Con ocasión del que habría sido el 95º cumpleaños de Pancho Puskas, iniciamos hoy una serie de textos de Juan Carlos G. Guerrero que, bajo el epígrafe Gol del Madrid, glosarán con el inimitable estilo de su autor algunos goles importantes por su trascendencia y/o por su belleza. Hoy, Puskas al Atleti.
Pancho Puskas llegó al Real Madrid en el verano de 1958, con 31 años y 20 kilos de más. Marcó 242 goles en 262 partidos, una estadística que nos lleva a fantasear con lo extraordinariamente bueno que tuvo que ser antes de llegar a España, cuando era más joven, y a lamentarnos por la falta de imágenes de la época. No es de extrañar que cuando Di Stéfano vio lo que era capaz de hacer dijera que el húngaro controlaba mejor la bola con la zurda que él con la mano. Probablemente, no ha habido un arma futbolística más precisa que la pierna izquierda de Cañoncito Pum.
La prueba de ello la encontramos en un derbi contra el Atlético de Madrid, en 1961, en una anécdota de otros tiempos. Griffa hizo una falta a Puskas a 30 metros del área e inmediatamente después le gritó que se levantara ante la imposibilidad de hacerlo del 10 madridista: el defensa argentino le estaba pisando la mano. No había VAR ni veinte cámaras dentro del estadio para denunciar estas técnicas que los jugadores asumían como lances de la contienda. Da miedo pensar en los especiales que se harían hoy en día ante una artimaña tan violenta. Puskas no se quejó, quizá porque era costumbre en la época no hacerlo o porque Griffa pensó que estaba causando más daño del que realmente hacía: al fútbol se puede jugar sin mano.
Una vez que el bueno de Pancho pudo levantarse, chutó con su inigualable pierna izquierda y coló el balón por la escuadra. Un golazo que el colegiado tuvo la poca delicadeza de anular: “No he pitado”. El húngaro contaba que tenía la costumbre de no esperar a que los árbitros pitaran; el fútbol fluye mejor sin el agarrotamiento de la autoridad. Sin embargo, los árbitros se reproducen cada vez más, y eso que alguna figura, como la del juez de gol, ha sido víctima de su tiempo y ha sido sustituida por otros empleos más avanzados tecnológicamente.
Cualquiera entraría en cólera si le declararan inválido semejante golazo porque el mundo iría mejor si la belleza siempre estuviera por encima de la legalidad. Sin embargo, Puskas era un hombre tranquilo y confiado, sobre todo en sus capacidades. Escuchó, esta vez sí, el silbato del árbitro y el balón repitió la misma trayectoria desde el origen hasta el destino: de la bota del pie izquierdo de Puskas hasta la escuadra de la portería de Medinabeytia. Aunque no se ve en las imágenes del NO-DO que guardaron semejante zurdazo, es muy probable que el húngaro celebrara el gol con la elegancia que se hacía entonces, como un impulso pueril de sorpresa y alegría: saltando con los brazos hacia arriba. Bien antes o bien después de ese salto, lo que sí está demostrado, porque lo contó Puskas muchos años después, es que el brillante 10 blanco se giró hacia el árbitro y, como un chulapo de Budapest, le dijo: “¿La repito?”
Ese gol lo cuenta muy bien Medinabeytia el portero que lo recibio, yo se lo he oido varias veces