Hace tiempo que estas colaboraciones para La Galerna dejaron de acomplejarme. Las inicié convencido de que serían flor de un día, habida cuenta de que el fútbol no es lo mío, y de que estaban condenadas a desaparecer en pocas semanas a sugerencia de los editores o de mi mala conciencia, lo que ocurriera antes. Pero pronto descubrí que no saber de lo que uno habla no es obstáculo para escribir sobre ello, lo que desde entonces me hace sentir al nivel de los mejores columnistas y tertulianos del país. Tal es mi desenvoltura ya en este no tan difícil arte que apenas me inmuté cuando la FIFA decidió ponerme un partido del Madrid en mitad de la mañana de un jueves laborable, entre clase y clase. “Perfecto”, pensé, “me pongo la radio bajito en el despacho cuando termine con los de Cuarto a las once y media, y así me voy enterando de lo que pasa en el primer tiempo mientras repaso la clase de Primero de las doce y media”. Los de Cuarto estuvieron correosos, no se dejan convencer fácilmente por mis sofismas y no me soltaron hasta menos veinte, por lo que llegué al despacho con el partido empezado. “Bueno”, me dije mientras estrangulaba el volumen de la Ser para perderme todos los chistes, “por suerte los de Primero son unos flojos, y están además tan al cabo de la calle en materia de explotación laboral que los principios del marxismo les van a entrar a la primera. Esta clase me la voy preparando yo con la gorra a la vez que tomo notas mentales para la entrega de La Galerna, que ya me toca”.
Y así fue la cosa. Los locutores a lo suyo y yo a lo mío, ellos haciendo gracias y yo repasándome las “Once tesis sobre Feuerbach”, unos y otro desentendidos del partido propiamente dicho. Imaginaba a Lucas Vázquez sacándole brillo a la banda derecha mientras aplicaba mis esfuerzos a la izquierda hegeliana en perfecta simetría. A falta de goles que me obligaran a subir el volumen para saber si mi artículo futbolístico sería finalmente de derechas o de izquierdas, resignado o promisorio, alienado o emancipador, las ideas se enlazaban sin dificultad en mi cabeza con su característico movimiento dialéctico. Luka era la tesis, Lucas la antítesis, y en seguida venía Lukács a proporcionarme la síntesis en un perfecto ejercicio de Aufhebung. Benzema tuvo el detalle de esperar al descuento para marcar, de modo que yo ya tenía todas las piezas en su sitio cuando la cháchara ahogada de los de la radio se adelgazó en un espasmo vocálico interminable, señal inequívoca de que el balón había entrado en alguna portería. Para saber en cuál, había que subir el volumen y esperar a que al gachó se le acabara el fuelle, eso ya no es tan inequívoco, pero una vez despejada la casi inexistente duda apagué los libros y cerré la radio. “Asunto resuelto, la Revolución mexicana ya ocurrió, si se repitiera solo sería como farsa, así que estos no remontan ni hartos de tequila. Una paradita en la cafetería de la Facultad y a dar mi clase. En cuanto al artículo para La Galerna, pues cae por su propio peso: La Intercontinental Madridista. Agrupémonos todos en la Final, etcétera”. Todo sobre ruedas. Ya con la mano en el picaporte de la puerta del aula, me recogí interiormente para motivarme con la consigna que aprendí de mis maestros y que nunca olvido en ese delicado trance de hacerle frente al oficio de enseñar filosofía: “¡a sembrar la confusión!” Aquella clase me salió especialmente bien, supongo que se lo debo a la FIFA.
Ya ven que no me enteré de nada, pero dicen los que dicen saber que el partido no tuvo historia. Si es así, tampoco fue un obstáculo para que Número Uno lo hiciera pasar a ella con una crónica de antología. Como historiador, demostró que las armas de su oficio son más poderosas que las del mío, y mucho más peligrosas si caen en las manos que no deben (que no es el caso, hermano). En cuanto a las manos hechas a sujetar micrófonos, lógicamente tienen que buscarse la vida de otra forma. Sin el auxilio de un Marx (el que sea, hay para elegir) o de un Javier Krahe (de este solo hay uno, lástima), todo lo que se les ocurrió rebañar de un partido sin historia fue “la polémica del VAR”. En esto Hegel es el padre de todos nosotros, sin dialéctica no hay proceso: para unos la historia es lucha de clases, para otros es una sucesión de “polémicas”. Pero estos últimos son sin duda los discípulos más fieles, porque se vuelven sobre sí mismos para dar lugar al momento de negación que, en su interna contradicción, hace avanzar la Idea. Perdonen, quiero decir, crean ellos solitos las polémicas que serán luego objeto de sus comentarios, todo ello a mayor gloria de su sagrada misión como notarios de la realidad tal como es y aunque no nos guste. Yo les oí decir el viernes “no se habla de otra cosa”, sin reparar al parecer en que llevaban veinticuatro horas sacando el tema por tierra, mar y aire. Creo que se han saltado algún capítulo de la Fenomenología del espíritu, quizá ese en el que se explica lo de la “autoconciencia” y tal. El día que sean capaces de decir “no hablamos de otra cosa”, le habrán cogido el punto al idealismo alemán y les daremos la matrícula encantados.
Lo que no les perdono es que, en su obsesión por traer a la existencia el momento negativo, se aprovechen de esa arma de destrucción masiva con que ha sido agraciado su oficio: el micrófono inalámbrico. Ahí los tienen ustedes, constatando el carácter contraproducente de la electrónica aplicada al fútbol a base de exprimir los poderes de un cacharro diabólico con fuente de alimentación propia. Por mi parte diría que no hay nada más dañino para el fútbol que el invento de los inalámbricos y las zonas mixtas, pero no tienen por qué hacerme maldito el caso (vuelvan si hace falta a las primeras líneas del texto). Como quiera que sea, a mí me hizo daño oír a nuestro pequeño Modric opinando al gusto de los enemigos del progreso. Era una trampa fácil dado cómo había salido el experimento (pero en la que Zidane no cayó, este hombre no hace más que crecer a mis ojos), lo que la vuelve todavía más insidiosa. ¿Y eso que dijo Luka de que no prestó atención en las reuniones explicativas porque el tema de entrada no le convence? El típico alumno rebotado, qué dolor, pero nadie se lo ha afeado. ¿Qué ha sido del desvelo de los medios por que los futbolistas sean modelo intachable para la infancia?
Qué quieren que les diga, a mí me pareció que lo del VAR apuntó maneras. Por supuesto, hay que pulirlo mucho, pero no olviden que esto lo lleva la FIFA, que no es precisamente la NASA si lo medimos en términos de neuronas por centímetro cuadrado. Y, sobre todo, no nos equivoquemos. Citaré a un filósofo de derechas para que no se me diga que no reparto juego: “el desánimo que podemos sentir en la ciencia no proviene del fracaso; proviene de una falsa concepción de lo que sería el éxito”. Hay quien piensa ingenuamente que la tecnología del VAR terminará con las disputas de bar. Sin embargo, los aparatos podrán mejorar técnicamente el arbitraje pero nunca le robarán a los medios su entretenimiento favorito, porque la generación de polémicas gratuitas forma parte de su más férrea lógica de auto-reproducción. La preocupación debería venirles de otro lado. El experimento del otro día ha destapado un problema insospechado: ¿cómo afectará la cosa a la mímica con que todo goleador que se precie firma hoy en día sus dianas? Por ejemplo, no puedes ponerte a pegar tiros al aire con un revólver imaginario y soplarte después los dedos, para a los pocos segundos tener que hacer como que te lo enfundas otra vez en la cartuchera con cara de idiota si la maquinita dice que nones. Cristiano, que es él mismo tecnología punta, ya lo tiene resuelto: primero hará su estatua y acto seguido saldrá corriendo hacia la cámara más cercana, como en el Calderón, y la mirará pensativo mientras espera el dictamen. Bueno, pues lo mismo con los comentaristas: ¿sabrán ingeniárselas para imprimir a su espasmo vocálico una entonación interrogativa? Ahí sí que tienen algo serio sobre lo que meditar, al menos a mí me tienen en vilo.
Número Dos
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Don Ángel, me ha encantado su exquisita manera de tildar a los "cerebros" de la FIFA de poseer una mente plana: "... neuronas por centímetro cuadrado..." ¡Muy bueno!