Un momento, ¿pero no éramos nosotros los que abríamos la cartera mientras otros picaban en la cantera con pico y barrena? Cualquier persona debidamente informada sabe bien que en Francia no hay nada que rascar en materia de autopistas, así que nada había que esperar respecto al fichaje de Pogba con el que la prensa nos calentó la cabeza en lo más tórrido del verano. Pero, hombre, Florentino, ¿no había por ahí alguna bicoca con hernia, uñero o herpes zóster por la que pagar una carretilla de millones? ¿Nadie sabía en Concha Espina que Ballotelli estaba sin equipo? Esto es lo que pasa cuando no hay director deportivo, carajo; se empieza fichando samuráis en Cardiff y acaba uno en la inobservancia del Día del Señor y disputándole el asiento en el autobús a las señoras embarazadas.
Semejante degradación se veía venir. Ya el año pasado apenas se movió un cesto, porque a Kovacic no le dolía nada y Casemiro ya era de la casa. Menos mal que Danilo tuvo el buen gusto de hacer una temporada floja y que llegó Benítez con la guillotina incorporada en el equipaje, si no a ver de qué diablos escribimos los plumillas hasta el minuto 93, es que no hay consideración. Yo veía pasar las semanas americanas y la camisa no me llegaba al cuerpo sin atisbar más novedad que la calva reluciente de Pintus, ese Hyde que, mientras Zinedine Jekyll sonríe beatífico, disfruta dejando sin resuello a veteranos y noveles como caballos sin posta.
El caso es que, inadvertidamente, la inquietud fue mudando con los días en una extraña placidez. Yo lo atribuyo a un trauma infantil, que siempre es un expediente socorrido. Durante el bachillerato (de los antiguos, de aquellos de seis años más COU), la F de Faerna resultó ser una letra fronteriza, de modo que los años impares me alistaban en el grupo A y los pares en el B. Mi comienzo de curso era siempre una añoranza de compañeros perdidos a los que solo vería ya en el recreo. También es verdad que esto contribuyó a ampliar mi círculo de amistades escolares, pero me quedó ahí un ansia irresuelta de estabilidad, una vaga conciencia de la vulnerabilidad temporal de los vínculos de grupo. De pronto, según pasaba la pretemporada, la idea de repetir plantilla me envolvía con una calidez en todo semejante a la piel del chéster de mi salón. La inquietud se desplazó entonces desde la ausencia de fichajes estelares a la torva amenaza de abandonos. James o Isco engrosando la nómina del Arsenal y la posibilidad de que llegáramos a echarlos tan poco de menos como al Fideo Di María y al Besugo Özil, a quienes tanto quisimos. Incluso la opción de ceder a Asensio, tan recién llegado y ya como de toda la vida. ¡Qué raras y puñeteras las hipotecas sentimentales del fútbol! Ante tanta turbación, la partida de Jesé hacia París casi parecía cosa de poco, esa pequeña punzada que uno está dispuesto a negociar a cambio de que nada cambie para que todo siga igual.
Tengo la impresión de que no estoy solo en esto. A lo largo del verano el madridismo ha ido forjando una conciencia clara de que nada deseábamos más que seguir juntos con aquellos que recompensaron nuestra fe con la Undécima y con un final de liga que solo acabaremos olvidando porque no la ganamos, aduana imprescindible cuando se viste la blanca y radiante; ¡pero qué pocas ligas de las que no ganamos habremos disfrutado tanto! El sonido de la campana el 31 de agosto fue una bendición: por fin este curso no me iban a cambiar de grupo, el universo seguía en su sitio y pronto llegaría el frío y con él el abrigo de Zidane . Tan sobrado me veo que hasta intercambio un guiño el primer día de clase con Coentrao, que es un Ballotelli de culto, con el malditismo mucho más refinado, dónde va a parar. Solo falta que Morata encuentre balas del calibre adecuado para la pólvora de primera calidad que nos ha ido enseñando.
En esas estábamos cuando llegó la FIFA a tomarnos la palabra y doblar la apuesta. Cargados de razón, claro: a gentes respetuosas de la ley como somos los madridistas no nos cabe duda de que en cualquier momento publicarán en facsímil la antología de servilletas que Pepe Kollins nos ofrece en primicia a los lectores de La Galerna. Miro a mi alrededor y no veo un solo aficionado al que se le haya movido un pelo del flequillo. Me informo bien y me aseguro de que en julio Marcos Llorente podrá hacer la pretemporada con nosotros. Me arrellano un poco más en el chéster y me froto las manos discretamente: el curso que viene tampoco me van a cambiar de grupo. Al único que pueden cambiar es al entrenador y, por primera vez desde hace mucho tiempo, no consigo visualizar la hipótesis. Gracias a la FIFA, Chamartín se ha convertido en la única versión de la casa de Gran Hermano en la que una persona en sus cabales estaría dispuesta a entrar, y yo me siento como si el Ángel Exterminador de don Luis Buñuel me hubiera encerrado en un amplio salón con el resto de la tripulación de La Galerna y una generosa provisión de víveres y licores de la mejor calidad.
Número Uno
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Lo primero es lo primero: ¡bienvenido a este nuevo curso en esta nuestra santa casa, José María!
Me ha encantado tu artículo y me he reído en varios pasajes.
Pero me he quedado con una duda, a ver si me la puedes resolver: ¿insinúas entonces que Jesús es Jorge Javier Vázquez, a falta este año de la Milá?
No, por Dios. Jesús sería por lo menos el capitán Stubing de Vacaciones en el mar (El bote del amor en Venezuela), pero la referencia a Buñuel me pareció más adecuada al espíritu culto y distinguido que caracteriza a La Galerna