelino al mejor portero del mundo de los de ahora —Lev Yashin, la Araña Negra, es el mejor, aunque sea comunista—, casi medio siglo después de la plata de Amberes, con el que España gana su primer título —por los veinticinco años de paz, que algo así escucho a mi padre, justo antes de mandarme al bar a por pepsicolas, para celebrarlo—, y Zamora seguirá perteneciendo a un universo distinto al del resto de todos los jugadores que en España han sido y serán. Uno al que sólo entra Di Stéfano. Al portero de la selección recién campeona de Europa, del que dentro de unos años cantarán que es cojonudo —como Iribar, no hay ninguno—, los suyos le dicen El Txopo. ¿Hay algo más terrenal que un chopo, hundiendo sus raíces en el suelo? Zamora, amigo, era “El Divino”.

 

III. El Divino

Ricardo Zamora fue dueño de una vida literaria. Debutó, contra el Madrid, con quince años. Al titular del Español, Gibert, viajar se le hizo incompatible con algún negocio. Así que echaron mano del niño, y se lo trajeron a Madrid. El 21 de abril de 1916, en su asiento de tercera del tren correo, Ricardito vestía el pantalón de su primera comunión. Era el único que tenía para no viajar a Madrid en pantalones cortos. Su debut concluyó empatando a uno. Esa noche pidió a su compañero Armet que se quedara a dormir con él. La pensión de la calle Carretas le daba miedo. Al día siguiente, el equipo de Ricardito venció 0-2 a un Madrid en el que jugaba Santiago Bernabéu.

Ricardo Zamora fue dueño de una vida literaria. Debutó, contra el Madrid, con quince años

Por respeto a su padrastro, en 1919 se retiró por primera vez del fútbol, para estudiar medicina. No pudo el respeto con el anhelo, aliado con las extraordinarias cualidades que en los tres años anteriores había acreditado. Enterado el Barcelona de su retirada, y aún faltando muchos años para la legalización del futbolista profesional, le ofreció un sueldo suficiente para vivir sin necesidad de otro oficio. Durante su etapa en el Barcelona formó en la primera selección española, conquistando la plata en los juegos de Amberes de 1920, en los que despegó su legendaria proyección internacional, y ganó las copas, campeonatos de España, de 1920 y 1922. Tras esta última, recibió una oferta del Español, que estaba a punto de inaugurar Sarriá, y aspiraba a formar un equipo acorde a su nuevo estadio. No dudó en volver al que siempre fue el equipo de su corazón. Con el Español ganaría la Copa del 29, precisamente ante el Madrid, sobre el barrizal de Mestalla. Según relata Iván Molero, Ángel Zúñiga, corresponsal de La Vanguardia en Nueva York durante casi treinta años, contó en sus memorias, “Mi Futuro es Ayer”, que varias décadas después, cenando con Santiago Bernabéu en América, habían alzado sus copas para brindar por aquella victoria de El Divino.

Zamora Español

Cuando “la Final del Agua”, hacía años que Zamora había adquirido verdadera notoriedad mediática en España. Fue el primer futbolista en lograrlo. En 1926 protagonizó la película “Por fin se casa Zamora”. Interpretaba los temores de un futbolista que, como condición de heredar la fortuna de su tío, ha de casarse por poderes con una prima de América, a la que no conoce más que por fotografía. Un dilema. Lo cuenta, en su blog Fútbol y Cine, Carlos Marañón, director de Cinemanía. Como el argumento revela, no se trataba de cine de fútbol, sino de aprovechar la celebridad del futbolista para vender cine. Faltando mucho aún para que el fútbol y sus protagonistas desplazaran a los toros y los toreros en el aprecio popular, este hecho da idea de la singularidad excepcional del portero.

Fue el primer futbolista en lograr verdadera notiriedad mediática en España

La directiva de Luis Usera, elegido presidente poco después de aquella final de Mestalla, impulsó el programa de reunir un equipo capaz de optimizar la ventaja de Chamartín —el campo, por fin, en propiedad, que la de Pedro Parages inauguró en 1924 con uno de los mayores aforos de España—, multiplicando su recaudación. Su secretario técnico, Hernández Coronado, pergeñó un Madrid capaz de arrebatar la hegemonía a vascos y catalanes con los ricos productos de sus tierras. La rapiña madrileña, ya se sabe, como se dirá, ya entonces, al estar abierto a dar oportunidades de crecimiento a todos, cualquiera sea su cuna, que es mi forma de ver los mismos hechos. Ese Madrid deberá construirse a partir de la defensa más sólida de la Liga. Su piedra angular será el portero Ricardo Zamora. En 1930, recién estrenado el ciclo presidencial de Luis Usera, se produce el primero de todos los fichajes galácticos de la historia del Madrid. O sea, el de un jugador de técnica fuera de lo común a la que aúna una inusitada proyección mediática.

Zamora Xut!

Consecuencia indirecta del mediático fichaje, será quizá el apelativo Periquitos, que reciben los españolistas. La portada de XUT!, semanario satírico catalán desaparecido en 1936, representó a Zamora con las maletas, rumbo a los consabidos sacos de dinero que ofrece el Florentino de la época. Mientras, uno de los cuatro gatos del Español, encarnados, por primera vez, que nos conste, en los rasgos del entonces muy célebre Gato Periquito (Félix el Gato, para los dibujos animados de mi infancia), consuela al resto: —¡Con Zamora o sin Zamora, siempre seremos los mismos!, dice en catalán. —Sí, siempre seremos los mismos, contesta, dolido, otro. Aludiendo, quizá, a esa misma portada, Carlos Marañón, españolista de pro, nos dice que el fichaje «dejó a los cuatro gatos Periquitos abandonados a su suerte». Pero, no tanto. Ricardo Zamora aterrizó en Chamartín dejando en su Español 150.000 pesetas. El esfuerzo del Madrid por traerse a Zamora fue tan descomunal para la época que, para representar su importancia, es mejor observar que su traspaso pagó casi totalmente la construcción del Estadio de Sarriá, cuya obra completa había costado 170.000 pesetas, hacía sólo seis años. Querido Carlos, Zamora dejaría a los cuatro gatos Periquitos abandonados a su suerte, puede que sí, pero muy bien abrigados, desde luego.

La incorporación de Ciriaco y Quincoces, línea defensiva del Alavés, en 1931, conformó con Zamora el muro más inexpugnable del fútbol español. El Madrid ganó, invicto, la Liga 1931-1932. Repitió título el año siguiente. En 1934 sólo supo ser segundo. Pero el equipo capitaneado por Zamora ganó la Copa, escribiendo episodios que, por sus hechuras épicas, por arrojo, entereza y determinación, aún después de trece copas de Europa conquistadas, siguen estando entre las hazañas más dignas de memoria de la historia del Madrid.

La incorporación de Ciriaco y Quincoces en 1931, conformó con Zamora el muro más inexpugnable del fútbol español. El Madrid ganó, invicto, la Liga 1931-1932

Esa Copa de 1934, así como su portentosa parada al chut de Escolá, en los momentos últimos de la Final de Copa de 1936, perpetuada para siempre gracias a la feliz instantánea de Albero y Segovia, merecen capítulo aparte en la fructífera relación entre Ricardo Zamora y el Madrid. Para el madridista que soy, Zamora, mucho más allá de un portero excepcional, es el estandarte de un equipo, del que fue capitán, en el que, como nos reveló el profesor Bahamonde, por primera vez, la ciudad de Madrid vio reflejada su propia identidad. Una identificación que más adelante, en los peores momentos del club, sería la clave de su portentosa capacidad de renacimiento.

 

IV. La Copa de 1934

Desde 1917 el Madrid no ganaba el Campeonato de España. Diecisiete años a la sombra del Club más poderoso, el Athletic Club de Bilbao, campeón las cuatro últimas ediciones, en dos de cuyas finales, celebradas en el Estadio de Montjuic, había ganado al Madrid por la mínima. Para fortuna de los demás equipos, este año el sorteo de cuartos de final enfrentó al Madrid y el Athletic. Todo el mundo consideró aquel duelo la auténtica final.

Zamora Ciriaco Quincoces

No hubo, ni habrá jamás, eliminatoria como aquella. Ni maratón, ligando las semifinales, como el que superó el Madrid. Al empate en Chamartín, siguió otro en Bilbao, en un partido que dominó el Madrid e igualó el Athletic a dos minutos del final. «El Madrid no ha estado nunca más cerca del título de campeón que en la tarde de ayer, pues tuvo completamente vencido al Athletic» narró la crónica… de unos cuartos de final.

Zamora y los suyos llegaban a Madrid el lunes por la mañana, tras viajar en tren toda la noche, y volvían al tren el martes por la noche, rumbo a Barcelona, para jugar el desempate. En Sarriá, antes de la media hora, el Athletic les llevaba dos goles de ventaja. A los diez minutos del segundo tiempo marca el Madrid y poco después el árbitro anula un gol a Luis Regueiro. «Se produce un escándalo enorme —seguimos a ABC— y las fuerzas de asalto tienen que echarse al campo para impedir agresiones. El público durante largos minutos reclama el gol del Madrid, pero el juego se reanuda sin que el árbitro, Steimborn, modifique su decisión». Por fin, faltando quince minutos, el Madrid empata, y el marcador ya no se moverá, a pesar de la prórroga de media hora.

Desde 1917 el Madrid no ganaba el Campeonato de España

Santiago Bernabéu, delegado de fútbol, pidió a Madrid refuerzos para el cuarto partido. Entre esa misma noche y la mañana siguiente viajaron cuatro jugadores. También centenares de telegramas de ánimo al equipo, que envían los socios, enardecidos por esa remontada épica a expensas de un arbitraje injusto. «Mañana viernes el Athletic de Bilbao y el Madrid continuarán la batalla. El partido se jugará en Casa Rabía [Sarriá] y esperamos que al fin se decida qué equipo deberá jugar el domingo próximo contra el Betis, que espera tranquilamente sentado a que pase por su puerta el cadáver de su enemigo» concluía, con desalentador acierto, la crónica de ABC.

Zamora Copa 1934

Ese cuarto partido ya solo tuvo un color: «Se acabó el Athletic –sentenció el corresponsal de ABC-, el magnífico conjunto, consumidos los restos de su energía en el partido del miércoles. Cinco temporadas gloriosas han venido a parar en esto: en el aniquilamiento total y absoluto ante el Madrid. Tres goals’ de diferencia reflejan válidamente este triunfo rotundo del Madrid». Pero era viernes a última hora de la tarde y ese mismo domingo el Madrid debía estar en Sevilla para enfrentarse al Betis.

«Las personas razonables», según la prensa deportiva, le dieron por muerto: «El equipo madridista, maltrecho, agotado en luchas de gran dureza, habrá de ser un juguete de esos condensadores de energía con forro blanquiverde». No pensaban igual los cientos de hinchas que, en la Estación de Mediodía, recibieron al equipo a primera hora del sábado, casi con el tiempo justo de cambiar de tren, para jugar en Sevilla tras veinte horas de traqueteo. A mediodía del lunes 23 de abril de 1934, el recibimiento en esa misma estación fue apoteósico. El correo de Andalucía nos devolvía a unos futbolistas extenuados y maltrechos que, al descender del tren, fueron sacados a hombros por la multitud, como los toreros. Venían de ganar 0-2 al Betis.

Zamora Copa 1934

Tras disputar cuatro partidos durísimos en una semana, viajando entre ellos miles de kilómetros en tren, el Madrid dejaba casi resuelto su pase a la Final. Pero de modo mucho más trascendente, treinta y dos años después de su nacimiento en la intimidad de la trastienda de una boutique de telas, en la esquina de Alcalá con Cedaceros, y marcando la más concluyente impronta del que definitivamente quería ser su carácter, había conquistado para siempre el corazón de la Ciudad cuyo nombre había elegido como propio. Ricardo Zamora era el capitán del equipo que lo logró.

 

V. ¡Orden y cojones! La final de Copa de 1936

En Liga, el Madrid había perdido 5-0 en el Camp Nou, y había de enfrentarse en Valencia al Barcelona, en la Final de Copa. Hablo del 20 de abril de 2011. Recuperé la foto de la parada de Zamora, en la final de Valencia de hacía setenta y cinco años, para reclamar la fe en nuestra victoria, y animar a los madridistas de twitter. La fuerza de la evocación. A su lado, junto a nuestro ¡Hala Madrid!, sólo «¡Orden y cojones!». Un eslogan traído de un dicho capellista —el fútbol es orden y cojones—, nada elegante, desde luego, pero síntesis de la clave de una victoria que intuíamos posible y por la que, una vez más, “las personas razonables” no daban un duro. Así estuve cada noche, día sí, día también, hasta un cuarto de hora después del gol de Cristiano Ronaldo en la prórroga, que viví con mi familia en la grada alta de Mestalla, cuando otro portero, Iker Casillas, subió al palco a recoger la Copa.

Zamora

De esa imagen mítica de Zamora, que debemos al arte y buen oficio de los reporteros gráficos Félix Albero y Francisco Segovia, emana una energía fabulosa. Expresa decisión, empeño, garra, de modo singular. Pero, también, técnica y precisión. Fija el instante justo en que Zamora, la gorra calada, la boca contraída, lanzado a la cepa del poste, intercepta un balón que, entre nubes de cal, se viene, violento, de forma irremisible, según vista la escena nos dicta la experiencia, al fondo de la portería. Únicamente el guante izquierdo de Zamora, interpuesto en la ajustada trayectoria del balón chutado por Escolá, mientras su mano derecha, por encima, queda fija en el aire un instante antes de blocarlo, evita lo que para otro portero habría sido inevitable: El gol del Barcelona, que habría supuesto el empate a dos en los instantes finales de la Final del 21 de junio de 1936, que, desde la media hora de juego, el Madrid disputaba con diez jugadores, por lesión de Souto.

Zamora, que se retiraría de los campos de juego tras aquella antológica parada —aunque la circunstancia trágica le llevaría incidentalmente a volver a vestir los guantes—, en realidad se había apartado del Madrid antes de esa final, al sentirse despreciado por el fichaje del primer profesional extranjero que reclutó el Madrid, el portero húngaro, de 23 años, Gyula Alberty. Desencantado, El Divino, Il Miracoloso, como le bautizaron los italianos en el Mundial de 1934, en cuyo equipo ideal figuró junto a Quincoces, se había retirado del fútbol, sin dar tres cuartos al pregonero.

Zamora, que se retiraría de los campos de juego tras aquella antológica parada

Iván Molero, en su excelente trabajo en el especial que AS dedicó a Zamora con motivo de su centenario, recoge las declaraciones del entrenador Paco Bru dando noticia de ello: «Zamora se había retirado ya del fútbol, fuimos a buscarle y ha vuelto por el Madrid. Y hay que reconocer que a él debemos en buena parte el título», así como las del propio Zamora, explicando las declaraciones de su entrenador: «Sí, me había retirado silenciosamente de la vida activa como jugador, por el olvido que tuvo conmigo el Madrid poniendo su atención en Alberty. Pero vinieron a buscarme y volví por mi club, porque por encima de todo he sido siempre un jugador disciplinado. La satisfacción de hoy me hace olvidar todo lo sucedido. Estoy orgulloso de mí mismo, ya que hasta me habían hecho dudar de mis facultades a los 35 años».

 

VI. Zamora, una lectura agnóstica, cuando abuelo.

Hace ya unos cuantos años, @La_Coronel, a su más libérrimo criterio, eligió a Ricardo Zamora como motivo del apreciado avatar que me regaló, y ha acompañado desde entonces alguna idea notable y muchas tonterías que he puesto en twitter. Escogió la imagen de una salida por alto, inmortalizada por Luis Sánchez Portela, uno de los hijos del celebérrimo Alfonso. Zamora, más que blocar, se apodera del balón. En nombre del Real Madrid, toma posesión del peligro. Transmite autoridad y decisión frente al riesgo. La recreación de @La_Coronel conserva el blanco y el negro para actores y espectadores de la escena, que ahora subraya un césped luminosamente verde, contrastado en misterio, y un punto de violencia, por la lectura crepuscular que insinúa el crescendo a violeta del cielo de Chamartín, que enmarca el vuelo poderoso del portero. Simbolizando mi vocación de Chamartín, este avatar expresa de forma cabal aquella devota evocación infantil a la vez que me sugiere, tímida pero poderosamente —si me admiten la antítesis—, el deber de conocer al ser humano que eclipsa el guardameta.

Zamora

¡Ricardo Zamora se va del fútbol! Así reza la portada del semanario AS dedicada a la decisión del portero, anunciada antes de que terminara ese junio de 1936. El Valencia le hizo una oferta de 50.000 pesetas, pero Zamora eligió dejarlo en ese pico triunfal que había sido la final de Copa. También en esa tesitura acertó con la parada, apoderándose del balón quizá más difícil de atajar para un futbolista excepcional. En sus memorias, escenificó su dolorosa disputa íntima en un diálogo áspero entre Ricardo, el hombre, y Zamora, el portero, que revela con mucha lucidez su resolución: «No, no —contesta Ricardo—. No seas loco. Eres, como siempre, apasionado, tarambana. Te conozco. ¿Qué momento mejor puedes elegir para retirarte? Dices que todavía tienes facultades; lo creo. Pero, ¿a qué esperas? ¿A no tenerlas? Entonces, no te retirarás tú, te echarán». ¿Qué momento mejor puedes elegir? El momento exacto, aunque aún no lo sepa, en que el fútbol español, tal y como se había conocido hasta el día de su salida a hombros en Mestalla, se va a ir de las vidas. Como también se irán las vidas de la vida. Semanas sólo después del anuncio de su retirada, la sublevación en África de una parte del ejército desata la Guerra civil que asolará nuestra Patria durante los tres años siguientes.

¡Ricardo Zamora se va del fútbol! Así reza la portada del semanario AS dedicada a la decisión del portero, anunciada antes de que terminara ese junio de 1936

Ricardo, casado y padre de un niño que no ha cumplido tres años, es un moderado. Su credo político le sitúa en la derecha católica. Una convicción que no se opone a enfrentarse al seleccionado germano, que prolonga sus saludos nazis mientras suena nuestro himno nacional. Y así le captan los reporteros, una semana después de las elecciones que llevan al gobierno al Frente Popular, en el centro del terreno de Montjuic, plantado, brazos en jarra, el izquierdo sujetando el balón, ante la escuadra alemana, exigiendo respeto al himno de España. Para entonces, hace un año que escribe en el YA de la Conferencia Episcopal, después de formarse en la escuela de El Debate, periódico de la misma tendencia conservadora. Ricardo, lo he dicho, es un hombre moderado, ni un fanático, ni un facineroso. Nadie puede atribuirle acción desleal con el Gobierno legítimo, ni conspiración en favor del golpe militar, que pudiera justificar represalias. Sin embargo, le buscan. Cuando haber opinado es delito, no delinquir no garantiza la libertad, ni la integridad, ni la vida de nadie en las retaguardias de esas dos Españas enfrentadas, que ahogan cualquier vocación de ser de una tercera. Descubierto en el registro de la casa de unos amigos, donde se esconde, es encarcelado en La Modelo.

Zamora se va del fútbol

En uno de sus mítines radiados, Queipo de Llano difunde la noticia de su asesinato, en agosto de 1936, seguramente con el propósito de neutralizar el impacto causado en la opinión pública internacional por el asesinato de Federico García Lorca, que el propio Queipo había autorizado. EL IDEAL de Granada dio pábulo a la falsa noticia, que corrió como la pólvora. Jules Rimet, presidente de la FIFA, pidió un minuto de silencio en memoria del portero, antes de comenzar la reunión de su comisión ejecutiva. Al final, fue MUNDO DEPORTIVO el medio que informó de su verdadera situación, y en octubre, los capitanes de Catalunya y Valencia, que jugaban en Les Corts, subieron juntos al palco para solicitar a Lluis Companys que se ocupara de la liberación de Zamora: «Le rogamos en nombre de todos los futbolistas que se interese por nuestro compañero Ricardo Zamora que se halla detenido en Madrid, según nuestras referencias. Nos consta que no es fascista y es uno de los deportistas que más alto ha puesto el fútbol nacional con su esfuerzo». No hay noticia posterior de que Companys se interesara por Zamora.

Los capitanes de Catalunya y Valencia, que jugaban en Les Corts, subieron juntos al palco para solicitar a Lluis Companys que se ocupara de la liberación de Zamora

Sí habrá quien se interesa para bien. A tenor de lo que relata Ramón Gómez de la Serna, en el menos amable de los retratos del poeta, no sería la primera vez —ni será la última— que se enreden las vidas de Zamora y el poeta Pedro Luis de Gálvez. Ácrata, bohemio, pícaro, maleante quizá —cuyo personaje noveló con crudeza no exenta de ternura Juan Manuel de Prada en “Las Máscaras del Héroe”, y bosquejó, con menos miramientos por la complejidad, Manuel Vicent en “Los Últimos Mohicanos”—, arrogante y temido ahora en la retaguardia madrileña, aunque muchos le deberán la vida, se presentó un día de noviembre en La Modelo y sacó a Zamora a la Galería para, delante de todos, dispensarle protección, tronando: «He aquí a Ricardo Zamora, el gran jugador internacional de fútbol. Es mi amigo y muchas veces me dio de comer. Está preso aquí y esto es una injusticia. Que nadie le toque un pelo de la ropa. Yo lo prohíbo», para abrazarle y besarle a continuación. Quizá estupefacto, mi propio abuelo materno, preso también en La Modelo, contemplaría la escena descrita por Ramón, y si no era él mismo uno de los que voceaba, escucharía a los presos corear, ¡Zamora, Zamora!, espoleados por aquel autor de bellos sonetos cuya intervención, interesada o desinteresada, contribuyó a que Ricardo Zamora saliera con vida de prisión, en días en los que estar preso en La Modelo era estar en riesgo de terminar la vida de un balazo, una madrugada cualquiera, contra una tapia de Paracuellos.

Zamora

Amparado por la Embajada Argentina, Zamora embarcó en Valencia, con su mujer y su hijo, en el Torpedero Tucumán, rumbo a Marsella. De allí fue a París, donde su amigo Samitier, que tenía contrato con el Niza, filial del Marsella, le animó a enrolarse en su equipo. Con el Niza, en segunda división, no jugaría más de cuatro partidos en casi dos años. En septiembre de 1938 volvió a España por San Sebastián. Haber sido preso de los gubernamentales vencidos, no le evitó pasar por la consiguiente comisión de depuración de los sublevados vencedores. Las dos Españas nunca pierden interés en abortar la posibilidad de una Tercera, en la que cabemos todos. Para el gobierno de Franco era culpable de tibieza. Por haber seguido en Francia, hasta ver asegurada su victoria, en vez de pasar inmediatamente a Burgos. Por no haberse manifestado en favor de la sublevación militar, que ellos dicen Cruzada. Por ser amigo de Samitier y de otros que no volverían hasta terminada la guerra mundial, o no volverían jamás.

Para recuperar su estatus en la nueva situación de brutal intolerancia, Zamora hizo todos los esfuerzos necesarios, o meramente convenientes, para congraciarse con los rectores del deporte del Régimen. Reclamar la prohibición internacional de sus propios compañeros exiliados, como respecto de Manuel de la Sota, organizador del equipo de Euskadi —en el que jugaban unos cuantos de sus compañeros en el Madrid y en la Selección, como Lángara o los hermanos Regueiro—, escribió en el diario YA, en mayo de 1939, —sumándose, ya fuera obedeciendo una consigna, en tiempos de noticias de inserción obligatoria, u obedeciendo a su olfato, a una campaña, indecente en el fondo y en la forma, iniciada por Rienzi en MARCA—, no le evitó ser prohibido él mismo en España. La Comisión de Depuración, que revisó su expediente ese mismo mes de mayo, le sancionaría con dos años de suspensión federativa, que terminaron reducidos a uno en la revisión de las causas del 29 de noviembre y el 20 de diciembre de 1939. A pesar de la prohibición, Zamora se enroló como entrenador en el equipo del Régimen, el Atlético Aviación, formado con el Aviación Nacional, de Salamanca, y la licencia del Atlético de Madrid, que tenía en esos momentos 150 socios, una plaza en segunda, y un millón de pesetas en deudas.

Zamora se enroló como entrenador en el Atlético Aviación, formado con el Aviación Nacional, de Salamanca, y la licencia del Atlético de Madrid

El 26 de noviembre, tres días antes de la revisión de su expediente de depuración, el Atlético Aviación se enfrentaba al Osasuna. El vencedor del partido ocuparía la plaza del Oviedo en primera división. Francisco Florenza, el portero del Oviedo de antes de la guerra, fue el portero de Osasuna. Está prisionero en el campo de Labrit, próximo a Pamplona, donde le reconoce un oficial, socio del equipo navarro, y le da la oportunidad de jugar en el Osasuna, y seguramente comer, gracias a ello, mientras todavía duerme en el campo de prisioneros. Así eran las cosas. El Atlético Aviación, dirigido por Zamora, ganó el partido de ascenso administrativo, y el 3 de diciembre empezó la Liga con una victoria contundente por 1-3 en San Mamés.

El martes 5 de diciembre se celebró el Consejo de Guerra contra Pedro Luis de Gálvez. Es seguro que los familiares y amigos de Gálvez buscarían el testimonio de Zamora, como el de otros a los que había protegido, y es seguro que nadie quiso prestarlo, porque nadie lo prestó. Zamora, como evidencia su expediente de depuración, tenía sus propios problemas, y seguramente eligió no complicarse la vida. ¿Preferiría poder contar que, en esta tesitura, salió con valentía a arrebatar el balón de los pies de la fiera? No estoy seguro. El miedo que no le hace ejemplar, le vuelve humano, y retrata un tiempo y un país que no queremos que vuelvan nunca. En ausencia de testimonios de descargo, el acusado presentó una foto de Ricardo Zamora, El Divino, con una dedicatoria particular, escrita en su meticulosa caligrafía: «al único hombre que me besó en la cárcel».

Zamora homenaje

La Liga siguió su curso, y en su penúltima jornada, el domingo 21 de abril, el Atlético Aviación perdió con el Celta 1-0, cediendo el liderato al Sevilla. La madrugada del sábado 20, en ejecución de la sentencia del consejo de Guerra, que no se le notificó hasta el día anterior en la cárcel de Porlier, donde estaba preso, habían fusilado a Pedro Luis de Gálvez en las tapias del Cementerio de la Almudena.

Y la Liga siguió su curso, y el domingo siguiente, en Vallecas, el Atlético Aviación, entrenado por Zamora, venció 2-0 al Valencia, ganando esa primera liga de posguerra. Durante el partido, se derrumbó una tapia del campo, causando varios muertos y decenas de heridos. No fue noticia. La censura de prensa ordenó que se omitiera cualquier referencia a heridos, y se alabara la diligencia de las fuerzas de seguridad, cuya acertada intervención evitó mayores daños. En mayo de 1940, Zamora fue encerrado algunos días en la misma prisión de Porlier, por haber incumplido la prohibición decretada por la Comisión de Depuración. La temporada siguiente también ganó la Liga. Fue el último título de Ricardo Zamora.

 

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Abogado. Colaborador de ZoomNews y tertuliano en diversos medios de comunicación. Madridista.

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🎂Cumple 33 años el hombre que le enseñó a Bellingham lo que significaba «chilena», el hombre tranquilo que no flaqueará jamás ante un penalti decisivo, el gran @Lucasvazquez91

¡Felicidades!

Lamine Yamal es muy joven.

Enormemente joven.

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En el hecho de que @AthosDumasE llame a la que muchos llaman "Selección Nacional" la "selección de la @rfef" encontraréis pistas de por qué no la apoya.

La explicación completa, aquí

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Tal día como hoy, pero de 1962, Amancio rubricaba su contrato como jugador del Real Madrid.

@albertocosin no estaba allí, pero te va a hacer sentir que tú sí estabas.

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