Cuando Paco Gento murió, Pelé lanzó un comunicado de condolencia por la muerte de la persona que encarnó una leyenda. Entonces surgió la obligación de corresponderle y que cumplo ahora con pena en el alma, porque Pelé fue un gran ídolo de mi infancia: ha muerto el protagonista de La Leyenda. A ambos les unió el fútbol en unas cuantas ocasiones y con el hecho de ser los más galardonados en la Copa de Europa y en la Copa del Mundo, respectivamente. Y a ambos les unió la vida en el año de la muerte.
No vi jugar a Di Stéfano, pero sí como derrumbaron al ídolo con patadas escalofriantes en el Mundial 66. Los ojos del planeta estaban puestos en el brasileño, que acostumbraba a girar para asombrar estadio tras estadio. Amén de un acto económico, aquellas giras eran un acto de justicia artística. Ya que nunca se permitió salir de Brasil, el resto del mundo tendría la oportunidad de ver en acción la belleza, la armonía, la precisión, la celeridad. Un Apolo y Aquiles, el de los pies alados, vestido de futbolista, concretando lo que nadie había hecho, anticipando el futuro en decenios.
Su repertorio fue inagotable, y reapareció ante nuestros ojos como el eje del Brasil del 70, con la mente preclara y el arco afinado, y su capacidad de sorprender al resto de la humanidad. Aprovechó la inercia del pase y la fuerza de sus piernas para quebrar a un perplejo Mazurkiewicz sin tocar el cuero, quedando el portero burlado y en medio del acto: por un costado Pelé, por el otro el balón, ambos fuera de su alcance. O aquel lanzamiento desde medio campo, el primero que veía el planeta.
Estos días se cuenta que, por fin, Messi tiene su Mundial. Imagínense lo que es tener tres mundiales con la presión de la canarinha, que después de Pelé sólo ha conseguido dos en cincuenta y dos años, y antes tuvo que soportar el maracanazo. Entre mundiales marcó goles de todas las maneras conocidas, mostrando la finura de Puskas y el físico de un velocista jamaicano. Pura fuerza, talento inusual y descollante, tan exagerado que la mayoría de sus compañeros, también los de delantera, no lo conocían cuando fue seleccionado para el Mundial 58.
Allí se gestó el mito, y no tardaría en convertirse en icono mundial. Pelé es el Alí o el Jordan del fútbol, alguien sorprendente y cautivador hasta para los neófitos. Una fuerza endiablada, carismática y certera que vino a este mundo para convertirse en un futbolista que cambió su deporte. En un personaje reconocido en todo el mundo. Un beatle con botas, que trascendió al fútbol, hasta tal punto que le obligó a declarar que, “donde quiera que voy hay tres iconos: Jesucristo, la Coca-Cola y Pelé”.
¡Dios salve al rey!
Getty Images
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