Siempre aprecié como oro en paño las conversaciones con George Karl. Y, desde que fui invitado por J. Bengoechea a involucrarme en La Galerna, sentí el contagio de su fiebre por personajes madridistas. Entrevistas largas, amables, profundas y anecdóticas a la vez. Coincidentes o divergentes expresiones del espíritu del Real Madrid, manifestado en su capilaridad infinita a través del entendimiento y sentimiento de cada cual. George ocupa una posición única, una perspectiva de años y de experiencia en el país que vio nacer y crecer al baloncesto. Un sabio con un currículum de extensión y riqueza sobresalientes que cubre sus palabras con el peso específico de una mente preclara. No hablo en vano ni halago a un amigo: en el mes de septiembre, George Matthew Karl entró a formar parte del Salón de la Fama de Springfield, al que sólo tienen acceso los eximios. Invitados por él, mi excompañero Quique Villalobos y quien esto escribe vivimos junto al galardonado momentos conmovedores. En especial, cuando en su discurso citó su etapa como madridista que detalla en esta conversación vibrante y sincera.
Aun con la relevancia de los méritos citados, en mi deseo de entrevistarlo pesaba mucho más lo personal. Las vivencias compartidas con George están incrustadas en mi memoria con un brillo inextinguible. Desde el principio, el Coach ganó nuestra confianza por su conocimiento y su personalidad. Un hombre exigente, familiar, abierto a una experiencia emocionante, trágica, desconcertante, en la que descubrió nuestro deporte y nuestro país. Las costumbres, la comida, la lengua que no pudo aprender. Su pretensión de integración habla de una humildad proverbial, quizás aprendida en una vida con tantos vaivenes.
Por encima de todo, George Karl comprendió al instante la grandeza del Real Madrid y la vocación madridista de unos jugadores que sentíamos el club en las entrañas. Su actitud cautivó nuestra admiración, que devino en amistad gracias a su empeño en que así fuera. Un hombre que mostró coraje y gallardía continuos por más que su devenir madridista distara de lo que soñó. Y, si no me creen, sigan leyendo…
Entrenador, ¿tú eres consciente de cuánto se te quiere en Madrid?
Bueno, es mutuo. (Se pone de pie y por primera vez vemos que lleva puesta su camiseta del Madrid, cuyo escudo nos muestra desatando nuestros aplausos). Hay muchas historias respecto a mi estancia en el Real, dividida como recordaréis en dos períodos (89/90 y la mitad de la temporada 91/92), que reflejan hasta qué punto significó mucho para mí. Fue un tiempo de aprendizaje, muy duro en algunos momentos, pero que sin duda estableció los cimientos del entrenador en el que yo me convertiría. Crecí como técnico allí. Llegué siendo un entrenador joven, con un ego fuera de control en algunos aspectos. Era un tipo bastante desagradable en ocasiones. Llegué allí con mi familia y todo era nuevo para nosotros, en un país diferente. Era un reto, sobre todo por el idioma. Me hizo darme cuenta de que necesitaba convertirme en un tipo emocionalmente más estable y equilibrado. No solo por mí, sino también por mi familia. Y para ello tuve que superar anímicamente muchas dificultades. Para empezar, en mi primer mes allí, Drazen (Petrovic) se va a Portland. Y dos meses después, por supuesto, ocurrió lo de Fernando.
Llegaremos a ese punto, pero antes me gustaría comenzar por el verdadero comienzo, que no es ese momento en el tiempo, frente a lo que mucha gente cree. Porque en 1971 ya estuviste en Madrid, para disputar un partido como jugador y contra el Real. Fue en diciembre de 1971, en el mítico Torneo de Navidad que ganaste jugando como base del equipo de la Universidad de Carolina del Norte. Por cierto, te manda recuerdos Vicente Ramos, base con el que te las tuviste tiesas en aquel partido. ¿Qué recuerdo tienes de aquello?
¡Un recuerdo buenísimo porque ganamos, a pesar de que no fue un partido fácil! (77-83). Digamos que nosotros éramos estudiantes de universidad y ellos eran hombres. Ellos eran más físicos, en efecto. En aquel Madrid contra el que jugué no solo estaba Ramos, sino también Clifford (Luyk), que acabaría siendo mi segundo entrenador y Wayne (Brabender), que sería quien me relevaría en el banquillo veinte años después. Hay muchas conexiones futuras en aquel partido del 71. Por eso llevo ese recuerdo tan cerca del corazón. Por otro lado, jamás olvidaré el humo que había en el pabellón.
Claro. Entonces estaba permitido fumar en casi todas partes, algo impensable hoy.
Eso es. ¡Recuerdo también que después del partido fuimos a una misa católica! (Imaginamos que era la Misa del Gallo, tratándose como se trataba del día de Nochebuena). No recuerdo dónde estaba la iglesia. Coach (Dean) Smith iba con nosotros. Jugamos tres torneos aquel diciembre y ganamos los tres. Pero aquella Nochebuena en Madrid fue especial. También recuerdo, cómo olvidarlo, que después de la misa fuimos a una fiesta, sabe Dios en qué hotel. Nos subimos a un ascensor seis o siete tíos y el ascensor ¡se desplomó! (Risas). No nos ocurrió nada pero pasamos mucho miedo.
(Risa). Te llevaron a misa a las doce de la noche, te hicieron jugar en un pabellón repleto de humo, casi te conducen a la muerte en un ascensor, y aun así casi veinte años después aceptarías la propuesta de ir a entrenar en esa ciudad loca. ¡Ciertamente estaba en tu camino entrenar a los blancos!
Me sentí muy honrado cuando, en el 89, recibí la propuesta. En su nivel universitario en USA, la Universidad de Carolina del Norte tenía la máxima exigencia, y al Madrid le distinguía la misma exigencia en el baloncesto europeo. Yo sabia que el Madrid era el equivalente europeo a los Lakers o los a Celtics, o lo que los Yankees serían en baseball. Esa exigencia propia del campeón era algo que a mí me hacía disfrutar mucho, y aunque no llegamos a campeonar cuando yo estuve allí (ya hemos dicho que las circunstancias fueron muy difíciles), quedé muy feliz al ver en los años siguientes que el equipo que yo dejé sí fue capaz de conquistar títulos.
Dices que no ganaste títulos en tu tiempo en el Madrid pero sí ganaste, ya como entrenador, en tu segunda temporada, el Torneo de Navidad con los blancos, el mismo que disputaste como jugador con North Carolina.
Es verdad. De hecho, me pregunto si no seré el único que ha logrado el Torneo de Navidad como entrenador y como jugador, curiosamente. (Nota: no lo es, también Lolo Sainz, Clifford Luyk y Wayne Brabender lo lograron desempeñando ambos cometidos, pero sí es el único que lo consiguió con dos equipos distintos). Pero lo que más recuerdo de mis primeros tiempos en España, ya entrenando al Real, es la pasión, el entusiasmo. Jugábamos duro. Esto puede sonar extraño, pero siempre he pensado que jugar duro es un talento, no es solo una actitud, especialmente a un nivel profesional. Mis jugadores siempre jugaban duro. Eran (erais, Joe) tipos enfadados. Y fíjate que ese no era el caso en Yugoslavia, Francia o Italia por entonces. Por entonces no sabía que España iba a convertirse en el equipazo que desafiaría a nuestros jugadores de la NBA, pero ya aprecié que había una intensidad especial en el baloncestista español. No lo he sentido en ningún otro país. Las cosas se podían volver locas por momentos, pero yo gozaba mucho de esa intensidad. ¡Yo mismo me vuelvo loco también en algunos momentos!
¿Qué te sorprendió más de aquel equipo cuando empezaste a entrenarlo en el 89? ¿Qué te parecimos?
Me sorprendió lo que he dicho, y también la gran calidad que había. Recuerdo que el primer partido que jugamos lo hicimos sin los americanos, y que era en una cancha ahí arriba, en el País Vasco. Yo sabia que podíamos ser muy buenos. El Barça tenía a Epi, el Joventut tenía a Montero y Villacampa. Eran excelentes equipos. Recuerdo jugar contra Aíto, que era el entrenador de España en muchos aspectos. Pensé que el baloncesto español era un buen cruce entre el baloncesto universitario en USA y la NBA. Tuve que adaptarme al formato de partido, 40 minutos separados en dos tiempos, y a reglas diferentes en cuanto a los tiempos muertos también. Tenía que aprender. Tenía que acostumbrarme también a atacar defensas en zona, cosa no permitida en el baloncesto del cual venía yo. Es lo que decía antes: ¡tuve que crecer! Tuve que madurar. Y ese aprendizaje fue un pilar en los cimientos de mi carrera futura. Mi carrera, de hecho, no hizo sino crecer de un modo muy positivo desde el momento en que abandoné el Madrid. Y es lógico, porque esa temporada en España me hizo aprender mucho sobre mí mismo, como persona, y sobre mi persona dentro del mundo del baloncesto. Porque claro, yo no dominaba el español, y cuando tienes esa barrera idiomática tienes que aprender a escuchar mejor. Eso te obliga a hacer más preguntas, a centrarte más en las conversaciones. Eso te hace crecer.
Una de las cosas que me vienen a la mente es que comíamos siempre juntos en los viajes, ¿te acuerdas?
¡Y con un poco de vino! (Risas). Todavía recuerdo las cosas que me hacíais comer. ¿Cómo era aquello con huevos revueltos? ¿O eran huevos fritos encima de algo?
Creo que te refieres a revueltos de gambas y trigueros, y a huevos rotos con jamón.
Yo qué sé, pero ¡estaba bueno!
Tengo un recuerdo imborrable de un día en que estábamos tomando un café en un pequeño pueblo del interior de España, y se nos acercaron unos niños a pedirnos autógrafos. Me dijiste que, a través de los ojos de esos niños, comprendiste lo importante que el Real Madrid es en España.
El Real Madrid es en España una institución más importante de lo que cualquier entidad deportiva profesional representa en Estados Unidos. Aquellos niños de los que hablas plasmaban en sus caras todo el amor y la devoción que el Real Madrid, tanto en fútbol como en baloncesto, suscitan en vuestro país. En América tenemos algo de eso, pero los fans estadounidenses son un poco más volubles. Los seguidores del Madrid son más leales, más apasionados, que nada que yo haya visto en mi país. Mira cómo eran los Madrid-Barça. Puf. Eso es llevar la rivalidad a un nivel superior.
Ha llegado el momento de hablar del día que murió Fernando. ¿Te sientes con fuerzas?
(Resopla). Mira, si excluyes el nacimiento de mis hijos, aquellos tres días tras la muerte de Fernando son los más emotivos e intensos de mi vida. Mi hijo Coby tenía una relación muy especial con Fernando. Cuando él entrenaba, Coby andaba por ahí y le cogía los rebotes para que Fernando siguiera lanzando. El día del accidente, estábamos todos, Coby también, en el pabellón, esperando para el partido. Fernando no iba a jugar ese encuentro porque tenía problemas en el tendón de Aquiles, pero tenía que venir al pabellón a entrenar en todo caso. Unos y otros nos fuimos enterando de lo que había pasado. Yo no sabía qué hacer. Los jugadores os empezasteis a marchar en diferentes direcciones, supongo que la mayoría al hospital, pero yo no sabía ni siquiera dónde estaba el hospital, así que no tenía ni idea de adónde ir. Me enteré unos minutos después de que había muerto. Y esa noche… (Hace una pausa y vemos cómo traga saliva en Denver). Esa noche fue la primera vez en que tuve que explicar a Coby que alguien había muerto. A día de hoy Coby, que entonces tenía seis o siete años, recuerda perfectamente ese momento.
¿Te acuerdas también del día siguiente?
Claro. Por la mañana tuvimos un encuentro, todos, en el Pabellón. Antonio (Martín) estaba allí junto a sus hermanos, y diría que también su madre. La familia me llevó a un rincón apartado y me dijo cuánto me respetaba y me quería Fernando. Y yo sabía que le caía bien, pero no que se sentía conectado a mí de una manera tan poderosa, no lo supe hasta ese día. Era una habitación pequeña en el pabellón (probablemente en el palco) y la escena duró unos veinte minutos. Clifford vino luego y me habló del funeral, que iba a ser esa noche a las ocho. Yo era un americano recién llegado a Madrid, y como no sabía orientarme por la ciudad pensé que no iba a encontrar el lugar del funeral y no fui, aunque luego supe cómo había sido. Supe que al final la gente había empezado a corear “Fernando está aquí” (Nota: la entrevista es en inglés pero George repite esto en castellano, al igual que la palabra "palacio", que usa para referirse al pabellón).
Allí no estuviste, pero sí al día siguiente en el pabellón donde estaba el féretro y donde tantas personas vinieron a expresar sus condolencias y su respeto a Fernando, con la delegación del Barça al frente.
¿Cuánta gente vino? Sabe Dios. Recuerdo unos veinte autobuses de equipos de la liga. No sabíamos cómo sacar el féretro del Palacio, ¿te acuerdas?, hasta que espontáneamente jugadores de diferentes equipos lo subieron por las escaleras y lo sacaron al exterior. Era como una película. Alguien tendría que rodarla. Ahí nos subimos en nuestros autobuses y fuimos al cementerio. Yo me asomaba por la ventana y veía a fans siguiéndonos en nuestro camino para dar sepulcro a Fernando. Y no sé si te acuerdas, Joe, pero los autobuses no podían entrar dentro del cementerio porque el arco era demasiado bajo, de manera que todo el mundo descendió de los autobuses, con sus trajes y sus vestidos negros tan impecables, y se adentró entre las tumbas bajo una lluvia fina.
Recuerdo el frío que hacía. Recuerdo también que llovía.
Había tanta gente que nunca llegamos a donde tuvo lugar el descenso del féretro, sino que nos encontramos a la familia ya cuando volvían de hacerlo. Allí fue cuando nos fuimos al centro de la ciudad, otra vez en el autobús, para comer juntos en el hotel de concentración, ¿te acuerdas, Joe? En cierto punto algunos se fueron a sus habitaciones a descansar un poco, pero los demás nos quedamos contando historias de Fernando. Estaba Chechu. Estaba Quique (Villalobos). Estaba Clifford. Llorábamos. Chechu estaba enfadado (con el destino, supongo). Bebí muchas cervezas. Creo que es la primera y la última vez que me he emborrachado antes de un partido. Una pequeña siesta y nos fuimos a jugar.
Claro. ¡Porque jugábamos contra el Paok esa misma tarde en el Palacio!
Eso es. ¿Recuerdas el prepartido, con las ofrendas florales y la camiseta de Fernando encima de la silla? Yo pensaba: wow, algo muy especial está pasando aquí. Algo tremendamente poderoso. Total, que comienza el encuentro y jugamos de espanto.
Así fue, George. Pero algo pasó en el descanso, ¿te acuerdas? En el segundo tiempo entramos en una especie de trance.
Exacto. En el descanso os dije: “Chicos, cualquiera entendería que perdierais este partido. No habría nadie en el mundo que pudiera culparos por ello. Nadie excepto una persona: Fernando”. Y era así. Él, incluso en esas circunstancias, nos habría dicho que deberíamos ser capaces de superar lo sucedido y ganar. Íbamos perdiendo por quince o dieciséis puntos, pero los siete minutos que jugamos a la vuelta del descanso fueron los mejores que un equipo mío haya disputado jamás. Antonio (Martín) estuvo increíble. Acabamos ganando el partido, y la gente coreaba “¡Fernando está aquí! ¡Fernando está aquí!” Y los jugadores os subisteis a la grada y os abrazasteis a la gente, y trepasteis al palco donde estaba la madre de Fernando. Y la abrazasteis. He contado esta historia cien veces, y siempre que lo cuento alguien me dice que se debería hacer una película sobre esto.
La percepción de aquella tu primera temporada, cuando concluyó, fue que había sido un fracaso. Yo discrepé y discrepo profundamente. Con la perspectiva que da el tiempo transcurrido, veo que hicimos un gran esfuerzo. Lo intentamos de manera ejemplar en medio de la fatalidad. La marcha de Drazen. Lo de Fernando. La grave lesión de Chechu. Con todo, llegamos a la final de la Recopa ante la Knorr de Bolonia y a semifinales de Liga. ¿Qué opinas?
Como entrenador me sentí decepcionado porque no fui capaz de dar con el modo de ganar aquella Final. Pero, mirando atrás, queda la satisfacción retrospectiva de haber mantenido al equipo de una pieza y compitiendo a pesar de tantos acontecimientos negativos. Hicimos un buen trabajo. Y perdimos contra grandes equipos. Yo probablemente manejé a los medios de manera muy mejorable. Busqué más la confrontación de lo que debía haber hecho. Pero es lo que dices, se dieron cita muchas calamidades. Además de las que cuentas, tuvimos otras lesiones menores pero muy inoportunas que nos hicieron afrontar las semifinales ante Joventut con solo siete u ocho jugadores aptos.
“Chicos, cualquiera entendería que perdierais este partido. No habría nadie en el mundo que pudiera culparos por ello. Nadie excepto una persona: Fernando”
Esto no es parte de la entrevista, George. Solo un recuerdo que tengo. En el regreso de nuestra derrota estaba sentado en el aeropuerto triste y pensativo. Te acercaste y me diste el mejor consuelo posible: "Tienes", me dijiste, "que estar muy orgulloso de lo que has hecho estos años".
Siempre te he tenido un gran respeto porque cuando fichamos a Mike Anderson me dijiste: "No necesitas un base. Yo soy el base". Y tenías razón. Lolo y Clifford te apoyaron y jugaste muy bien para nosotros. Quizá había otros jugadores con más talento, pero tú jugaste de la forma necesaria. Nos lideraste como hacía falta.
El presidente Mendoza no renovó tu contrato al término de aquella temporada, pero sin duda se arrepintió, porque un año más tarde te pidió que volvieras. Y aceptaste.
No solo el presidente me quería de vuelta, sino que me convertí en el punto en común para ambas candidaturas a la presidencia. (Risas, tras las que recordamos, en efecto, el debate electoral en Telemadrid en el que Alfonso Ussía anunció el acuerdo de su candidatura para el retorno de George, a lo que Mendoza respondió con un lacónico “Pero si a Karl también lo tengo firmado yo”. Más risas). Fue una gran etapa de mi vida, de verdad. Sigo teniendo esperanzas de que algún día podamos hacer un documental sobre mi estancia en Madrid.
El Real Madrid es en España una institución más importante de lo que cualquier entidad deportiva profesional representa en Estados Unidos. Aquellos niños de los que hablas plasmaban en sus caras todo el amor y la devoción que el Real Madrid, tanto en fútbol como en baloncesto, suscitan en vuestro país
Ojalá. Volviste un año después, como indicas, pero a mitad de temporada fuiste tú esta vez quien se marchó. ¿Por qué? Te queríamos. Nos rompiste el corazón. (Risas). Supongo que la oferta de los Seattle SuperSonics era irrechazable, aunque también que el maltrato de la prensa, del que antes hablabas, te ayudó a dar el paso.
Lo de la prensa influyó. Nos iba bien, yo había tomado la buena decisión de fichar a Ricky Brown y Mark Simpson, dos tipos con veteranía que nos estaban ayudando mucho, pero los medios no daban tregua. Recuerdo ir a comer con mi familia el día de Año Nuevo (92) y decirles “Bueno, acabaré el año y luego nos vamos”, porque estaba harto de los medios y tampoco me sentía inmensamente respaldado por el club. La cosa se adelantó porque recibí una oferta para ir a entrenar a Seattle. Para entonces ya me habían hablado de ir de asistente de KC Jones, aunque luego resultó que en realidad Jones no me quería. Pero Jones perdió siete partidos seguidos en todo caso, con lo que la oferta volvió a mí pero ahora para ser primer entrenador de los SuperSonics. Sentí que decir que no supondría perder mis opciones en la NBA. Sentí que tenía que irme. La razón no fue económica, porque estaba ganando más dinero en Madrid del que me ofrecían en Seattle. Era por no desligarme de la NBA.
Y bien que hiciste. Estaba clara que esa decisión estaba en tu camino, porque gracias a ella a la larga te convertirías en lo que eres, es decir, uno de los nueve únicos entrenadores de la NBA con más de mil victorias. En concreto, eres el sexto, con 1.175 si no recuerdo mal.
Es algo así. No me sé la cifra de memoria. (Risas).
Yo sabia que el Madrid era el equivalente europeo a los Lakers o los a Celtics, o lo que los Yankees serían en baseball. Esa exigencia propia del campeón era algo que a mí me hacía disfrutar mucho
En el 96, al frente precisamente de los SuperSonics de Seattle, rozaste el Anillo jugando los seis partidos de una apasionante final de la NBA ante los Bulls de tu amigo Jordan. ¿Es el logro de tu carrera que te da más orgullo?
Y jugamos bastante bien, además. Aquí en Denver llegamos a la Final de la Conference con los Lakers, ese fue otro gran momento. ¿Lamento no haber podido ganar el Anillo? Sí, claro. Pero también lamento no haber podido ganar la Copa de Europa. (Sonríe con melancolía).
Bueno, no la ganaste, pero pocos años después el equipo lo hizo. Ese logro es en parte tuyo también.
Bueno, sí puedo decir que justo antes de marcharme hice un informe en el que recomendaba al vicepresidente Mariano (Jaquotot) que fichara a Sabonis. “Si realmente quieres ganar en Europa, ficha a Sabonis”, le recomendé. Evidentemente, Arvydas fue esencial en el campeonato europeo que llegaría pronto. Creo que puedo pedir un poco de crédito por esto. (Se ríe mientras acerca el dedo índice al pulgar).
¿Qué significó para ti la entrada en el Hall of Fame?
Fue la culminación de mi carrera, y me encantó que Quique (Villalobos) y tú pudierais asistir. Y fue una buena ocasión para contar a todo el mundo lo importante que el Real Madrid ha sido para mí. Incluso me convertí en un fan del soccer (fútbol) gracias a mi estancia allí y a pesar de que, al igual que el de baloncesto, el equipo de fútbol no hizo gran cosa en mi época. (Risas). Me enorgulleció la victoria de España en el Mundial de 2010, jugaban distinto a otras selecciones. Tanto en fútbol como en baloncesto, soy un fiel seguidor del Real Madrid. Tengo la ilusión de que mi hijo Coby pueda algún día entrenar al equipo de baloncesto del Madrid.
Para despedirnos, ¿cuál sería tu mensaje para los seguidores merengues?
Que estoy orgulloso de haber entrenado a ese gran club durante dos años de mi vida. Orgulloso de ser madridista. Mi corazón, en muchos aspectos, sigue en Madrid.
Gracias, George. Esperamos verte pronto por aquí.
Entrevista: José Luis Llorente Gento, Jesús Bengoechea
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Una magnifica entrevista JL, con sus puntos de emoción e intimidad que van más allá de la fría entrevista histórica con sus anécdotas prefabricadas. Muchas gracias Galermna por este festivo regalo
Buenas tardes, magnifico regalo de Navidad esta maravillosa entrevista con un genio del baloncesto, además madridista.
Feliz Navidad
Saludos blancos y castellanos
Una maravilla de entrevista, un lujazo que solo se puede encontrar en La Galerna. He vuelto a emocionarme al recordar aquel partido frente al PAOK a los dos días del fallecimiento de Fernando Martín. Un saludo y feliz Navidad a todos.
Antes de nada. ¡Felices Fiestas!
Nunca me hubiera imaginado la impronta y el calado que le significó el "Milcopas" al Míster y Señor George Karl.
Pero desde que vi su ingreso en el Hall Of Fame y la mención de distinción al REAL MADRID, me quedé absorto y gratamente sorprendido.
Recuerdo como si fuera ayer el partido contra el partido contra el PAOK apenas un par de días después de la trágica muerte de mi ídolo: Don Fernando Martín Espina.
Qatarluña Madridista.
Gran entrenador. Le recuerdo muy bien; con cariño y admiración.
Aquel partido contra el PAOK en el Pabellón. Había que ganarlo por Fernando Martín. Darlo todo por él.
Gracias a la Galerna y , especialmente, a José L. Llorente. Tan brillante con el balón como con la palabra.
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