José María García, aka Butano, no era en aquella legendaria Antena3 Radio más que el telonero de Pumares, que salía a escena cuando a García le daba la gana terminar (hay teloneros bastante tiránicos) y constituía el auténtico aliciente de la noche. Lo del “telonero” es hallazgo que me cede Pepe Kollins y, aunque probablemente García duplicaba o triplicaba el sueldo del crítico de cine al que ayer dijimos adiós, no hay una verdad más grande que esa. No recuerdo a nadie que, una vez seducido por los primeros acordes de Stardust Memories, no decidiera quedarse más allá del fin de la Hora Cero para paladear el auténtico plato fuerte de la madrugada.
No creo que haya existido en la historia mundial de la radio un programa doble tan salvaje y flamígero como ese. No trataremos de engañar (ni siquiera a nosotros mismos) quienes lo escuchábamos , declarando que pretendíamos ser acunados hasta dormir. Como manos que mecían la cuna, ni García ni Pumares eran las más suaves, si bien había diferencias. La de García era una beligerancia interesada y manipuladora, mientras que la mala leche de Pumares era natural, biológica. Identificabas en ella tu mal despertar de algunos lunes, con la particularidad de que ese mal despertar le duraba al conductor de Polvo de Estrellas hasta el jueves a las cuatro de la mañana. Era el cascarrabias más puro y generoso del mundo, por cuanto administraba su cabreo, potencialmente, contra cualquiera que llamase al programa, sin reparar en la ganancia o pérdida que su maltrato al oyente pudiera deparar, sin distinguir tampoco por religión, sexo o ideología. Regañaba a cualquiera a quien le gustara el cine. Era un maltrato regocijante que tomaba a su audiencia a la vez como prisionera y como cómplice. Sólo había una cosa que te hacía gozar más que oírle: el saberte a salvo, por no ser tú el que en ese momento estaba hablando con él.
Pumares actuaba como los abonados del Bernabéu en un partido de liga: tú eras el Madrid y tenías que ganarte su favor. No iba a aplaudirte de primeras. Como buen pipero, te dedicaba la música de viento de su desdén -o hasta de sus chillidos, literalmente- si no le entretenías con tu juego
Salvo para algunos programas especiales (mítico su recurrente Monolito), no había guión. Los micrófonos se abrían para los oyentes, que preguntaban a Pumares lo que querían. Pumares ahí actuaba como los abonados del Bernabéu en un partido de liga: tú eras el Madrid y tenías que ganarte su favor. No iba a aplaudirte de primeras. Como buen pipero, te dedicaba la música de viento de su desdén -o hasta de sus chillidos, literalmente- si no le entretenías con tu juego. Más te valía haber hecho los deberes, que básicamente consistían en preguntar cosas interesantes y no volver sobre las mismas películas acerca de las cuales ya había hablado. O sea, tenías que ser un fiel del programa, y un fiel cualificado.
-Carlos, ¿qué te parece Pretty Woman?
-A ver, ya hablé de ella ayer y anteayer. Está bonita.
A la noche siguiente.
-Carlos, ¿qué te parece Pretty Woman?
-Ya hablé de ella ayer, anteayer y hace dos noches. Siguiente pregunta.
A la noche siguiente.
-Carlos, ¿qué te parece Pretty Woman?
-(…)
-¿Carlos?
-No la he visto.
-(…)
-(…)
-¿Todavía no?
-No.
-Ah. Pues no sé.
-Yo sí.
Aquellos silencios eran más lacerantes que sus berridos. Podía ser cortante como una entrada de Savic, histérico como un puntapié de Gavi, pero siempre latió en sus borderías el aliento inconfundible de lo genuino. No hubo en el recorrido de Pumares una micra de artificialidad, lo que lo ubica no sé si como madridista, pero sin duda como ferviente anticulé. Esa relación de amor-odio con su audiencia era metáfora, lo reitero, de la del Madrid con sus fieles. Turbulenta. Morbosa. Hiperexigente. Era como Míchel marchándose del campo porque el público le abuchea, solo que Pumares se iba del campo todas las noches, aunque se quedara en la emisora, y con la salvedad también de que en este caso era él quien abucheaba a la concurrencia. En el arte del berrinche, era equipo y afición.
Las redes sociales andan estos días recuperando momentos memorables, desde el día en que mandó a Spielberg al psiquiatra hasta el momento en que destripó Twin Peaks para convencer a los oyentes de que no fueran a verla, pasando por su diatriba contra los tortilleros concebollistas en el programa de Sardá. La escuela de escritores que demandan un esfuerzo a sus lectores murió con Proust. La de los músicos que hacían lo propio con su audiencia falleció con Genesis. Pumares puede haber sido el último genio de la comunicación que fustigó a los advenedizos de su propia causa, a los que no daban la talla como seguidores. No hay manera más exacta e incómoda de sublimar la excelencia, y en eso Pumares sí que es madridismo hasta el morir.
Qué recuerdos del programa doble, con el sibilino García y el lenguaraz Pumares. No se puede añadir nada, don Jesús lo ha contado todo. Qepd nuestro entrañable pitufo gruñón.
La la última secuencia era exactamente así, don Jesús: "Carlos, te escucho todas las noches ¿Qué te parece Pretty Woman
-¡No la he vistoI
¡Inolvidable!