Hay goles capaces de definir una carrera. Embotellan en unos segundos la esencia de más de una década. Butragueño siempre fue pausa y explosividad, en ese orden; al contrario que Gento, que primero corría y después paraba: “Frenaba en seco y los rivales se iban contra la valla”, contó una vez. El Buitre, con su aura angelical, parecía no haber roto un plato incluso después de haberte matado. Ni siquiera sus víctimas podían resistirse a sus encantos: los jugadores del Cádiz fueron a darle las gracias por hacerlo tan bonito.
Fue en un marco intrascendente, lo cual enriquece su valor; tiene mérito que se quede grabado en la memoria colectiva el sexto gol de un 6-1 de una eliminatoria de octavos de final de la Copa del Rey después de un 0-0 en la ida. Fue en 1987, la temporada siguiente al Mundial de México, el de los cuatro goles del Buitre a Dinamarca y, por supuesto, el de Maradona, que por aquellas fechas catalogó al delantero madridista como “el mejor futbolista europeo”.
El Madrid ya tenía asegurado el pase a cuartos y el partido moría lentamente. Entonces Míchel cuelga un balón desde la derecha y Juanito y Pardeza luchan por él contra los defensores amarillos. Hugo Sánchez se encuentra en disposición de disparar y su remate golpea en la mano de Linares, que está a punto de descubrir que hay algo peor para un defensa que pitarle un penalti. El balón va a parar a Butragueño, prácticamente parado, que sale corriendo como si acabara de picarle una avispa. Antes, toque de trilero con la izquierda y caño a Linares con la derecha: ya era tarde para pedirle al árbitro que pitara el penalti.
El balón sale largo y Butragueño tiene que hacer uso de la explosividad en espacios reducidos que tanta gloria le dio y que lo condenó al banquillo cuando desapareció. Llega al límite, a la vez que Generelo, por lo que inventa un toque con el interior del pie derecho para recoger el balón con el izquierdo, una maniobra que recibe el nombre de cuerda o croqueta. Eso lo acerca demasiado a la línea de fondo, por lo que el portero, Jaro, aplica el sentido común y se va al suelo para cerrar el pase de la muerte, como si no hubiera mil maneras de morir. Butragueño hace otra croqueta y se reboza en su truco de magia, que nadie es capaz de adivinar. Marca a puerta vacía porque ya no había nadie más a quien regatear.
Como nunca ha sido muy expresivo, Butragueño se permite levantar el brazo derecho, el equivalente gestual a la expresión “caray”, a medio camino entre la satisfacción y el rubor. Por ello, debemos buscar la dimensión de su grandioso gol en la reacción de sus compañeros y rivales. Juanito llega a la carrera para alzarlo a hombros, convirtiendo el Bernabéu en Las Ventas por unos instantes, porque el público recoge el capote y comienza a gritar “¡torero, torero!” a la vez que muestra pañuelos blancos. Después, Dieguito, jugador del Cádiz, llama a Butragueño y le tiende la mano para darle la enhorabuena, mientras que San José, excompañero en el Madrid, le regala una colleja. Cada uno mostraba la admiración a su manera, pero todos la sentían.
Getty Images
Capítulo 1: Puskas al Atlético
Capítulo 2: Roberto Carlos al Tenerife
Capítulo 3: Zidane en la Novena
Capítulo 4: La volea de Van Nistelrooy al Valencia
Capítulo 5: Raúl sienta a Superlópez
La quinta hoy estaria cedida o traspasada con derecho a compra, hoy seria solo negocio
Pero qué bueno era el Buitre!
Alguien me contó una vez que uno de los secretos de su maravillosa habilidad para regatear en los espacios cortos provenía de que, cuando era un crío, se pasó muchas horas jugando con un pastor alemán de la familia a regatearle con la pelota, y como los perros en general son más rápidos que cualquier humano (excepto Butragueño) pues de ahí le venía.
No sé si alguien más habrá escuchado esa anécdota y la podrá confirmar.
Un delantero que no ha tenido réplica, de estilo único.
Yo leí que esa habilidad de regatear en una baldosa provenía de partiditos de fútbol disputados en la estrechez del pasillo de su casa, lo del pastor alemán no lo había oído aún.
En ese partido marcó otro gol no menos espectacular. Recibió el balón en la frontal y se paro ,como hacía habitualmente, frente a dos defensas del Cádiz. Después de unos segundos arrancó de forma explosiva entre los dos jugadores, que se quedaron clavados sin poder reaccionar, y se plantó solo delante del portero para marcar.
Esa jugada definía perfectamente lo que era Butragueño en ese momento.