Ayer tuve un sueño terrible. Soñé que me enfrentaba al campeón mundial de ajedrez, Magnus Carlsen, en la partida definitiva de un importante torneo internacional. Yo jugaba con las piezas blancas, por supuesto. Iniciamos la partida con un clásico gambito de dama y las piezas de ambos fueron desarrollándose y adquiriendo posiciones de manera lógica y normal. Al llegar al juego medio, mis piezas blancas estaban francamente mejor situadas, y sus movimientos eran hábiles y ligeros, desbordando calidad y peligro en cualquier zona del tablero. El semblante de Carlsen era de pura concentración y atisbé una creciente preocupación en su rostro cada vez que alguna de mis piezas se desplazaba.
Las blancas iban acorralando al rey negro, atizando aquí y allá, obligando a sus huestes a retroceder una y otra vez de sus tímidos ataques, ante la solidez de mi defensa blanca y la constante amenaza de mis piezas nobles. La inquietud e intranquilidad del campeón noruego eran tales, que intuí que iba a abandonar la partida en cualquier momento, proclamándome yo en ese momento como gran maestro de nivel mundial.
Pero entonces todo empezó a fallar.
Mis piezas blancas empezaron a mostrar un agotamiento y un cansancio de lo más preocupante. Los alfiles ya no tenían esa alegría de movimientos. Les costaba una eternidad llegar de un extremo a otro de cualquier diagonal. Las torres se desplazaban pesada y lentamente sobre el tablero. Los caballos resoplaban con pesar y dificultad; y si tenían que saltar por encima de alguna pieza, lo hacían torpemente y con escasa elevación, golpeando en ocasiones con sus cascos las cabezas de los contrarios, lo cual era un serio motivo de amonestación por parte del árbitro de la partida. En cuanto a los peones, el más espabilado de ellos parecía no pasar de oficial de tercera. Y mientras tanto, la reina aparentaba estar más preocupada en que no se le cayese la corona al tablero entre todo aquél jaleo.
Magnus Carlsen advirtió rápidamente la debilidad de las blancas y comenzó una serie de veloces y peligrosísimos contraataques. Aprovechando que sus piezas eran negras, utilizó su velocidad explosiva y su potencia física para infiltrarse entre la desbaratada defensa blanca y hacer estragos entre sus miembros, que iban cayendo uno a uno en una auténtica masacre.
Ya estaba el rey totalmente acorralado y a escasos pasos de un jaque mate final, cual Luis XVI ante la angustiosa guillotina, cuando me desperté.
Lo hice incorporándome bruscamente y entre fríos sudores.
- Tranquilo -me dije- Solo ha sido una pesadilla...
Y en eso, mi vista se posó en el póster del Real Madrid que adorna el dormitorio. Y volví a revivir el inquietante sueño, como si aquél póster actuase como un catalizador para volver a hacerlo...
¿Solo una pesadilla...?
Observé una a una las caras de aquellos jugadores y les increpé mentalmente: vosotros sois las piezas fundamentales del Gran Maestro del fútbol mundial. No podéis dejaros acorralar tan fácilmente. Tenéis que recuperar posiciones de poder y demostrar quienes sois y a quién representáis. Y tú, entrenador, deberás plantear nuevas aperturas; nuevas estrategias que vuelvan a llevarte a la victoria.
Y dicho esto mentalmente, me volví a recostar envolviéndome en las sábanas y dispuesto a no levantarme hasta que se haya cumplido la cosa.
Si las blancas no hubieran despedido al mejor preparador fisico hubieran aguantado perfectamente
Pues como están las cosas, le recomiendo que las nombre como "fichas de color".
Que se lo pregunten al cuarto árbitro del partido de anoche en París
Un saludo
"Aprovechando que sus piezas eran negras..." ¿En serio?
No pretenderás insinuar que es un comentario racista. Porque entonces esta sociedad está acabada, vamos.